Revista Opinión

La cuna del elitismo estadounidense

Publicado el 21 junio 2018 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

En Estados Unidos ir a la universidad no es solo un momento de tensión para las cuentas bancarias de padres y alumnos, sino también un periodo de transición hacia la vida adulta y acercamiento al tan ansiado sueño americano. No es raro encontrar en YouTube vídeos con miles de visitas de futuros estudiantes que muestran sus reacciones al descubrir si han sido admitidos en las prestigiosas universidades privadas de la Liga Ivy una conferencia de las ocho mejores universidades privadas del país, entre las que se encuentran las conocidas universidades de Brown o Harvard.

Por la friolera de 11.000 dólares de media al año en las universidades públicas y 50.000 en las universidades privadas, jóvenes de los 50 estados del país despliegan sus alas para abandonar el nido y establecerse en campus que en ocasiones están en la otra costa o en lugares más bien inhóspitos. Por ejemplo, la Universidad de Arizona —conocida por su equipo de baloncesto— está en medio del desierto, cerca de la frontera con México. Pero estos no parecen ser inconvenientes para los estudiantes; la vida universitaria que los campus ofertan supera con creces estas pequeñas incomodidades.

La cuna del elitismo estadounidense
El creciente precio de las tasas universitarias en EE. UU. aumenta la presión para entrar en una buena universidad y mantener una media aceptable para recibir becas. Fuente: USA Today

Es en ese momento cuando el rol de las hermandades comienza su juego; de no ser por ellas, muchos se plantearían seriamente si pasarse cuatro años de su vida en medio del desierto estudiando merece la pena. Las hermandades, además de ofrecer a sus miembros la oportunidad de desarrollar habilidades y aptitudes para convertirse “mejores personas” y en futuros líderes de las mayores empresas del país, prometen las mejores fiestas y experiencias universitarias. Y sí, estas fiestas son como las que aparecen en las películas de Hollywood: letras griegas en mansiones gigantes, vasos rojos, cerveza ilimitada, brebajes que harán olvidar la noche y muchas mujeres.

Pero tras lo que se presentan como inocentes fiestas universitarias hay mucho más. Acosos sexuales, machismo, homofobia, racismo, violencia, novatadas humillantes y cantidades descabelladas de dinero se esconden tras muchas de las hermandades. Ante este escenario, las fraternidades están en el punto de mira y su supervivencia pende de un hilo.

Del secretismo al desenfreno

En 1750 se fundaba en un ambiente colonial en la Universidad de William & Mary la primera sociedad secreta de estudiantes: Flat Hat Club (FHC), el Club del Sombrero Plano. Este era solo un nombre encubierto para no revelar su verdadera identidad; las siglas en realidad se referían a “fraternitas, humanitas et cognito”, que en latín significa ‘hermandad, humanidad y conocimiento’.

Su intención era promover la discusión de temas que en los espacios públicos de la universidad estaban vetados y fomentar la capacidad de los jóvenes de pensar por sí mismos y expandir su conocimiento. La fraternidad, por tanto, fue un producto accidental derivado de lo que en un principio fue una misión puramente educativa. Estas organizaciones secretas solían reunirse en tabernas y, entre charlas y cervezas, los estudiantes estrechaban lazos con sus colegas, lo que a la larga estimuló la confianza entre ellos en temas más que académicos.

En esta misma universidad, durante la Revolución estadounidense, se fundaba en 1776 la primera organización con letras griegas: Phi Beta Kappa. Inicialmente, también se creó como una organización secreta bajo el nombre Societas Philisophiae —‘sociedad de la filosofía’—, pero el club pronto pasó a ser conocido por sus tres letras griegas. Esta organización se presentaba como un club algo más serio e intelectual que FHC, con cierto elitismo en torno a su membresía. Para conseguir esto, se enfatizaba el valor de la retórica, la redacción y la caballerosidad. A esta la siguieron otras organizaciones, como Kappa Alpha, Sigma Phi o Delta Phi.

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Miembros de Phi Beta Kappa en 1893. Fuente: Wikimedia

Estas organizaciones secretas pronto fueron objeto de la crítica social al emerger un sentimiento antimasónico entre la opinión pública tras la desaparición en 1826 de William Morgan, un masón descontento que intentó destapar los secretos de la secta. El secretismo que tanto caracterizaba a las hermandades universitarias pronto dejó de ser visto como algo interesante, sino más más bien perturbador, ya que las semejanzas con la masonería eran indudables. Por ejemplo, el lema de Phi Beta Kappa, “Amistad, moral, y literatura”, tenía un parecido evidente con los principios masónicos, “Amistad, moral y amor fraternal”. Además, el modelo de expansión que adoptó la hermandad para abrir delegaciones en 1780 en Yale y en 1781 en Harvard parecía inspirado en el modelo masónico. Pese a su parecido con la secta, las tradiciones de Phi Beta Kappa se han ido legando hasta las hermandades más modernas y se siguen viendo juramentos de confidencialidad, saludos secretos, ritos de iniciación, lemas e insignias.

Para ampliar: “Freemasonery and the Development of Greek-Letter Fraternities”, David Stafford, 2007

Dadas las circunstancias de la época, las hermandades no eran más que el producto de la élite estadounidense, compuesta de hombres blancos y cristianos. Pero, con la llegada de las mujeres a las universidades, la Segunda Guerra Mundial y el movimiento por los derechos civiles, la concepción de las hermandades comenzó a alterarse. Por un lado, las organizaciones típicas de hombres blancos siguieron evolucionando, mientras que paralelamente aparecían nuevos tipos que en ocasiones se asemejaban a los ideales de las primeras fraternidades y en otras ocasiones chocaban frontalmente con ellos.

En 1978 la comedia de John Landis Animal House —estrenada en España con el nombre Desmadre a la americana—, aunque en realidad era una crítica hacia las fraternidades, hacía que los niveles de popularidad de estas llegasen a niveles nunca antes vistos. Alcohol, fiestas legendarias y diversión unidos a la idea de poder llegar a los puestos profesionales más aspirados despertaban el interés de hasta los estudiantes más recatados.

Sexo, alcohol y novatadas

Alrededor del 11% de los estudiantes de nuevo ingreso afirman planear unirse a una hermandad masculina —fraternidad— o femenina —sororidad—. Es importante diferenciar entre ambos tipos de hermandades, pues por lo general impera la idea de que no se puede unir a ambos sexos bajo la misma hermandad. La Conferencia Norteamericana de Fraternidades (CNAF) declara que la segregación por sexos es vital “para desarrollar hombres de carácter y empoderar a las mujeres”. Este sexismo, sin embargo, suele quedarse en un segundo plano cuando la atención se dirige a estudios que afirman que los miembros de fraternidades exhiben niveles de liderazgo y éxito superiores al resto de los estudiantes.

De hecho, se ha llegado a asegurar que tener una media escolar alta y haber sido presidente de alguna fraternidad es valorado por empresas como Goldman Sachs de forma mucho más positiva que tener la calificación máxima y haberse independizado al acceder a la universidad. De ahí también que la revista Forbes publicara una lista con las fraternidades más exitosas. Parece difícil obviar la realidad de que pertenecer a una fraternidad abre las puertas hacia un futuro prometedor.

Pero vender las fraternidades al público como una promesa hacia el estrellato y eludir muchos de sus otros aspectos tiene un precio muy alto, pues no solo representan una manera de actuar, sino también de pensar. Valores machistas, homófobos y antiminorías característicos del siglo XX —momento de auge de la fundación de hermandades griegas— son encastrados en los que serán los futuros líderes del “país más poderoso del mundo”. Las hermandades, efectivamente, han conseguido llenar el vacío social que la vida en los campus representa, pero esto ha sido posible a costa de presentar la membresía a jóvenes de apenas 18 años como un mazo de poder y elitismo, con un sentimiento ominoso del nosotros frente al ellos que protege y capacita a sus miembros para hacer lo que quieran cuando quieran con total impunidad.

Prueba de ello es el alto número de abusos sexuales en los campus estadounidenses: una de cada cinco jóvenes universitarias sufren abusos sexuales durante sus estudios. Aunque sería injusto hacer responsable en su totalidad de esta situación a las fraternidades, sus miembros tienen una probabilidad tres veces más alta de cometer una violación. Esta realidad se ha visto reforzada con las actuaciones de Delta Kappa Épsilon en Yale, en las que futuros miembros de la organización griega aparecían en un vídeo gritando No significa ; significa anal. Tener a jóvenes cantando frases que incitan abiertamente a la violación en una de una de las universidades más prestigiosas del planeta es, cuando menos, preocupante.

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Un estudio llevado a cabo por Willis en 2010 demuestra que el segundo motivo de reclamo a seguros más habitual en las casas griegas en EE. UU. es por acosos sexuales. Fuente: The Atlantic

A su llegada al campus, se avisa a las jóvenes estudiantes acerca de las fraternidades que deben evitar a toda costa. Entre ellas está la legendaria Sigma Alpha Épsilon —cuyas siglas en inglés coinciden con las de su denominación no oficial, Acoso Sexual Esperado—, en cuyas pancartas colgadas de las fachadas de sus mansiones se podía leer “Gracias por sus hijas” o “Nosotros enseñaremos a sus hijas lo que el colegio no pudo”. Pero esta no es la única fraternidad con una arraigada visión de la mujer como mero objeto sexual; la gran mayoría suelen aprovecharse de que el alcohol que entra por las puertas de sus casas no está controlado y de que las sororidades tienen prohibido el consumo de alcohol en sus edificios para hacer con las jóvenes que vienen a sus casas a disfrutar de la vida universitaria lo que se les antoje una vez quedan inconscientes.

Para ampliar: “Finding the Meaning of College Drinking: An Analysis of Fraternity Drinking Stories”, Thomas A. Workman, 2001

Llegados a este punto, sería erróneo negar que el poder que los jóvenes de las fraternidades piensan tener sobre las mujeres está fuertemente ligado a la idea de masculinidad que las casas griegas promueven. Ser un hombre significa poder consumir cantidades inhumanas de alcohol, tener una larga lista de mujeres con las que se haya acostado uno y demostrar determinación y valentía. Es por esto por lo que muchos de los ritos de iniciación pruebas en las que los futuros miembros demuestran por qué deberían ser aceptados en la sociedad griegase basan en novatadas que exaltan estos valores.

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Desde 2000 han muerto en EE. UU. 70 estudiantes debido a novatadas extremas. Aunque están prohibidas por las universidades y por la ley en 44 estados, su práctica sigue siendo muy popular entre las hermandades tanto masculinas como femeninas. Fuente: The Economist

A los novatos se les obliga a consumir cantidades alocadas de alcohol, lo que provoca que muchos acaben, con suerte, en urgencias por intoxicación etílica. Además, bajo los efectos del alcohol, estos jóvenes son capaces de hacer casi todo, desde comerse tortillas hechas con vómito hasta bañarse en piscinas llenas de excrementos. De no cumplir con las demandas o no llegar al nivel esperado, son penalizados con, por ejemplo, meterlos en una jaula mientras el resto de los miembros de la fraternidad orinan sobre ellos.

Más poder del que pensamos

Lizzie estaba en su primer año de carrera cuando fue violada una noche por un jugador de fútbol americano de su universidad. Tras lo sucedido, denunció el caso a su universidad, que alegó no poder hacer nada por no encontrar al jugador para interrogarlo. Su caso nunca se llevó ante el sistema judicial y, tras la decepción, frustración y amenazas que sufrió, decidió quitarse la vida. Este es solo uno de los muchos casos en los que el violador sale impune de denuncias hechas por universitarios.

Para ampliar: The Hunting Ground (documental), Kirby Dick, 2015

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Aunque el número de víctimas de violación en universidades que deciden denunciar ha ido en un aumento, un 90% sigue sin hacerlo por miedo a las represalias. Fuente: NPR

La realidad es que a las universidades no les compensa tramitar estos casos. En primer lugar, admitir que entre sus estudiantes hay violadores dañaría su imagen, lo cual repercutiría negativamente no solo en su prestigio —y los ingresos que le proporciona en forma de donaciones—, sino también en el número de candidaturas de admisión y, por ende, a sus beneficios directos. Además, cuando se trata de atletas —como en el caso de Lizzie—, perseguir al violador es incluso menos atractivo, pues estos también son una fuente de ingresos y prestigio crucial para las universidades.

Aunque universidades como Harvard ya han comenzado a prohibir las organizaciones de letras griegas de un solo sexo, la gran mayoría no puede permitirse este lujo, pues dependen de ellas en lo burocrático y económico. Deshacerse de las hermandades supondría que las universidades tendrían que hacerse cargo del acomodo de los estudiantes —uno de cada ocho vive actualmente en una casa griega— y perderían muchas de las generosas donaciones que exmiembros y familiares hacen a su alma mater.

No obstante, la lucha contra la tradición de impunidad y descontrol que se vive en las fraternidades no puede ser solo una responsabilidad de las universidades; una gran parte recae también sobre el Gobierno. Habría que emprender una reforma de la Constitución de EE. UU. y de la interpretación que se hace de la primera enmienda sobre la libertad de asociaciones, ya que las hermandades se vienen protegiendo bajo esta enmienda desde hace años. A ciencia cierta, se puede prever que esto no va a suceder en ningún futuro próximo; las fraternidades tienen una influencia exagerada sobre el Gobierno y el Senado. No solo cuentan con representación directa en el capitolio, sino que la CNAF hace donaciones a candidatos presidenciales que apoyen su supervivencia.

Pero no todo se reduce a intereses económicos; se trata de algo mucho mayor, de un sentimiento de pertenencia y camaradería que no puede ser comprado y que representa los valores de un sector muy poderoso y conservador de la sociedad estadounidense. Mientras más de un 75% de los senadores estadounidenses sean miembros de fraternidades y la mentalidad de las organizaciones griegas sea compartida en los niveles más altos y las instituciones más importantes del país, existen pocas alternativas. Sin duda, los valores de las organizaciones griegas imperan en el país; de no ser por estos, seguramente el presidente Trump no habría salido impune de las denuncias por acoso sexual ni hubiera llegado probablemente a la presidencia. Solo nos queda depositar nuestras esperanzas en que la revolución feminista que estamos viviendo en Occidente con movimientos como #MeToo calen en la sociedad y promuevan un cambio real, en especial entre los jóvenes, pues estos representan el futuro de las naciones.

La cuna del elitismo estadounidense fue publicado en El Orden Mundial - EOM.


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