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La democracia está sobrevalorada

Publicado el 13 mayo 2019 por Esti @estipuntobpunto
¿He batido mi propio record en la categoría holgazana-que-dice-que-mañana-mismo-actualiza-y-de-repente-resulta-que-han-pasado-sesenta-días? No lo sé, me da pereza comprobar el archivo del blog. A mi favor diré que he tenido unas semanas muy complicadas: he tenido obras en casa. Que mi casa tampoco es El Escorial, las obras duraron diez días, no dos meses, pero esa no ha sido la única excusa circunstancia que explica tantos días sin escribir. Hubo otra. Las elecciones del 28-A. Ahora os preguntaréis: ¿es que me he metido en política o quizá en estadística?, ¿trabajo para Tezanos y me he pasado las semanas previas llamando por teléfono a la gente para preguntar su intención de voto?, ¿era yo candidata de algún partido? Peor aún: fui presidenta de mi mesa electoral.
La democracia está sobrevalorada Aquí la prueba.
Todo comenzó cuando un muchacho llamó a casa diciendo que era de correos y yo cometí el primer error: abrirle. Recogí mi notificación y firmé, pero dentro de la carta solo avisaban de que yo era suplente de vocal o presidente. Polisuplente. Todo el mundo me dijo que no me preocupara, que era una putada faena porque el domingo me tocaría madrugar pero en cuanto formaran la mesa electoral me mandarían a casa. "A mí me pasó eso en las últimas elecciones", "a mí en unas europeas, creo", "yo fui con resaca, me mandaron para casa y me volví a meter en la cama". Eso me decía la gente. Segundo error: creerles.
Yo me leí la notificación por encima con detalle, contaba con una semana para demostrar documentalmente alguno de los poquísimos motivos que excusaban de presentarse en la mesa. Cosas del tipo: me caso justo ese día y aquí tiene usted mi lista de bodas, el presupuesto del catering y la factura del vestido de novia. De mi profunda lectura deduje que en esa semana también enviarían por correo un librito con las instrucciones para ser presidente/vocal en la mesa electoral. Pasó la semana, yo no recibí nada en el buzón y, cuando llegó el domingo, me levanté, cogí un par de mandarinas (por si acaso) y, sin tomar un café siquiera (tercer error), me fui al colegio electoral. Imaginad mi cara cuando estoy frente a la mesa, resulta que el presidente no está, nos dicen que en ese caso lo que hay que hacer es abrir la caja donde están todos los documentos, los abrimos y ahí está mi nombre como presidenta de la mesa. "Pero si a mí no me mandaron el librito", dije yo. Dio igual.
Afortunadamente, los apoderados e interventores de los partidos que andaban por ahí pululando nos ayudaron con nuestras dudas (¿dónde coño está el papelito ése que piden algunos para justificar que van a llegar tarde al trabajo porque están votando?, ¿se puede votar con dni caducado?) y empezamos.
En la tele dijeron que la participación fue altísima. Ya os digo yo que sí. Intentaba mandar un whatsapp para mandar a la mierda contar a todos aquellos que me dijeron que al final me volvería a casa que no, que estaba presidiendo la mesa, y no podía ni acabar una frase porque venía alguien a votar.
Con tanta gente, las primeras doce horas fueron entretenidas. Además, que vivo en la Latina, y eso significa actores votando y los vocales y yo cotilleando. Vino Cristina Castaño (a la que todos habíamos visto por el barrio con dos perritos patada), Javi Rey (que con su belleza casi provoca un soponcio a la segunda vocal), Amparo Pamplona (actriz de doblaje y madre de una que salía en "Aquí no hay quien viva", dije yo), Pili de Pili y Mili... También vino una cantidad indeterminada de gente despistada que no sabía si la nuestra era su mesa; otro buen grupo de gente que votaba y daba una palmadita a la urna como si le dijera "no me falles, tía"; y otros que nos daban ánimos. Que muy bien eso de los ánimos, ¿eh? pero para la próxima menos ánimos y más botellas de agua, bocadillos de lomo con queso, bolsas de risketos, lo que sea. Desde aquí me comprometo a que en las próximas elecciones yo sí llevaré algo a los de la mesa.
Las primeras doce horas fueron entretenidas, sí, pero qué calor hacía. No teníamos una triste ventana cerca y la decoración de la sala era, cómo decirlo, espantosa kitsch.
La democracia está sobrevalorada Stephen King estudió en el colegio San Ildefonso y este cuadro le inspiró para escribir "It".
A las ocho de la tarde se cierra el colegio electoral y llega el momento de contar los votos. Primero los votos por correo (comprobar que tienen la tarjeta censal dentro, abrirlos, meterlos en las urnas, así cincuenta veces porque había cincuenta votos por correo). Luego la urna del Congreso. Se separan los votos por partidos, se cuentan, se revisa que coincida con lo que se ha ido apuntando y entonces, ¡oh drama! resulta que no cuadra. A volver a contar, a volver a revisar. Luego la urna del Senado. Una cosa os voy a decir a los que votasteis a un candidato de cada partido: sois malas personas. Porque para contar el Senado había que: hacer dos montoncitos separando a quienes habían votado a un partido en bloque y por otro lado a los que habían votado nominalmente a uno de aquí y otro de allá. Luego contarlo todo y luego añadir, uno a uno, los votos nominales. Para entonces ya era la una de la madrugada y me entero (yo no me leí el librito con las instrucciones, ¿recordáis?) de que yo, como presidenta, tengo que llevar un sobre con actas varias a una sede judicial. Tras un momento de pánico consistente en pensar que me tenía que ir hasta Plaza de Castilla hasta que me dijeron que no, que había una sede en la calle Mayor, para allá que me fui.
Qué imagen aquella. Un montón de presidentes de mesas electorales de la zona centro, con nuestros sobres en la mano, caras de agotamiento. The walking dead. Hablamos entre nosotros y yo comento que espero que ahora no abran el sobre y comprueben porque fijo que me he dejado alguna cosa. Frente a nosotros, uno de seguridad o un policía (yo qué sé, tenía mucho sueño, no me acuerdo) nos escucha. Llega mi turno, doy el sobre, firmo no sé qué cosas (¿he dicho que tenía sueño?) y me dicen que me puedo ir. El policía (segurata, yoquésé) me sonríe y me dice: ¿ves como ya está? Lo mismo el chaval hasta estaba bueno y aquello hubiera podido ser un principio de comedia romántica, pero quién quiere amor pudiendo irse a su cama a descansar...
Cuando llegué a casa me esperaba esto:
La democracia está sobrevalorada ¿Alepo? No, mi casa. 
Y todo esto por 65 euros. Si echáis los cálculos sale a 3.80 euros la hora, que está mejor pagado coser balones para Nike en una fábrica en Vietnam.
Una cosa os digo: la democracia está sobrevalorada. Consideremos otras opciones, que a lo mejor hemos rechazado muy alegremente. Las dictaduras no están tan mal, tienen sus ventajas, como no tener elecciones, por ejemplo. O también podemos recuperar las monarquías absolutistas, con sus cetros de oro, sus capas de armiño y ni una sola urna.
Y vosotros, ¿sois más de dictadura o de monarquía absoluta?, ¿habéis sido alguna vez vocales o presidentes de mesa?, ¿a que no sabéis que vi en mi buzón el lunes justo después de las elecciones? Sí, lo habéis adivinado: el puto librito.

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