Imagen de Human Rights Watch
El hecho sucedió el día 6 de febrero de 2008. Era una mujer que padecía la agonía de su situación por primera vez cuando su esposo murió por accidente laboral en una minería cercana de carbón. Su segundo hijo se quedaba ávido hasta que cerró los ojos por última vez ante la presencia de su madre. Ya no estaba nadie alrededor suyo y la angustia la provocó hacer un acto infrecuente pero demasiado terrible. Partió en trozos el cuerpo de su hijo recién muerto y vendió una parte de ella al comerciante de la carne de cerdo que vivía en el mismo barrio. Con el dinero que recibió, compró 13 kilos de maíz.
Con el sentimiento de culpa intentó regresar a su casa. Pero la noche era muy oscura y las luces de las farolas apenas se encendían que ella deambulaba las mismas calles de manera incontable. No conseguía salir de aquella confusión hasta que unos guardias nocturnos la llamaron para que se identificara. Después se fueron hasta un lugar desconocido para ella. Sin previo aviso. Le quitaron a fuerza los sacos de maíz y la encerraron en un cuarto oscuro. ¿Qué pasa aquí?, preguntó desesperada. Te hemos detenido por el asesinato de tu hijo y vender su carne en el barrio...estarás aquí hasta que digan mis superiores lo que harán contigo.
Desde entonces, nadie sabe sobre la existencia de aquella madre. Algunos apuntan que está encerrado en el campo número 18 y que está obligada a realizar trabajos forzados durante más de doce horas. Su cuerpo también se está debilitando. Apenas puede ingerir el maíz que se reparte a diario y la sopa que se da en la cena no sabe a nada. Quizá este tipo de caso es inusual pero advierten que con la situación que afronta Corea del Norte actualmente estas ocurrencias podrían aumentar si el régimen sigue desoyendo de las peticiones más necesarias de la población. El diario de Corea del Norte