Hace unas semanas mi hijo Diego, usuario cotidiano de los trenes de cercanías de Madrid, me dijo:
-Papá, a la entrada de Atocha hay una pintada buenísima. Dice: "La culpa de todo es de Le Corbusier"
-¿De verdad? ¿Así, sin más? ¡Qué bueno! ¡Quiero foto!
-No me ha dado tiempo. Ha sido un momento. Un día de estos te la hago.
Y ayer me mandó estas tres:
Es, como veis, una pintada muy pulcra y discreta. Nada de estridencias. Da la sensación de ser una queja sentida, resignada y muy cívica (dentro de lo que es hacer pintadas en la propiedad y el espacio públicos, que supongo que también entraña en sí mismo algún tipo de civismo).
Ni que decir tiene que me faltó tiempo para colgar la primera imagen en Facebook y en Twitter.
El éxito ha superado cualquier previsión. Me ha desbordado.
En Twitter, en un solo día, esta foto ha sido "favoriteada" más de mil novecientas veces, ha sido retuiteada más de mil trescientas y ha tenido cuarenta y un comentarios. Y sigue: No hacen más que llegarme notificaciones.
Los comentarios han sido, en general, de lo más divertido. La verdad es que la pintada es buenísima y se presta a ello. Y la gente que comenta es muy ingeniosa.
Pero, como suele pasar, siempre hay más haters que lovers, y entre los primeros, tras los divertidos, sutiles y complejos, vienen los más simples y directos, hasta que uno, por fin, ha hecho un comentario con solo dos palabras: "HIJO PUTA". (Supongo que dedicadas al Corbu, aunque también podrían ir destinadas al autor de la pintada o a mí. Esto nunca se sabe).
Creo que merece la pena decir un par de cosas. (Siempre merece la pena decir un par de cosas sobre el tema que sea).
Todo apunta a que el autor de la pintada padece alguno de los barrios del extrarradio de Madrid, y soporta diariamente el follón de los transportes públicos, con varios transbordos, con el tiempo justo, con líos de todo tipo. Vive en uno de esos barrios que siguen un modelo propugnado y propiciado por Le Corbusier (entre muchos otros) que prometía espacio, sol, ventilación, vegetación y que en realidad han quedado en algo mucho menos atractivo, y donde además hay un complejo y problemático tejido social, una patente falta de servicios públicos, etcétera. (Aunque también hay que decir que en las últimas décadas todo eso ha mejorado bastante. Es verdad).
Hay que decir que Le Corbusier fue un talento plástico de primera, uno de los grandes genios de la humanidad. Pero también hay que reconocer que no tenía ni la formación ni el conocimiento suficientes como para hacer propuestas urbanísticas serias. Tenía brillantes intuiciones, y las sabía exponer con elocuencia. Y era un gran publicista de estas ideas, por lo que consiguió que le hicieran algunos encargos gigantescos y disparatados.
Los edificios de Le Corbusier: sol, ventilación, vegetación, vistas, planta baja liberada...
Y la ciudad configurada por una trama de estos edificios higiénicos y felices y
por una zonificación férrea.
Le Corbusier, como también les pasa a muchos políticos, proponía soluciones muy simples para problemas muy complejos. Ese tipo de cosas gusta mucho. No hay más que ver cómo triunfa el populismo y la demagogia. Es muy fácil dar una solución genialoide para resolver de un plumazo el paro, la inmigración, las guerras, el comercio, los precios, las zonas verdes, los espacios de relación social, los transportes públicos o lo que sea. Muy fácil. Una buena campaña publicitaria hace que la gente se crea esos esquemas tan sencillos y elocuentes y el pisto está servido. El follón y la zorrera que se forman pueden ser irreversibles y tener efectos dramáticos.
Vale. De acuerdo: LA CULPA DE TODO ES DE LE CORBUSIER.
Le Corbusier ha sido desenmascarado. Ya era hora. Bueno: ¿y entonces qué proponemos ahora?
Hace un par de domingos EL PAÍS SEMANAL publicó una entrevista con Ricardo Bofill (el que faltaba), en la que decía: "Le Corbusier no me gusta. Su teoría urbanística es de mala persona. En Francia soy un crítico reconocido de su obra". Ya se ve. (Iba a poner imágenes de cosas neoclásicas y neobarrocas de Bofill, pero para qué). "Mala persona". Nada menos que "mala persona". Cágate, lorito.
De acuerdo en que el urbanismo de Le Corbusier fracasó (como no podía ser de otra manera), pero todos los que conozco han fracasado. Sencillamente porque es un problema irresoluble, porque es un asunto demasiado complejo, y cuando se intenta mejorar un aspecto se estropea otro.
El urbanismo actual de mera normativa, de meros estándares de a tantos metros cuadrados de zona verde por metro cuadrado construido o por habitante, y de tantos metros cuadrados mínimos de parcela dotacional, de cesiones, etc., no llega ni a urbanismo. No es nada. Es una "cuenta de la vieja". Ni tiene modelo de ciudad ni se atreve más que a sectorizar y que cada uno haga lo que le salga. Vaya mierda. (¿Y la culpa es del Corbu? Pobrecillo).
De acuerdo, repudiemos al Corbu y a todo lo que ha venido tras él y volvamos a las bellas ciudades de antaño, a esas que tanto le gustan al Príncipe de Gales, a esas ciudades como el Madrid del "agua va" que nos pinta Galdós o el encantador Londres de Dickens.
Por si no lo sabéis, el entrañable grito de "agua va" -donde agua es un eufemismo por excrementos- era porque las hacinadas viviendas no tenían retrete -en las corralas más modernas había uno al fondo del corredor, compartido por todas las viviendas de la planta, pero en otras ni eso-, y cuando el orinal se llenaba su contenido se arrojaba por la ventana. El amable grito de "agua va" era todo un detalle admonitorio, pero las más de las veces era simultáneo al vaciamiento, por lo que el peatón que pasara por allí quedaba bien servido.
Ante esto, un grupo de arquitectos modernos (sí: malas personas, hijos de puta) hablaron de soleamiento, de espacios libres, de zonas verdes, de ventilación, de saneamiento, de higiene... Unos malditos cabrones que tienen la culpa de todo, hasta de lo que se ha hecho adulterando sus ideas, sin seguirlas de verdad y sin corregir nada.
De todo. La culpa de todo.