Revista Cultura y Ocio

La decadencia de la comunidad

Publicado el 14 agosto 2019 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Pensar a Chile desde adentro es muy difícil para quien ama la tierra que ha cobijado a su gente y a su historia. Pensarlo desde afuera también duele porque siempre queda un pequeño sabor a traición que no se quita leyendo ni escribiendo. Es decir, cuando uno sale del país siente que traiciona a los que se quedan y luchan, pues salir de Chile para cualquier ciudadana (o) que no pertenezca a la oligarquía parece más una huida que una pausa. Es que, aunque Chile venda la imagen de país ordenado, de alumno ñoño, de ahijado predilecto de Estados Unidos, de amoroso pariente de los ingleses y un largo (y no menos vergonzoso) etcétera, no es más que un menesteroso paisaje que se deteriora cada día. Pedro Lemebel supo leer esto y lo expresó en una sentencia más clara: “Si a la masa idiotizada de los chilenos le basta con lo que le da la televisión, me parece que este es un pobre país, porque, aunque seguramente tiene mucho futuro y goza de una prosperidad que se refleja en sus malls y en sus palmeras sintéticas, es un país al que se le está apagando el alma”.

La tristeza se amplía luego de las palabras de Lemebel: es que la sentencia del alma evanescente no puede dejar indiferente a nadie. La práctica descarada de los peores vicios puede lograr que un país tenga tan malos hábitos que ya no pueda disimularlo ni con palmeras sintéticas ni calles bien pavimentadas. Chile, que no es un país sino apenas un paisaje, de acuerdo con el antipoeta, se cae a pedazos por la corrupción, la avaricia, el consumismo, la represión y todos los vicios que caben en una sociedad que se ha sometido a un capitalismo descarnado. Los habitantes de esa angosta y larga franja de tierra ya no son compatriotas, ahora son todos rivales; es que aquel humilde pasillo, llamado también territorio, se ha convertido en una enorme pista atlética donde se debe recurrir a todo tipo de trampas para matar al contrincante y llegar primero a la meta sólo para luego desfallecer. Vivir en Chile es una competencia tan agotadora que cuando se llega a la vejez sólo resta rogar para que se acabe luego la vida. Es que si se llega a viejo la vida se torna muy peligrosa: en un país donde todo es privado, donde por todo se debe pagar y las pensiones son de miseria, la vejez es un lujo que nadie se debería permitir. El único descanso posible, entonces, es la muerte.

Sí, esta última oración puede sonar exagerada, pero la desesperación abunda cuando no se tiene algo real, fuera del espectáculo de las tecnologías, a lo que aferrarse. Cuando se tiene tanto miedo por la integridad propia, se lucha con más fuerza para mantenerla a salvo y eso convierte a cualquiera en enemigo al cual atacar antes de convertirse en víctima. Ir así por el mundo produce seres humanos ciegos ante el otro, deshumaniza. El pueblo se queda solo, tan solo que ya ni siquiera se reconoce como tal. Si las personas fijan su mirada en los ojos de otras y no se reconocen, entonces, sólo hay desconfianza y todo desprecio se acrecienta.

Espera, ¿me dices que esto sucede en todos los países ahora?

Por Cristal


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