Revista Comunicación

La democracia cautiva

Publicado el 27 enero 2010 por Jackdaniels

A lo largo de la reciente historia, la tan cacareada democracia, convertida por arte de magia en el sistema político adalid de la libertad individual, la justicia y la igualdad, ha dado muestras más que de sobras de que está al servicio de un régimen económico determinado, el capitalismo, y que el supuesto poder que tiene el voto ha derivado poco más o menos que en un acto testimonial apenas necesario y para nada determinante o influyente.

Hoy en día, en lo que denominamos grandilocuentemente sociedades avanzadas en el mundo occidental, la democracia está vacía de contenidos y son la economía y las leyes implacables del mercado quienes marcan la pauta de nuestras vidas cotidianas sin que apenas podamos hacer nada para evitarlo.

Desde que Estados Unidos se postulara como potencia mundial tras la Segunda Guerra Mundial y alcanzara su grado máximo de hegemonía con la finalización de la guerra fría, la caída del Muro de Berlín y la globalización de la economía el mundo se ha hecho un disfraz a imagen y semejanza del guía que marca el rumbo del velero.

El resto de países y las organizaciones internacionales creadas desde entonces no son sino el reflejo en la otra cara del espejo de la matriz americana, que se reproduce cacofónicamente sin que nadie se atreva ni siquiera a discutir si es lo más conveniente y acertado. Hemos asumido con resignación que la ley del dinero es la que gobierna nuestras vidas y ya nadie parece estar dispuesto a luchar contra ese precepto cuasi divino.

Observamos impasibles cómo organismos como el Fondo Monetario Internacional implantan a cualquier precio sus leyes inmutables sin importarle las terribles consecuencias que puedan acarrear a las poblaciones de los territorios donde se aplican y lo aceptamos como si de plagas bíblicas se tratase contra las que nada podemos hacer.

Todo este proceso está convenientemente aderezado con gruesas capas del barniz del pensamiento único propagado a través de los medios de comunicación, cómplices necesarios para la erradicación de todo debate y la eliminación del conflicto social de las agendas informativas, ofreciéndonos a cambio un tsunami de banalidades y una especie de entretenimiento anestésico encargado de generar en las masas la dosis de olvido necesaria mediante la proliferación de impactos visuales que penetran en nuestras mentes con la misma rapidez que salen.

Nos hemos convertido en polvo, mucho antes de la muerte, que viene con la misma rapidez con la que se va. No perdemos el tiempo en analizar, en profundizar en la información, en retener lo valioso. Porque, siguiendo las pautas de la sacrosanta ley que nos gobierna, el tiempo es oro y el vil metal aúreo no está como para perderlo.

Hoy la democracia está más cautiva que nunca por algo tan inmaterial como el dinero, aunque para ello haya sido necesario tirar a la basura más de dos mil años de historia y conocimiento del ser humano. Mientras, ahí seguimos, inmutables frente a la incandescencia adictiva del televisor.



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