Revista Diario
Soy una romántica incorregible. Cuando era adolescente, uno de mis libros preferidos era Ivanhoe de Sir Walter Scott. El "Caballero desheredado" que vuelve de las cruzadas a batallar por el amor de su dama, lady Rowena, prometida a otro hombre por esos tejemanejes de la política, derretía mi corazón sensiblero. En aquellos tiempos de torneos, las damas enlazaban su pañuelo a la lanza de su favorito. Ahora no hay torneos, pero los héroes libran sus batallas particulares en otros ruedos. 8:00 AM: Voy a preanestesia a ver a mi primer paciente de la mañana en el quirófano de Trauma. Es un chico de unos veinte años, con una fractura de húmero porque se pegó con dos o tres más para defender a una chica en una fiesta. Está pálido, tiene ojeras y aferra, con la mano sana, un fular rosa, como si fuera su salvación. - Hola - llamémosle Wilfredo - Soy la Doctora Jomeini, tu anestesista. ¿Estás en ayunas? Wilfredo asiente, pero no dice nada. - ¿Estás muy nervioso? Wilfredo asiente con tanta fuerza que parece que se va a arrancar la cabeza. - No te preocupes - le digo - que yo ahora te pongo un poquito de ron del bueno para que te temple los nervios. Wilfredo sonríe, pero sigue mudo. - ¿Y ese pañuelo? - Es de mi chica - ¿Cómo? - Sí, me lo ha dado para que me dé suerte. Dios, como en los torneos. Pregunto al auxiliar que ha bajado al paciente por qué sigue el fular allí. Él se encoge de hombros. - Es que se ponía todavía más nervioso si lo dejaba en la habitación. - Te diré lo que vamos a hacer, Wilfredo - le explico que le voy a hacer una anestesia general y un bloqueo interescalénico para el dolor del postoperatorio. Que cuando se despierte, tendrá el brazo dormido. - Y, en cuanto al pañuelo, lo mejor es que te lo ponga debajo de la almohada en la cama que se queda fuera. - No - susurra él - Por favor. Deja que me duerma con el pañuelo. Qué cuernos. Que se duerma con él. ¿Qué daño va a hacer eso? Los niños entran con sus juguetes. Pues que entre él con la prenda de su amada. Total, Wilfredo se durmió con el fular en la mano sana. Se le hizo el bloqueo y la cirugía y lo desperté un par de horas después. No sin haber tenido antes la precaución de devolver, a la mano sana, el pañuelo. Él abrió un ojo, lo miró y empezó a respirar con calma. Un par de horas más tarde, cuando dejaba a mi segundo paciente de la mañana en Recuperación de quirófano, Wilfredo subía a planta en la cama. A su lado, sonriente, caminaba una chica con un fular rosa en el cuello y una cadenita que ponía Rowena.