No hay causa que valga uniformarse. Ni tampoco causa, por justa que sea, que no termine devorada por un sistema que ha hecho de la deglución su principal talento: entra un reclamo, sale una remera. Entra un grito, sale un eslogan. Entra una fuerza brotada del subsuelo de las cosas (el alarido de las miles de mujeres masacradas en nuestro país) y sale una plaza llena. Tranquilizadoramente llena. Que no está mal, pero tampoco alcanza. Y tal vez sea ése el verdadero peligro: sucumbir a la fuerza del espasmo. Ser -un día cada 364- la cita políticamente correcta. Sentir que "hemos hecho algo" por las muertas que se siguen apilando detrás.
Fernanda Sández, en "Violencia de género: las batallas que aún están pendientes".
Revista Tecnología
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