Mercenario en Damasco,
costalero en Sevilla,
negro en Nueva Orleans.
Joaquín Sabina
Tengo muy claro que hubiera sido de no ser escritor. No, no se trata de ninguna vocación frustrada. Desde muy pequeño supe que me dedicaría a escribir, que esta era mi vocación y, por ende, mi profesión. Sin ninguna duda. Sin un solo pensamiento a la dificultad que podría entrañar. Escribiría, en periódicos, en revistas. Publicaría novelas, relatos cortos e incluso daría conferencias sobre literatura. Y tal como lo imaginé, ocurrió. Y aquí estoy. Vivo de ello y muy bien, por cierto. Como ya he dicho, es mi vocación y es mi profesión, casi diría que mi sacerdocio.
Pero hablo de alternativas a esta vida que llevo hoy. Hablo de esos momentos en los que, sin que necesariamente exista un atisbo de frustración, todos pensamos en otra vida distinta. Otra mujer, u otro hombre, otra ciudad, u otro país, otra profesión, u otra vocación. Esos momentos de fantasía en que te ves, no convertido en otro, sino en ti mismo, pero diferente.
Esta profesión de la que hablo es la de Tenedor de libros. Sí, eso mismo, el señor que se encarga de llevar al día los libros de contabilidad. Ahí estoy yo, sentado en un sillón de cuero, frente a una mesa clásica color caoba, con la escribanía de cuero repujado, el tintero y las plumas de ganso para escribir, con letra pulcra y clara cada asiento en su libro correspondiente. Los manguitos protegiendo los blancos puños de mi camisa. La visera protegiéndome la vista de la luz de la lámpara que se proyecta sobre la zona de escritura. Los libros, de Miquelrius, por supuesto, en sus correspondientes cajones y bien ordenados. El libro Diario, el libro de Mayor, el libro de Actas, el de Efectos comerciales a pagar, el de Efectos comerciales a cobrar, etc., etc., etc.
Me parece apasionante ese mundo. Cada movimiento registrado en un asiento con letra clara y preciosista. Los números, igual de claros y bellos, alineados en su correspondiente columna: debe, haber, saldo; para poder ser sumados sin ninguna dificultad. Balanceando mensualmente y cruzando una recta y sencilla línea diagonal para igualar ambas columnas y que no se pueda añadir ningún asiento una vez cerrado el mes, con su: suma y sigue al pie y al volver la página, encabezarla con la correspondiente: suma anterior.
Le he dado muchas vueltas a este interés mío por este mundo de la Teneduría de libros y creo haber llegado a una conclusión. Ya sé que muchos pensarán que es el clásico deseo antagónico. Como se dedica a una profesión creativa, imaginativa, poco convencional, su alter ego le lleva a buscar su antípoda; algo rutinario, disciplinado, tradicional. Nada de eso, al contrario, se trata de dos profesiones similares, con sus diferencias que duda cabe, pero similares. Al fin y al cabo las dos se desarrollan de igual manera: escribiendo.