Revista Opinión

La Democracia según Weber y Marx

Publicado el 29 enero 2015 por Polikracia @polikracia

Conforme el estudiante de sociología se adentra en el sinuoso sendero de la enseñanza de la materia sociológica se le muestran dos corrientes principales (dentro de las innumerables distinciones que se puedan hacer, como micro-macro, conflicto-consenso, acción-estructura, etc) representadas por dos de los clásicos de la sociología: Max Weber y Karl Marx. De hecho, este primero se utiliza como arma arrojadiza hacia el segundo, como “golpe de realidad” frente a “los utópicos caprichos marxistas que, idealistas ellos (¿?), pretenden cambiar la sociedad”. El estudiante de sociología ha observado probablemente por parte de algún profesor la identificación de éste con las ideas weberianas, a modo más bien de “contra-identificación” o identificación en oposición a Marx.

Así pues, a través de toda esta serie de incomodidades académicas Max Weber se me presentaba como el hermano mayor de Marx, corrigiéndolo en sus aventuras temerarias de la redistribución y blandiendo la bandera de la democracia frente a la dictadura del proletariado (¡qué término tan feo!). No obstante conviene, más aún en un terreno tan fértil como es el de la teoría de la democracia, acudir a las fuentes primarias, a los escritos originales y dejar a un lado, al menos analíticamente, las opiniones y los comentarios de terceros. Este breve artículo se propone por lo tanto aproximarse a los escritos originales de Marx y Weber sobre la democracia y hacer una breve comparación sobre sus definiciones de la democracia.

El pensamiento de Karl Marx, que es uno de los que más se ha escrito durante el siglo XX y sigue siendo muy actual, se caracteriza por una firme crítica de tipo materialista y económica al sistema capitalista, así como a todos los instrumentos de dominación de la clase dominante que en el siglo XIX comenzaban a perfilarse. A lo largo de su vida, Marx criticó la democracia burguesa que existía entonces (sufragio restringido, imperio de la ley pero a la vez restricciones de libertades muy fuertes, persecución de partidos políticos etc) y se adelantó a las primeras formas de democracia liberal de sufragio universal explicando que nunca sería completa si se seguía basando en el sistema capitalista de explotación. Esto significa que se pueden hacer políticas redistributivas para paliar desigualdades y puede haber participación de la gran mayoría de la sociedad en el proceso de elección de representantes pero al existir un cisma estructural en torno a la explotación por parte del propietario de las fábricas, transportes y medios de producción sobre los asalariados y trabajadores, nunca podría deshacerse de esta dominación que convierte a la sociedad capitalista injusta y desigual por definición. Engels sumó a esta explicación el carácter positivo pero no cualitativamente significativo del sufragio universal, que funcionaba como un “termómetro social del nivel de concienciación de la clase obrera”.

Una vez entendido qué NO significa democracia para Marx podemos centrarnos en lo que SÍ que define para él la democracia. Para ello, recurriremos al único texto donde Marx analiza la única experiencia de “democracia obrera o democracia directa” que pudo constatar a lo largo de su vida: la Comuna de París de 1871, que analizó en La Guerra Civil en Francia. “Democracia” para Marx significa fundamentalmente una sociedad sin clases (sin contradicciones ni explotaciones antagónicas que dividen una sociedad) que imita el modelo asambleario piramidal que surgió en la Comuna de París. Este consiste en la elección desde una asamblea de base de delegados revocables en cualquier momento (por lo que existe el mandato imperativo, principio básico de una asamblea) que representan las decisiones tomadas por consenso o en su defecto mayoritariamente a un nivel asambleario superior. Por ejemplo, una asamblea de vecinos que manda delegados a una asamblea municipal, de la asamblea municipal a la regional y de la regional a la nacional. Se crearía de esta manera una Federación de Comunas.

Por otro lado, estos delegados no pueden ser vitalicios o imprescindibles: cualquiera puede estar en un cargo administrativo de la política (que no político, ya que según Marx en una sociedad sin clases es el fin de la política) negando de esta manera la reproducción de élites parlamentarias con sus intereses particulares. Esto se consigue mediante la equiparación del salario del obrero y del funcionario político para que no exista el arribismo. Se propuso también el turnismo en los puestos administrativos con respecto a los puestos de trabajadores manuales, para no crear contradicciones de tipo trabajo intelectual-trabajo manual.

Otro elemento interesante es que el poder ejecutivo y el poder legislativo se centralizan en la Asamblea Nacional por lo que no hay conflicto de intereses. Además, fijándose en la experiencia parisina, Marx propone la revocabilidad en cualquier momento no solo ya de los políticos sino de cualquier funcionario: esto incluye a la Policía, los Ejércitos (que pasan a ser no profesionales, a ser milicias populares que rinden cuentas al pueblo) y la judicatura. No obstante cabe recordar que estos elementos y consideraciones no nacieron de la cabeza del pensador alemán sino que fueron las lecciones directamente aprendidas de la Comuna de París, primera experiencia de gobierno obrero. Marx se oponía a las ideas preconcebidas sobre el futuro, a la ingeniería de los futuros que ejercían Fourier, Owen o Saint-Simon para crear una sociedad perfecta de laboratorio. Este pensamiento chocaba frontalmente con el método materialista de Marx que analiza las condiciones reales.

En la obra de Weber (fundamentalmente en Economía y Sociedad) podemos encontrar numerosos comentarios y referencias hacia la democracia que fundamentalmente defienden el modelo de democracia liberal alemán, basado en un liderazgo fuerte y una gran estabilidad ejecutiva. Weber toma de Marx una muestra ínfima de su pensamiento cuando acepta que existen clases en la sociedad alemana del siglo XIX pero considera que no se definen por un componente económico sino ocupacional y que no hay contradicción ni explotación de una clase dominante con la dominada. Se le suele encajar dentro de la escuela “elitista” al basar sus análisis de la democracia en las élites parlamentarias que gobernarían al resto de personas: en vez de centrarse en la separación de clases económicas, Weber desplaza la separación a la esfera política: diferencia dos grupos fundamentales en la sociedad (la élite parlamentaria formada por líderes adheridos a partidos políticos que juegan un papel esencial en el funcionamiento político y la masa de votantes).

Por otro lado, Weber fundó la actual idea dominante acerca de la democracia directa, que explica que sólo puede aplicarse en ámbitos locales, por un grupo socialmente e ideológicamente homogéneo y que generará mecánicamente inestabilidad política, negando de esta manera cualquier tipo de perfeccionamiento de las arenas parlamentarias. Tan lejos estaba de cualquier posicionamiento optimista o progresista de la democracia que se centró en el reforzamiento de la idea de democracia como la “elección de líderes carismáticos”, como una separación natural y blindada entre los representantes y representados, fraguada a causa del “carácter emocional de las masas” (un sutil eufemismo de la ignorancia de la plebe) que son incapaces de diferenciar entre políticas diferentes y sólo pueden diferenciar entre líderes. La “democracia” funcionaría por lo tanto como una dictadura electa (sic), con un grado mínimo de responsabilidad política ya que estos representantes no dependen del electorado sino de los centros de lealtad que son los partidos políticos (responden por lo tanto al mandato de partido, dentro de la lógica de los partidos que impera en el Parlamento). La democracia funcionaría de esta manera como el mercado: permite depurar a los líderes más débiles y en el que ganan los más fuertes.

Tomar a los pensadores aisladamente y no relacionarlos con su contexto es un fallo analítico muy grave. Weber creció en un proceso de fortalecimiento del aparato ejecutivo y del Estado alemán, sirviendo de apoyo ideológico de dicho sistema liderado por Bismarck. Aquí se ve la correspondencia entre sus propuestas elitistas y el modelo de liderazgo que se intentaba implantar en una Alemania sacudida por la crisis, por la Primera Guerra Mundial y por los movimientos obreros (entre ellos la Revuelta Espartakista). Frente a la propuesta consensuadora y anti-belicista de la República de Weimar, Weber y sobre todo los alumnos de Weber (como Schmitt, Spengler y Sombart) conformaron el corpus ideológico de la exaltación de la seguridad, el liderazgo y la élite prusiana que prepararía el terreno intelectual para el liderazgo de Adolf Hitler, razón por la que la izquierda alemana y europea fue muy crítica con sus postulados y lo que representaban en su contexto histórico (subrayando sobre todo su firme anticomunismo y la defensa de la política agresiva de imperialismo alemán).

Como hemos podido comprobar con estos breves apuntes, la fama precede al significado de los textos originales de estos pensadores recalcando sólo algunas de sus facetas (dictadura del proletariado contra defensa de la democracia) y aplicando una amnesia selectiva en otras. Es necesario deshacerse de los prejuicios, más aún si son inculcados a base de comentarios “académicos”, para comprender el papel y el pensamiento de los clásicos de la Sociología y colocarlos en el lugar donde deben ser colocados.


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