Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
La democracia burguesa es el instrumento más eficaz para la dominación capitalista, tan eficaz que sustituye la función de la religión, de la superstición. Ahora el “pueblo” es su propio fetiche. El llamado pueblo funciona como un dios: Nadie sabe dónde está, pero todos lo convocan. Tiene sus sacerdotes, son los más audaces, los que hablan en su nombre. Posee su altar, “la calle”, que nadie sabe qué significa en realidad, dónde se encuentra, puede estar en cualquier lado. Ejerce su propia liturgia, las procesiones de los activistas que marchan instintivos, los coros insensatos. Está rodeado de esperanza, el “sabrá qué hacer” es como un mantra que esperamos resuelva los problemas. Así el dios se funde con la grey, es la misma grey, responsable de liberarse y al mismo tiempo esclavizarse, víctima y verdugo, su propio sepulturero. De esta manera la burguesía, el capitalismo, consiguió una fórmula magnífica de dominación, en ella cabe todo, desde asesinatos de herejes, hasta venta de repúblicas, la violencia sólo aparece en pocas ocasiones, el mismo dios se encarga de someterse, es su propia cadena. La democracia opio de los pueblos tiene sus mandamientos, como cualquier religión: Uno, debe fragmentar a los dominados, impedir que se reconozcan como cuerpo, organismo, como sociedad. Esta es la clave de la democracia burguesa: fragmentar dando la imagen, la sensación, de integración. Dos, debe proteger por sobre todas las cosas a la propiedad no social de los medios de producción. Tres, se puede disentir todo lo que se quiera, berrear y gritar, pero no se puede atentar contra los dos mandamientos anteriores, hacerlo es anatema que conduce a la crucifixión. Pero el hombre es un animal social, lo dijo un gran filosofo hace milenios, entonces ¿cómo hacer para instaurar la fragmentación sin sumir al hombre en la demencia? La respuesta está en la apariencia, aparentar agrupaciones que nublen la pertenencia a la sociedad, sustituir la conciencia de sociedad por la inconsciencia del egoísmo grupal, de esta manera el club sustituye a la sociedad, la pertenencia al Caracas, al Magallanes, al Boca Juniors, al Barcelona, nubla al todo social, la militancia en el partido cual o tal sustituye la pertenencia a la humanidad. Así funcionaron aquellas “sociedades de vecinos”, y funcionan hoy las “comunas” y los “controles obreros”. Y así va el mundo bajo el manto de la nueva religión, peleando, simulando, pero sin salirse del catecismo, el que lo haga es aplastado por la furia de los heraldos negros, invadido, asesinado, todo es aceptado para preservar la religión. Algún día regresará la sensatez, y el humano dejará la falsa religión, algún día la humanidad se reconocerá a sí misma, y se cumplirán los mandatos “amaos los unos a los otros” y “Patria es humanidad”. Desde ese momento todos viviremos como hermanos, “todos por el bien de todos”. Acercarnos a ese instante es la labor de la Revolución y de los revolucionarios… lo demás es floripondismo.Revista América Latina
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