Florence Nightingale nació en Florencia, la ciudad que le prestaría el nombre. Era la menor de las dos hijas de un matrimonio británico. De vuelta a Inglaterra, Florence recibiría una estricta educación, tal y como correspondía a la aristocracia del país, a la que ellos pertenecían.
Cuando se acercaba a la edad de resultar casadera, en época en la que los matrimonios perseguían la conveniencia, Florence sufrió una fuerte depresión motivada por la presión social del momento, que le llevaría a aislarse durante años, algo que ella, más tarde, interpretaría como “un llamamiento de Dios”.
En 1844 anunció su intención de dedicarse a la enfermería, una profesión que antaño no exigía preparación y que configuraba sus actuaciones con la asistencia a ancianos, huérfanos, heridos, enfermos…
Su formación fue autodidacta, enriquecida por sus constantes viajes a Europa, en los que visitó no pocos centros sanitarios.
De 1853 a 1856 tuvo lugar la guerra de Crimea, un conflicto en el que se sucedieron las enfermedades (tifus, cólera, disentería...) que diezmaron a los ejércitos. La mayoría de los muertos eran víctimas de los deficientes tratamientos sanitarios. En 1854 Florence y un equipo de 38 enfermeras voluntarias, entrenadas personalmente por ella, partieron al corazón de la guerra, encontrándose con este descorazonador panorama.
Florence supervisó personalmente la limpieza y la ventilación del precario hospital, la higiene de los pacientes, el cambiarles las sábanas o prepararles comidas sanas, contribuyendo a un llamativo descenso de la mortalidad. Tal es así que The Times diría de ella: “Sin exageración alguna es un ángel guardián… Cuando llega la noche, puede observársela sola, con una pequeña lámpara en la mano, efectuando sus solitarias rondas”.
En 1856, poco antes del final de la guerra, Florence cayó enferma de fiebres tifoideas.
Poco después, en 1860 y gracias a su intercesión ante la reina, se funda la Escuela de Adiestramiento de Enfermeras en el Hospital St. Thomas, bajo dirección de Florence.
En 1883, volvemos a hablar de la reina Victoria, que le otorgaría la Real Cruz Roja, un galardón que Eduardo VII completaría en 1907, con la Orden del Mérito, que se entregaba por vez primera a una mujer. En 1908 le entregaron las llaves de la ciudad de Londres, con el nombramiento de “guardiana y protectora de la salud”.
Al poco, la dama de la lámpara falleció una noche mientras dormía. Desde 1965, cada 12 de mayo, coincidiendo con el día en que nació esta mujer, que sentó las bases de la enfermería, tal y como la conocemos actualmente, se homenajea a toda la profesión.