La danza de la muerte fue un fenómeno que se originó especialmente en Europa entre los siglos XIV y XVII. En este artículo hablamos sobre El cornezuelo, San Antonio Abad, o San Antonio de Egipto, Santiago de Compostela, Los rituales griegos antiguos y romanos o Las brujas de Salem.
El cornezuelo
No queda nada claro de si se trataba de una enfermedad real o de un fenómeno social. Una de las teorías es que las víctimas sufrían de envenenamiento por cornezuelo, llamado ergotismo y que era conocido como fuego de San Antonio o fuego del infierno en la Edad Media.
Claviceps purpurea es el nombre científico del hongo que se aprovecha de distintas especies de cereales. Su nombre común es cornezuelo del centeno, porque el hongo en la espiga se ve con forma de cuernecito.
Es una masa negra o morada de forma curvada que llega a alcanzar varios centímetros de longitud, y la especie más comúnmente infectada es el centeno aunque, a veces, se puede encontrar en otras gramíneas como la avena, el trigo o la cebada.
El hongo produce unas micotoxinas que contienen numerosos alcaloides (ergometina, ergosina, ergotamina, ergocornina, ergocriptina, ergocristina, agroclavina, elimoclavina, lisergol,…) parecidos al LSD y producen graves efectos neurológicos.
El LSD fue sintetizado por Albert Hofmann, un químico suizo, cuando intentaba purificar e identificar los principios activos del cornezuelo. El envenenamiento por cornezuelo se conoce seguramente desde hace más de 2.500 años.
En una tablilla asiria del 600 antes de Cristo hay escrito: “pústula nociva en la espiga del grano”. Griegos y romanos, gente culta del Mediterráneo, no valoraban mucho el pan de centeno que era algo que usaban los teutones y sus dominios centroeuropeos.
El hongo que se desarrolla en el pan fermentado, que contiene sustancias psicotrópicas, una de ellas es el acido lisérgico, y que producían alucinaciones.
Los síntomas más comunes eran alucinaciones, convulsiones, espasmos, psicosis, manías, náuseas, picores intensos, sensaciones de frío o calor intenso y vómitos, por lo que no es de extrañar que le achacasen un componente diabólico.
El ergotismo espasmódico o convulsivo fue especialmente común en Francia. Desgraciadamente, algunos clérigos dijeron que era un castigo divino a los pecadores.
Durante las inundaciones y los períodos húmedos, el cornezuelo crecía y afectaba al centeno y otros cultivos.
Las micotoxinas del cornezuelo ocasionan también vasoespasmos arteriales, sobre todo en los brazos y los muslos, por lo que disminuye el riego sanguíneo y se puede producir necrosis y gangrenas.
Muchas personas eran afectadas por la variante necrótica del fuego de San Antonio, fue común en Alemania y terminaban con una grave discapacidad física.
Lo podemos contemplar en muchos retablos donde la orden ensalzaba las virtudes curativas y los milagros de San Antonio (ver el retablo de Matthias Grünewald para el altar mayor de Isenheim).
Las propiedades vasoconstrictoras del hongo se han utilizado para inducir el parto o abortos. De hecho, las antiguas culturas orientales utilizaban lo que llamaban “granos negros del centeno” para provocar el parto.
También se usaba para impedir las grandes pérdidas de sangre, sobre todo en las parturientas donde las hemorragias postparto eran la primera causa de muerte en las mujeres jóvenes.
De hecho, parece que ya Hipócrates recomendaba una preparación de cornezuelo para intentar detener estas sangrías.
San Antonio Abad, o San Antonio de Egipto
Los afectados oraban a la Virgen y a distintos santos, en especial a San Antonio Abad, o San Antonio de Egipto, que entregó todos sus bienes para ayudar a expandir el cristianismo y vivió una vida de oración y contemplación, siendo considerado el primer eremita.Sus reliquias pasaron a Alejandría, luego a Constantinopla y de allí, por petición del conde de Dauphiné, a esta localidad francesa. Dos nobles de la zona, Gaston y su hijo Gérin, afectado de ergotismo, peregrinaron a su iglesia en 1090.
Gaston juró frente a la tumba de San Antonio entregar todos sus bienes para luchar contra el ergotismo si su hijo se curaba. Gérin se recuperó y Gastón, fiel a su promesa, creó la orden de San Antonio.
Su primer hospital tenía la paredes pintadas de rojo fuego y es posible que todo esto contribuyera a que el ergotismo se conociera como el fuego de San Antonio.
El consumo de pan de centeno y la harina en polvo de cornezuelo en Centroeuropa era tan abundante que los frailes de San Antonio se dedicaron a cuidar a estos enfermos. Sus hospitales y conventos estaban en Alemania, Francia y Bélgica, donde el centeno era el cereal más cultivado, ya que el trigo se cultivaba mas en el mediterráneo.
Entre los milagros que se atribuyen a San Antonio Abad, destaca sobre todo el de la curación de la enfermedad conocida como Fuego de San Antonio. Por esta razón se le representa a menudo con una llama o fuego a su lado.
San Antonio Abad es también conocido como San Antón o como el santo del cerdito (“Sant Antoni del porquet”) pues, según la leyenda, curó a un cerdo herido que después le seguía a todas partes y que aparece esculpido o pintado a su lado. Hay una coplilla aragonesa que dice
San Antón era un francés
que de Francia a España vino
y lo que tiene a los pies
es un hermoso tocino.
Hay muchas fiestas que se celebran con comidas, hogueras en recuerdo del Fuego de San Antonio. En otras celebraciones se comen a menudo productos de la matanza, en ocasiones de un cerdo criado por todo el pueblo en honor de San Antón y cuyos productos son compartidos por todos los vecinos. A este cerdo se le llamaba El marranito de San Antón en pueblos de Toledo.
Otra copla decía así:
San Antón mató un marrano
y no me dio las morcillas
quien le diera a San Antón
con un palo en las costillas.
Santiago de Compostela
Se creía que el remedio más eficaz para estos enfermos era que hicieran el camino de Santiago, en peregrinación a la catedral del apóstol en Santiago de Compostela que era la Ciudad Santa de Occidente o a jerusalén.
Una gran parte del Camino de Santiago discurre por Castilla y León, cerca de sus grandes llanuras cerealistas y se cultivaba trigo sobre todo.
En el siglo XII aparecen en España los primeros focos del Mal de San Antón o Fuego sagrado.
En el año 1214 vino a España la Orden de San Antón o Antoninos, precisamente para atender a estos enfermos, que sufrían brotes de ergotismo producidos por el cornezuelo del centeno, a los que dada la aparición en focos se les consideró contagiosos. La primera casa para estos enfermos se estableció en Castrogeriz (Burgos).
Por el peligro de contagio este tipo de hospitales, casi 400 en toda Europa, se construían fuera de los núcleos urbanos.
Para luchar contra la enfermedad se servían de los efectos benéficos de la letra griega Tau, que llevaban cosida en rojo en la túnica negra. Además no vacilaban ante el menor síntoma sospechoso de malignidad, en amputar brazos y piernas que colgaban posteriormente en la puerta del hospital.
Desde el siglo IX al XIV y en menor grado hasta el siglo XV, se declararon epidemias de dicha enfermedad, especialmente en las regiones orientales de Francia, Rusia y Alemania, cuyas consecuencias resultaban más temibles, incluso, que las de la propia lepra.
Durante el reinado de Felipe VI de Francia, en 1130, estalló una epidemia en la Lorena enfermando gravemente una gran cantidad de personas.
El hospital del monasterio de San Antón de Castrojeriz (Burgos), fundado por Alfonso VII de Castilla en torno a 1146, sanaba a los peregrinos afectados del fuego del infierno porque los cuidaban con un producto local, pan de trigo candeal.
Los peregrinos pedían a los clérigos de la orden franciscana de San Antonio, ya que estos tenían hospitales dedicados a la atención de esta enfermedad a lo largo del Camino, que tocaran sus extremidades con el báculo en forma de Tau, que les dieran pequeños escapularios llamados Taus, o que los alimentaran con pan y vino bendecidos con el báculo abacial también en forma de Tau.
Tau es la letra hebrea y griega que empleaba san Francisco como su firma y era muy utilizada por la iglesia por su semejanza con la cruz. Poco a poco, mientras recorrían el camino de Santiago, los enfermos mejoraban.
Al llegar ante el Apóstol, estaban totalmente curados. Pero cuando volvían a casa volvían a enfermar, regresaban a Santiago y mejoraban otra vez. Estas curaciones “milagrosas” formaron parte del poder de Santiago y de la orden de San Antonio en Europa.
Los enfermos colgaban en las puertas de las iglesias y monasterios las extremidades separadas de sus cuerpos, a modo de promesa por la enfermedad curada, a pesar de perder alguna o todas partes del cuerpo.
Los enfermos “atormentados por dolores atroces lloraban en los templos y en las plazas públicas; esta enfermedad pestilencial, corroía los pies o las manos y alguna vez, la cara”. Comenzaba con un escalofrío en brazos y piernas, seguido de una angustiosa sensación de quemazón.
Parecía que las extremidades iban consumiéndose por un fuego interno, se tornaban negras, arrugadas y terminaban por desprenderse, “como si las hubiesen cortado con una hacha”.
La mayoría sobrevivía, pero eso sí, quedando mutilados y deformados enormemente por la pérdida incluso de los cuatro miembros.
El Hospital de la Orden de San Antonio de Viena, ya bien avanzado el siglo XVII, poseía una abundante colección de miembros, unos blanqueados y otros ennegrecidos, recuerdo de los enfermos que allí habían recibido asistencia.
Los pueblos de norte y centro Europa tenían como base de su dieta el pan de centeno. Al recorrer el Camino de Santiago, su dieta cambiaba ya que en la Europa meridional la base de la alimentación era el pan a base de trigo, por lo que sanaban al llegar.
La orden de los antonianos fue disuelta por Pío VI en 1789 y el convento de Castrojeriz fue clausurado por Carlos III dos años después. En la actualidad quedan unas ruinas que merece la pena visitar.
Al controlar las infecciones, al disponer de mejores técnicas para el cultivo, la cosecha y el almacenamiento de grano, debido a la mejora de la calidad en los procesos de fabricación de pan, el conocimiento de los antibióticos y los antimicóticos lograron eliminar la mayor parte de los casos de ergotismo, pero no todos ellos.
En 1951 hubo un brote en el pueblo francés de Pont-Saint-Esprit, el cual se llamó epidemia del “Pan Maldito” donde murieron cinco personas y doscientas treinta estuvieron afectadas por el Fuego de San Antonio.
Cuentan como de un día para otro el pueblo entró en una locura donde las alucinaciones, casos gastrointestinales y quemazones eran lo común.
Se dice también que los afectados gritaban diciendo que un fuego les quemaba las extremidades, hasta que vieron que se trataba de la contaminación de la harina con este hongo.
Otra variedad, y más común siendo menos agresiva, es lo que conocemos como culebrina, aunque es más un herpes que el Fuego de San Antonio.
En las épocas de gran carestía, la necesidad de alimentos hizo que el instinto prevaleciera sobre los conocimientos, facilitando la aparición de pequeñas epidemias, como la declarada entre los campesinos rusos en el año 1888.
En la región de Wollow en Etiopía a finales del siglo XX y en el XXI ha habido varios brotes, en uno de los cuales hubo 93 casos de ergotismo gangrenoso, 47 de ellos murieron.
En zonas con graves problemas alimentarios y malas condiciones sanitarias, los casos de ergotismo se producen hoy en día porque el cornezuelo se usa para medicamentos, en especial para las migrañas, y un consumo excesivo de ellos puede volver a hacer aparecer el fuego de San Antonio.
Otras hipotesis sugieren que los síntomas fueron similares a la encefalitis, epilepsia o el tifus.
Los rituales griegos antiguos y romanos
Otra teoría popular es que los brotes eran una representación de sectas religiosas parecidas a los rituales griegos antiguos y romanos que estaban prohibidos en ese momento y los bailes serían un pretexto para poder realizarlos.
Justus Hecker, un escritor médico del siglo XIX, lo detalla como una especie de festival, donde se hizo una prueba conocida como “el encendido de la Nodfyr“. Tenían que saltar a través del fuego y el humo para protegerse de la enfermedad.
Bartolomew señala cómo los participantes en este ritual a normalmente seguían saltando y saltando mucho después de que las llamas se habían extinguido.
Muchos coinciden en que la coreomanía era una de las formas más tempranas de histeria colectiva y lo describen como una “epidemia psíquica“.
Las brujas de Salem
En 1976, en la revista científica Science, la investigadora Linnda R. Caporael apuntó que los juicios de brujería de Salem podrían ser causa de una intoxicación. Otro artículo, esta vez de Mary Matossian llegó a la conclusión en American Scientist que podía haber sido una infección por el fuego de San Antonio.
Los juicios de brujería de Salem comenzaron ya que nueve muchachas de este lugar empezaron a convulsionar. Después de los procesamientos del año 1692 en el que los acusados superaban el centenar, diecinueve personas, la mayoría de ellas mujeres, fueron condenadas y ahorcadas. Todo ello se hizo basado mas en rumores que en pruebas.
Ante un incremento de histeria colectiva, en la que aparece como trasfondo el control político, de la religión y el puritanismo, comienza a señalarse a algunas personas como causantes de estos trastornos.
Se cree que pudieron ser casos de ergotismo, porque en sus declaraciones constaban sensaciones de hormigueo en la piel y en los dedos, tinnitus, dolores de cabeza, alucinaciones, espasmos musculares dolorosos, vómitos, diarreas y manifestaciones neurológicas como depresión, manías, psicosis y delirios.
La Dra. Caporael también encontró pruebas de que se cultivaba el centeno en grandes cantidades en la zona. En los registros meteorológicos de ese año hizo frío y hubo mucha humedad, lo que habría favorecido que el hongo evolucionara.
Otros investigadores argumentaron que si la comida estaba contaminada los síntomas se habrían manifestado en toda la familia y no solo en algunas personas de ella, y que el fuego de San Antonio era una enfermedad que conocían y que no habría sido tomada como una posesión del diablo.
Otros respondieron que algunas personas mal alimentadas o con úlceras de estómago serían más sensibles a las micotoxinas del cornezuelo y en algunos casos al tener tan poca incidencia habría hecho que la enfermedad no hubiera sido identificada en un principio.
Además, ante el temor a que los hubieran juzgado por brujería, a ser condenados, torturados y ejecutados, que la gente habría escondido los síntomas de la enfermedad
la investigadora del CSIC María Teresa Tellería, que trabaja como micóloga en el Real Jardín Botánico del CSIC, recuerda otro error habitual: identificar los hongos con plantas. Hasta el diccionario de la RAE se equivoca:
“Los describe como plantas talofitas sin clorofila, cuando constituyen un reino independiente más emparentado con los animales. Es lo mismo que afirmar que las ballenas son peces o que los murciélagos son pájaros”, concluye la investigadora.
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