LA CULPA
Publicado en Levante 25 de enero de 2011
Y cuando uno siente la necesidad de desandar lo mal andado en su vida, me espetó con ahínco, ¿cómo se hace? ¿Cómo lo puedo remediar? Si al arriero, siendo un caminante y no pudiendo dejar de serlo, su andadura consiste en tropezar y rodar, ¿qué le espera?
En mi opinión, la gran culpa de la modernidad es haber olvidado o diluido el sentido de la culpa. Durante un tiempo excesivo se nos ha inculcado que hay que inculpar a los demás: al sistema, a la represión, a la alienación de la sociedad opresora, incluso a la religión. Y ha calado. Y ahora, la libertad, despojada de su responsabilidad, se nos hace muy costosa. Nos sentimos condenados a un perpetuo e incesante esfuerzo baldío, como el mito de Sísifo. Siempre arrastrándonos para lograr un vacuo y efímero instante de gloria: los diez minutos de fama.
Mi amigo se siente perplejo. Pero hay que asumir que el coste de una libertad liberadora no es ni más ni menos que la posibilidad de la culpa. Y la culpa, a su vez, requiere liberación. Así que nos encontramos en un callejón sin salida, en un laberinto inexpugnable.
Culpar(se) es reconocer la responsabilidad personal y, por tanto, la libertad. A nadie se le ocurre introducir en prisión, o mantener en libertad vigilada, a un perro que nos haya mordido. Si alguien va a presidio es porque es responsable y tiene la posibilidad de redención; y, por eso, se le mete en la cárcel: en caso contrario, sería una opción seriamente a considerar la eliminación del sujeto, como la del tigre o el tiburón que ha descubierto lo apetitoso de un manjar de carne humana.
¿En qué consiste la redención de la culpa? En sentido riguroso es la capacidad de volver a comenzar con el rédito intacto, con el crédito necesario para iniciar una nueva vida: volver a nacer. Redepmtio, en latín, significa rescatar; y redimir es pagar el rescate. Y la siguiente pregunta sería ¿quién puede pagar el rescate? Hay diversas respuestas. La primera sería la negación de la culpa. Esto, sin embargo, no resuelve el problema: sería vivir en estado alzheimoso, desmemoriado y perder la propia identidad. Además, la negación de la culpa es, en sí misma, culpable.
También cabe que sea yo mismo quien la pague. Sin embargo, todos tenemos experiencia de lo insatisfactorio que resulta. Que alguien, por ejemplo, haya atropellado a una persona y le haya causado una grave lesión o la muerte, por no haber respetado una señal, es algo que no puede borrarse de un plumazo. La autoredención se define, pues, como solución cero o nula: nadie puede ser juez y parte de sí mismo.
Entonces, ya sólo disponemos de una tercera posibilidad, que es pasiva para el sujeto: admitir la necesidad de ser redimidos. Sin embargo, en este caso, no puede ser alguien que no disponga de fondos para pagar el rescate. En realidad, y a efectos, de sentido de la propia vida, en absoluto, sólo Dios es capaz de hacerlo. La cuestión clave, a la hora de entender la redención, es el problema de mi existencia, aunque en medio haya habido drama, congoja, dolor, angustia. En definitiva, un final feliz de mi historia personal.
Pedro López
Grupo de Estudios de Actualidad