En este caso la culpa fue del ballet. En casa tigre practicamos pocas actividades extraescolares. Una para ser exactos. Pero basta y sobra para transformar mi vida en un triathlon. Me río yo del Ironman. Eso es para aficionados. Estos señores que parecen tan sufridos hacen sus kilómetros sin que nadie les moleste. Bien comidos, bien dormidos y bien meados. Eso no tiene mérito. No se les somete a tortura psicológica y terrorismo emocional antes, durante y después de la carrera. Encima les dan una medalla y les petan el Facebook con felicitaciones. Qué mal repartido está el mundo. Si lo que necesitan son emociones fuertes yo les invito a calzarse mis zapatos un par de días. Para que sufran en sus propias carnes lo que es vivir al filo de lo imposible.
Ya saben ustedes que el lunes me levanté creyéndome capaz de todo. Todo resultó ser demasiado a eso de las 18:45. Se me fue la mañana friega que te friega. A eso de las 12:00 empaqueté a La Cuarta y nos fuimos a recoger a La Primera que en los días largos sale a las 12:15. Sin comer. Tras alimentarlas al vuelo nos dirigimos a correos a recoger un paquete y con las mismas a por las que nos faltaban. A las 13:00 estábamos todas en el coche. Destino ballet. La Tercera con el ojo lila según sus propias palabras que no hacen justicia al look Rocky Balboa con el que me la entregaron.
Ballet estaba muy cerca de nuestra casa antigua y por ende a tomar viento de nuestra casa nueva. En una zona donde aparcar es más difícil que encontrar un trébol de cuatro hojas. Lo conseguimos. Les hago sendos moños reglamentarios a las mayores. Se visten, le cambio el pañal a La Cuarta y ya que estoy a La Tercera. En la furgoneta.
Desenfundo la silla doble, un artefacto que no está concebido para ser usado, y negocio con La Tercera para que se siente. No hay tu tía. Recurro al cuerpo a cuerpo. Llueve. Dejamos a las mayores en ballet y me lanzo a la calle con las pequeñas. Sigue lloviendo. A mares. Cruzo cinco manzanas para llevar unas cosas al tinte. Me mojo. Otras cinco manzanas para una compra perentoria de pañales y otros artículos de primera necesidad. Me mojo más. Vamos a nuestra cafetería de referencia. Las dejo sueltas. Chupan el suelo, se me cuelan en el baño de señores, La Tercera me tira el café y La Cuarta rompe un vaso. Levanto el campamento y me lanzo a la calle. No sin antes robar una cucharilla para darles las frutas bajo la lluvia.
Recogemos a las bailarinas y ponemos rumbo a casa. Tráfico infernal. Una tiene hambre, otra tiene sed y La Primera no se aguanta el pis. Caso omiso. Sube el nivel de decibelios. Yo a lo mío. Mirada al frente. La Tercera le arranca un mechón de pelo a La Segunda que grita como si le hubiera arrancado el intestino grueso. Inspira. Expira. No mires. Es peor.
Llegamos a casa. Solucionamos las hambres, las sedes y los pises. Se nos cuela una caca en la ecuación. Todavía hay que hacer los deberes. Con las otras enredando, merendando y tocando las pelotas en general. Señor llévame pronto. Y lejos. La Primera mira una mosca que vuela, se saca la roña de las uñas y dibuja corazones rosas. Me sube la bilirrubina. Comienza el baile de amenazas. Voy por la cancelación de su décimo cumpleaños. Acaba de cumplir siete. No me parece suficiente. Veto cualquier playdate hasta 2015. Ni por esas.
Baños, cambios y pijamas se suceden entre nohayderechos y estonoesderecibos. Me ofusco. Recuerdo que son carne de mi carne. Hago la cena. Le concedo la condicional a La Primera y repasamos la poesía que se tiene que aprender de memoria. Cenamos. Llega el padre tigre. A buenas horas. Mangas verdes.
Nos sentamos junto al fuego. La Primera lee a mi derecha mientras La Cuarta me trepa por la zurda. La Segunda y La Tercera juegan con su padre.
Cualquiera diría que somos una familia feliz.
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