Parece que por fin han soltado al morlaco. El pleno del autonómico catalán daba el pistoletazo de salida para iniciar la llamada desconexión. Ahí es nada. Vaya por delante que a mi modo de ver cada uno puede montarse el asunto como quiera. Respetando a los demás. Pero como quiera. España no existía hace unos siglos y no tiene por qué seguir existiendo, si sus ciudadanos así lo quieren. Todos. Es importante el matiz. Todos.
Como hemos llegado hasta aquí, es bien sabido. Gobiernos generales o autonómicos, que han dado en el clavo de la bilis, para demagógicamente, cuando no mintiendo directamente, han presentado sus argumentos, buscando la víscera, antes que el cerebro. Y con buen resultado. Para eso, los defensores de los Estados son todos muy parecidos.
A mi me preocupa solo una cuestión. No es la territorial. No. Es la personal. La de la mayoría de la población – recordemos que atendiendo al número de papeletas, son más los que votaron las posiciones unionistas que independentistas – que no se siente cómoda con este asunto. De ahí mi matiz anterior. El mayor quebranto del proceso separatista no es el que claman los nacionalistas españoles, tan enfervorizados y radicales como los catalanes. El mayor quebranto es el rodillo que pasa por encima de las voluntades individuales de los catalanes españolistas. Y no porque yo esté de acuerdo con unos u otros – si hubiera un 100% de catalanes que se quisieran separar de España para formar la república catalana que proponen CUP, allá ellos – si no porque la democracia, ley d’Hont mediante, tiene estas cosas. Los hechos demuestran como la voluntad de la mitad se lleva por delante la voluntad de la otra mitad.
No se en que quedará el asunto. Quizá esto le venga bien a Mariano para recuperar terreno frente a los comicios que vienen. A lo mejor a alguien se le ocurre que es momento de planteamientos transterritoriales. A saber. Lo que me queda claro de todo este embrollo es que la democracia, sin la garantía del respeto a la libertad individual, no es más que otra dictadura. La dictadura de la mayoría. Y la mayoría no tiene por qué tener razón. Que se lo digan a Galileo.
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