Son ya tres años de caotización programada y teledirigida de los sistemas y subsistemas de abastecimiento y precios. El desgaste articulado de los factores empresariales y distribuidores ha tenido efecto y se evidencia en un impacto profundo en un contexto económico interno donde se imponen los delitos bachaqueros y la especulación consume aceleradamente el ingreso familiar. La situación empeora con la caída del precio petrolero, dada la alta asociación y dependencia que existe entre los factores empresariales y la renta en divisas. Ahora a bajo precio petrolero, el Estado tiene menos recursos para hacer importaciones y contenciones.
La coyuntura trae consigo una reestructuración del modelo económico todo en el marco de la Agenda Económica Bolivariana. Se asumen pragmáticamente estrategias para reorientar la economía toda, creando espacios de gobernanza, haciendo ajustes y focalizando esfuerzos en la contención de asimetrías. En teoría, el segundo semestre de 2016 puede ser económicamente más amable que el primer semestre en materia de abastecimiento, pero a esta fecha ya hay un impacto pronunciado en la capacidad adquisitiva de la población. Tal impacto es tan profundo que hay que sopesarlo rigurosamente y sin desparpajos. Más importante todavía es considerar los mecanismos para contener la caída en el ingreso real y crear condiciones elementales para su recuperación.
Nos “mexicanizaron” la economía
Permítanme la anécdota personal que voy a relatar. Hace poco estuve en México en un evento político y académico para explicar cuestiones de la coyuntura económica y política de Venezuela. Intenté indagar sobre cómo estaba la cosa por allá, fui acucioso en hacer preguntas a muchos mexicanos sobre cuestiones rutinarias de la economía, en ese país donde hay de todo en los anaqueles y que se supone que “está bien”. Hice unas equivalencias y algunas comparaciones.
Con los ajustes salariales vigentes en Venezuela desde el pasado primero de mayo el salario mínimo es de Bs. 15.051, sumado a esto el beneficio de cestatickets quedó calculado en Bs. 18.585, siendo ese un monto total de Bs. 33.636. En México el salario mínimo (sin ningún otra reivindicación) es de 2.100 pesos. Entonces pregunté algunas cosas, sobre gastos elementales de las familias y me dijeron que “nadie vive con el salario mínimo”, yo me dije que “lo mismo pasa en Venezuela”, pero al entrar en detalle me informaron, en cifras redondas, que llenar un tanque de gasolina puede costar mil pesos (casi un 50% del salario mínimo), el costo de electricidad en una vivienda familiar puede llegar a 400 pesos mensual (un 20% del salario mínimo), el gas doméstico mensual 300 pesos (un 15% del salario mínimo), la factura de agua mensual 250 pesos (12.5% del salario mínimo), sin contar los gastos de renta (alquiler) que son muy distintos de acuerdo al lugar, y este es un dato importante pues gran parte de la población mexicana vive bajo situación de alquiler. En Venezuela estas equivalencias son: por tanque de combustible, más o menos Bs. 400 (1.3% del salario mínimo), electricidad residencial, más o menos Bs. 600 (2% del salario mínimo), agua residencial, más o menos Bs. 150 (0.5% del salario mínimo), gas doméstico, más o menos Bs. 100 (un 0.3% del salario mínimo).
Al ver las exorbitantes diferencias en esos gastos elementales entre mexicanos y venezolanos, tuve que preguntar entonces qué es lo más caro, lo más costoso para la mayoría de las familias mexicanas. Asumí que me dirían que los servicios básicos, pero no. “La comida”, fue lo que me respondieron. Ciertamente la economía venezolana está difícil, pero me pregunté cómo carajo hacen en México que “están bien”, a lo que me respondieron que casi nadie vive con salario mínimo y que es normal que muchos tengan de dos a tres trabajos, asalariados, eventuales e informales. Hay quienes trabajan hasta los fines de semana para cubrir gastos elementales y eso es “habitual” allá.
Al menos en el tema de la comida, nos mexicanizaron la existencia
Hagamos aclaratorias importantes. Hablando de servicios públicos y su asociación a la capacidad adquisitiva de las familias, hay que decir que por ser estos servicios públicos de propiedad pública en nuestro país, y por la propia orientación socialista de nuestro gobierno, el Estado no nos cobra ni el 4% del salario mínimo por ellos. No es el caso de México. Pero la crisis de la capacidad adquisitiva de las familias venezolanas es hoy sin duda “la comida” como conjunto de bienes esenciales. Al menos en ese tema, nos mexicanizaron la existencia. La inflexión dura en los sistemas de precios, llevó la economía familiar venezolana a situaciones idénticas a la de las familias de México, Colombia y la Argentina de Macri. Con lo grave para las familias de esos países de que ellos no tienen las protecciones sociales que todavía tenemos y que la derecha nos quiere quitar. La cuestión es que difícilmente podemos comprender la dimensión real de esto, pues tenemos 17 años viviendo bajo la protección estatal y la guerra económica y la coyuntura toda la perforaron por todos los costados. Por supuesto que nos pega lo que está pasando.
La pérdida en la capacidad adquisitiva real de las familias venezolanas es ahora, entonces, un tema de especial atención. Vapuleada por las mil formas de especulación, son estos últimos seis meses de 2016 donde más se ha sentido el impacto sobre la vida de la clase asalariada. Los sostenes de familia que integran el 60% de la población económicamente activa, en el sector formal, son el foco de mayor impacto en los desbarajustes de abastecimiento y precios. Son tres años de inflación propiciada, de referenciación absurda de precios a dólar paralelo, de boicot a los sistemas de justiprecio, de sabotaje a las redes de productos regulados, orquestados por la gran, mediana y pequeña burguesía, que mediante múltiples flagelos económicos vulneraron más de 14 años anteriores de recuperación progresiva del salario real.
La lucha por la recuperación del ingreso familiar
Hay expectativas favorables a una atenuación y contención de los desequilibrios en materia de abastecimiento para la segunda mitad de este año. Una leve recuperación del precio petrolero, el ciclo de siembra nacional, la inversión focalizada (por acupuntura) en materias primas, las nuevas fuentes de financiamiento, el reperfilamiento de la deuda externa y los ajustes en los sistemas de precios, son muy importantes y en sumatoria harán una contribución tremenda en ese sentido.
Hay en estos momentos un reacomodo de las estructuras y en las cadenas de valor. Se abrirá paso al dólar flotante Dicom dada la imposibilidad del Estado de importar de todo y asignar dólares para todo (incluyendo todas las materias primas para las empresas), lo que quiere decir que en buena parte de los bienes de rotación interna no habrá el subsidio indirecto del Estado, el que hizo posible durante años que se inundara el mercado interno con artículos comprados o asociados a dólar subsidiado. Los ajustes por inflación en bolívares a los precios de los productos también están llegando y seguirán viniendo. Lo que quiere decir que ante una progresiva y eventual recuperación de la regularidad en productos saliendo de plantas, es probable que para fines de este año el principal problema no sea el desabastecimiento, sino la capacidad de consumo de las familias, las socioeconómicamente más vulnerables.
Al día de hoy es bastante difícil para muchas familias comprar alimentos sensibles y sometidos a barbaridades especulativas, especialmente en rubros de la dieta en proteínas animales como carne, pollo, queso, huevos, atún, pescado, cerdo, embutidos. Así que ese es un problema del aquí y el ahora, lo que impone medidas urgentes para la corrección consistente de los causantes de la depresión en los salarios.
Hay dos maneras elementales para la recuperación del ingreso real de las familias. La primera es la vía nominal o los ajustes salariales. De algo podemos estar seguros, el presidente Maduro no dejará de hacer ajustes nominales al salario. Este es un reto para el Gobierno durante este año, dada la caída de los ingresos petroleros. Aunque hoy contamos con la alentadora noticia del aumento enorme en la recaudación interna en bolívares, pues al fin se pagan impuestos en Venezuela -y estos representaron el 90% del presupuesto 2015-. Cierto es también que es más fácil hacer ajustes salariales con una economía con petróleo a 100 dólares y tal cosa no sucederá. Aunque los ajustes salariales se han hecho de manera frecuente, luchan una carrera contra la inflación por especulación. Mientras los ajustes salariales dependen del ajuste matemático del presupuesto y el esfuerzo enorme por “parir” recursos, la especulación galopa enmarcada en un plan político, es irracional y por eso será inalcanzable.
El problema de los alimentos yace en la estructura de distribución
Es por eso que la segunda vía para la recuperación del ingreso real de las familias es la más importante: que la gente pueda comprar sus productos esenciales, de manera segura, confiable y a precio justo. Dicho de otra manera: los nuevos productos regulados que vendrán, circularán más (en teoría), servirán para equilibrar los anaqueles, vendrán más caros, pero hasta seis veces más económicos que los precios bachaqueros, lo cual los hace todavía vulnerables a ser desviados y a entrar en el chorro de la mercantilización y el escamoteo de estos tres años. Lo cual indica que más allá de los ajustes, lo esencial es y debe ser la intervención total de los mecanismos distributivos.
La Agenda Económica Bolivariana debe reconocer la cualidad sustantiva de la distribución como factor esencial sometido al sabotaje. Sin la corrección de este, es imposible que los productos puedan llegar a los hogares en condiciones justas. Para proteger el consumo en los hogares, los CLAP son una respuesta de alto impacto, por lo cual deben expandirse, consolidarse y focalizarse en los grupos socioeconómicamente más vulnerables, allí, donde está la clase asalariada, donde ha pegado más duro la coyuntura. El reto es y debe ser eficientar los mecanismos para que los productos sujetos a regulación (independientemente de si vienen de plantas públicas o privadas) puedan llegar a la población en mayor desventaja.
Buscar productos desviados y escamoteados entre las redes privadas y puestos bachaqueros, si bien es algo necesario (que no debe dejar de hacerse), parece el intento de un aprendiz de karateca en salvarse de una colonia de abejas agarrándolas una por una con palitos chinos, mientras lo pican. El problema yace es en la estructura de distribución. La modalidad alterna de los CLAP es una estrategia más que necesaria y hará una contribución enorme a la contención del problema distributivo, pero hay que abordar también las cadenas de intermediación, las grandes distribuidoras y comercializadoras, donde ocurren gran parte de las desviaciones. Hay que ir al panal. Esto implica que, si bien ha habido recientemente por parte de nuestro Gobierno el apresto para iniciar medidas estructurales correctivas inherentes a la producción, necesario es también que se acuda a medidas coyunturales y correctivas de los mecanismos de distribución.
Entendamos esto como lo que es: una economía signada por la guerra sistemática y articulada contra la población. Para ganarla hay que entenderla, hay que reconocer cada eslabón, cada recoveco y cada espacio controlado por la contra para restarle apresto operacional y poder de fuego. La lucha es por proteger nuestro frente interno, la vida de los humildes y las conquistas sociales alcanzadas en revolución. No entreguemos nuestros logros a los especuladores. Protejámoslos con valentía y creatividad. Hay que sacar los productos del chorro mercantilista de la guerra, fomentando vías solidarias de distribución y sometiendo con medidas coyunturales y contundentes a los factores intermedios. La mejor vía para la recuperación del ingreso familiar es la construcción de la economía justa.