Monjas y boxeadores
Decía Maurice Béjart (Marsella 1927 - Lausanne 2007) que una bailarina debía ser siempre "mitad monja y mitad boxeador". En el documental de Frederck Wiseman, la por entonces directora artística del ballet de la Ópera de París, Brigitte Lefèbre, recuerda esa cita y la completa diciendo que además, debe ser también "un coche de carreras y su piloto".
A estas alturas nadie pone en duda el grado de resistencia física, disciplina y sacrificio que caracteriza a los miembros de una compañía de ballet. Esto es así y así nos lo viene contando desde hace ya unos años alguna que otra película. Por fin el cine va haciéndole tímidamente hueco al universo de la danza y aunque también se cometen grandes pifias y el tema del sufrimiento iniciado por Darren Aronofsky, a veces se va de las manos (a saber: seguidores de Flesh and Bone sabrán de lo que hablo) no es menos cierto que se empieza a conocer un poco mejor de qué va la vaina en realidad.
La Danza, como también sucede con la más reciente National Gallery, se cuela en el lugar en donde se desarrolla aquello que anuncia (en aquella ocasión, una de las más grandiosas colecciones de pintura, en ésta, una de las más prestigiosas compañías de ballet) y además, lo vende.
Sí: la cámara de Wiseman no concede ni el más mínimo gesto al espectador con un rótulo que indique, al menos, quién es el que habla y a qué se dedica dentro de ese circo que nos muestra. Sólo graba. Inmersión pura en una compañía, "la compañía" pretende decirnos, aunque sea bien cierto que haya otras quizás iguales, seguramente mejores.
Dicen que son odiosas, pero a veces se ha de acudir a ellas: comparar esta película con El esfuerzo y el ánimo no es cosa de apetencia personal (aunque yo haya trabajado con su directora y la admire, sobre todo por ese documental) es que ambos trabajos se estrenaron el mismo año y no es frecuente, no lo es ahora y menos lo era en el 2009.
Además, Arantxa Aguirre se sirve de un esmerado trabajo de postproducción para completar sus películas; pocas cosas me constan más en esta vida. Como espectadora, se agradece.
En dos horas y media de metraje y ningún tipo de ayuda narrativa o hilo conductor, La Danza da cuenta de la agitada rutina de trabajo que mueve al ballet de la Ópera de París, los problemas a la hora de incorporar nuevos coreógrafos a su programa y la selección de bailarines para cada trabajo, sin desatender la extremada jerarquía que impera en la Compañía: diferentes contratos, diferentes roles, diferentes sueldos y una misma edad para jubilarse.
Y será cosa mía, que también he bailado y me he zambullido ocasionalmente en compañías para hacer entrevistas a sus directores, pero a estos chicos del ballet de la Ópera, les pone nerviosos la cámara de Frederick.
De la de Arantxa ni se enteran de que existe, o eso nos parece a los que vemos sus películas, como a los que asistimos a un ballet, que nos parece que no sean monjas boxeadoras las que bailan sino espíritus indolentes.
Y un cuerno.