En muchas ocasiones, la mayoría de la gente solemos echar la culpa de nuestros males y desdichas al prójimo, al otro, a la empresa, a la compañía de teléfonos o a la lotería porque no nos toca. Ocurre que al político de turno lo imputan por supuestos delitos de corrupción que luego casi siempre acaba demostrándose que no eran supuestos y que efectivamente, el gobernante susodicho acaba condenado por tráfico de influencias, prevaricación o por trincar dinero público. ¡Joder! - dice el impresentable- por culpa de fulanito que le grabaron con un móvil en el restaurante mientras aceptaba un sobre para que una empresa ganara un concurso de suministros... si al presunto que coge el sobre no lo hubieran grabado, la culpa del otro o del que le grabó...
Compramos un décimo de lotería con un compañero, - elige tú- le decimos, cuando comprobamos que no ha tocado ¿de quién es la culpa? La culpa del otro, lo tenía que haber elegido yo, pensamos, y cuando lo hacemos nunca sale premiado. Decidimos hacer deporte porque nunca encontramos tiempo, pero muchas veces encontramos excusas para no correr, coger la bici o simplemente para ir a pasear (esto creo que no es deporte pero es muy saludable), ¿por qué no lo hacemos? el trabajo, los niños, los amigos, la casa, la culpa del otro... si vives con alguien claro y si no le buscamos un culpable a nuestra falta de voluntad y desidia.
En el trabajo ocurre que a veces no cumplimos los objetivos, muchos factores influyen, la crisis económica, los recortes, la implicación, los clientes, y en muchas ocasiones lanzamos discursos en el que el objetivo de la culpa es otra persona, la empresa u otro responsable que toma decisiones. Algunas veces no faltará razón, pero otras muchas la culpa no es del otro, ¿realmente hacemos todo lo posible para que todo funcione mejor y poder lograr los objetivos? Y no me refiero solamente a nivel profesional, si no en todo el entorno de nuestra vida.