Los médicos del siglo XIX consideraban que, en la naturaleza, las hembras eran siempre el sujeto pasivo y prisionero del sistema sexual. Por ello, conectaban esta interpretación, su posición social, funciones, aptitudes y roles con sus órganos sexuales. Aquello que afectara estos órganos repercutiría sobre su cerebro y la mujer en general, ya sea su predominancia emocional, su aptitud para la crianza, su sensibilidad moral, su tendencia doméstica, su afecto y su pureza natural. Es por esta conexión entre los órganos sexuales y el cerebro que se temía por los "ataques de nervios".
A mediados del siglo XIX, hubo un cambio de paradigma que influyó intensamente en la medicina, pues se decidió encontrar la causa física de la enfermedad. Entonces se hicieron notar las evidentes diferentes entre sexos. Dado que hombres y mujeres se distinguen principalmente por los genitales, podrían servir como punto de partida para sus trastornos específicos. Sin embargo, esta perspectiva convivía con la idea de que la mujer servía principalmente para parir, que el placer sexual rozaba lo patológico y que debía participar exclusivamente en tareas domésticas. El gasto de energía en actividades opuestas a ello, especialmente satisfacer sus propios caprichos o buscar un placer sin finalidad generadora, agotaría a su organismo, masculinizándola, enloqueciéndola y causándole la muerte.
Simultáneamente, el tratamiento en los sanatorios cambió. Hasta entonces había tenido un enfoque moral, con diálogo, actividades y aislamiento, pero tan solo se recuperaba el 5%, mientras los ingresos se decuplicaban. Con la nueva visión de la patología, se podía desechar este tratamiento genérico por uno enfocado en la causas. Entonces se comenzó a ofrecer un tratamiento específico por sexos. En el caso de las mujeres, las enfermedes mentales debían estar relacionadas con sus órganos sexuales. Aunque inicialmente se indicó una conexión a través del sistema simpático, Marshall Hall, Thomas Laycock y Johannes Müller relacionaron los órganos sexuales y el cerebro femenino a través de una compleja relación basada en los reflejos fisiológicos. Por ello, la susceptibilidad femenina a las enfermedades emocionales y mentales era una irritabilidad refleja producida por el caracter inquieto de los órganos sexuales femeninos. La acumulación del impacto de la pubertad, el embarazo, el parto, la lactancia, la menstruación y la menopausia llevaban a la mujer a perder cíclicamente el intelecto, la voluntad y el autocontrol. Esta fue la concepción del concepto del "mente débil" en el ámbito científico.
En el último tercio del siglo XIX, influidos por las teorías evolutivas de Darwin y Lamarck, psiquiatras como Henry Maudsley defendían que la enfermedad mental se heredaba y no había nada que hacer contra ella. Por lo tanto, en los manicomios se abandonó el objetivo inalcanzable de curarse y se optó por un abordaje conservador donde predominaran la comodidad, limpieza y libertad. Paul Broca señalaba que las lesiones cerebrales eran la causa de esta "alienaciones". De esta manera, se interpretaba que un individuo podía tener prácticas perjuiciosas que le causaran una enfermedad mental, pero también que esta sería heredada por su descendencia. La degeneración lamarckiana sería el caldo de cultivo para la eugenesia y serviría para que los profesionales se lavaran las manos tras sus fracasos. Además, James Chrichton-Browne dedujo que la evolución había llevado a los cerebros de los hombres y las mujeres por distintos caminos. Igual que la masa muscular se corresponde con la fuerza, el peso de los cerebros mostraba la superioridad masculina, por lo que se entendía que las mujeres partían con desventaja, como un niño que aún no se ha desarrollado por completo.
Esta visión de las mujeres permitía que aquellas que se alejaran de este esquema ideal femenino se vieran como enfermas, un peligro para la especie, pues esta degeneración podía ser transmitida a su descendencia. Dado que eran el "sexo débil", cualquier sueño de igualdad era una amenaza que empujaría a la especie a la decadencia, lo que impulsó a los familiares a ingresar en sanatorios a las mujeres rebeldes o con actitudes poco femeninas. Esto también influía en su formacion, pues se consideraba que los estudios eran una exigencia excesiva. Por suerte, esta tendencia comenzaría a cambiar en la última década del siglo XIX.
Mientras la psiquiatría optaba por un abordaje conservador, en otras ramas de la medicina se prefirió optar por opciones más agresivas. Al tiempo que la neurología optaba por la electroterapia, los ginecólogos prefirieron recurrir a la cirugía. Charles-Édouard Brown-Séquard argumentó que el daño en el sistema nervioso central podría tener su génesis en la sobreexcitación de los nervios periféricos. El ginecólogo Isaac Baker Brown razonó con ello que la masturbación femenina o excitación periférica del nervio púdico causaba la histeria o las quejas nerviosas. En aquel momento, se creía que la masturbación agotaba la energía nerviosa, poniendo en riesgo al organismo. Gracias a que la asepsia y el cloroformo habían reducido los riesgos de las operaciones quirúrgicas, Baker Brown no tuvo reparos en recurrir a la clitoridectomía en epilépticas, histéricas, paralíticas, discapacitadas cognitivas, ninfómanas, viejas y jóvenes.
Desgraciadamente para Baker Brown, estas intervenciones truncarían su exitosa carrera. Aunque sus procedimientos se contemplaban como excesivamente agresivos y se le reprochaba que recurriera a la intimidación con sus pacientes, la príncipal crítica era que buscara la popularidad con afirmaciones extraordinarias. Para ello, proclamó sus tratamientos infalibles a través de la prensa y los párrocos. Con ello ganó una abundante clientela, especialmente entre las clases pudientes. La comunidad médica comenzó a verlo como un mercenario que desacreditaba la autoridad y credibilidad de la profesion. De esta manera, perdió la membresía del Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra y la Sociedad Obstétrica de Londres. Su carrera no se recuperó y se abandonó el uso de las clitoridectomías.
Fauvel, A. (2014). Crazy brains and the weaker sex: the British case (1860-1900). Clio. Women, Gender, History, (37).
- Scull, A., & Favreau, D. (1986). The clitoridectomy craze. Social Research, 243-260.