“¿Por qué me siento triste? Es una pregunta que muchas veces me repito. Lo tengo todo: una familia que me quiere, un marido que es un tesoro, un hijo que lo vale todo y otro en camino… Por ello aún me siento peor cuando veo todo lo que tengo y que no hay motivo aparente…”.
La sensación que describe Paola, de Madrid, no corresponde a un mero estado de ánimo persistente, sino a una depresión, un trastorno mental cada vez más frecuente que afecta a más de 350 millones de personas en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“Hay momentos que no son nada fáciles: ni uno mismo sabe por qué se encuentra mal –continúa Paola-: en mi caso, estar con grupos me produce ansiedad, incluso con mi familia…, en cambio otras personas sienten la necesidad de tener gente a su alrededor; la depresión no es para todo el mundo igual”.
Aunque puede haber distinto número e intensidad de síntomas, el psicólogo Eduard Fonts explica que quien padece depresión “pierde las ganas de vivir y de relacionarse, y todo lo vive como una obligación y una exigencia que se le hace difícil de asumir y de llevar a cabo”.
De hecho, la depresión es actualmente la principal causa mundial de discapacidad. Provoca a menudo un gran sufrimiento, y la alteración de las actividades laborales, escolares y familiares. La OMS le atribuye un millón de suicidios al año.
Paola reconoce las limitaciones que conlleva –físicas y mentales-: “Procuras hacerte cargo y adecuar tu vida a las circunstancias, pues cuanto más te empeñas en negar, más difícil se te hace… y también llegan preguntas: ¿por qué yo? ¿qué pasa, Dios no me escucha?”…
Luis, un economista de Barcelona que sufrió depresión con recaídas durante más de veinte años coincide en destacar la importancia de aceptar la enfermedad.
“Viajé mucho: pensaba que los problemas se encontraban en los lugares, en el entorno, pero me di cuenta de que estaban en mí, los ponía en la maleta y los iba llevando” explica.
“Todo lo veía negro y echaba de menos sobre todo la esperanza –recuerda-. Piensas que has hecho algo mal, pero eso no es real y hay que quitarlo de la cabeza cuanto antes”.
De su experiencia, ha aprendido que no hay que tapar la enfermedad: “No hace falta llamar al trabajo diciendo que estás resfriado, tampoco llevar escrito en la frente que eres depresivo”, bromea, y añade con semblante más serio: “Las heridas se han de oxigenar, es así como se curan”.
El psicólogo Fonts atiende esas heridas psíquicas en el seminario “Curar heridas, rehacer la autoestima” que imparte en la Cueva de San Ignacio de Manresa en Bracelona, España.
Este trabajo parte de la base de que “nuestro mundo interior está lleno de muchas fuerzas inconscientes, como un baúl de experiencias desordenadas que se han ido acumulando a lo largo de los años a partir de dolores, pérdidas, desengaños, también penas y tristezas, retos y complejos… que sin querer se han ido mezclando y quedando escondidos dentro sin que nos demos cuenta ni sepamos por qué, pero que condicionan nuestra vida y nuestras relaciones y elecciones, por ejemplo a la hora de gastar un dinero o de encontrar pareja o de vivir con más confianza o recelo las relaciones, incluso la relación con Dios…”.
El psicólogo explica que “de ahí viene la importancia de trabajar nuestras heridas, aquellas experiencias que nos hicieron daño, que –podemos ser conscientes de ello o no- han determinado y determinan en gran medida nuestra vida”.
De esas experiencias, advierte, “lo que se resiente es la autoestima, la imagen que tenemos de nosotros, cómo nos percibimos y por tanto cómo encaramos los retos, dificultades y alegrías de cada día”.
“Es como las heridas en una pierna: cuantas menos tengamos, mejor caminaremos y tendremos más confianza para correr, pasear o incluso trepar”, añade.
El apoyo psicosocial y el tratamiento psicológico pueden ayudar, pero los casos de depresión moderada y grave suelen requerir además una medicación.
“Como con cualquier otra enfermedad, a veces hay que seguir un tratamiento” -destaca Luis-. Algunas personas me decían que no, que era cuestión de fuerza de voluntad o lucha, pero precisamente esto es lo primero que se pierde, y resulta doloroso que te lo digan…”.
Todavía a muchas personas les cuesta entender esta enfermedad. “Muchas veces se la pone en el saco de la pereza, o del tratar de evitar conflictos y querer escaparse de los problemas, y como no se entiende, se critica con dureza –explica Fonts-.
Por otra parte, las enfermedades psicológicas dan tanto o más miedo que las fisiológicas y tenemos tendencia a despreciarlas o ignorarlas y además, la sociedad no las acepta demasiado y todavía hoy están mal vistas”.
Sin embargo, añade, “actualmente ya se acepta que una persona vaya al psicólogo y esto también evita que se hagan crónicas algunas situaciones muy dolorosas que hacen sufrir mucho, a veces en silencio y en soledad notables”.
Tras su larga experiencia, Luis asegura que “hoy hay muchos tratamientos eficaces para la depresión y se puede llevar una vida normal: sentimental, laboral, social,…”.
En este sentido, Fonts advierte que la fe puede ayudar pero no lo soluciona todo, como no soluciona la falla en un vehículo o una gripe.
“Uno de los errores que se suele cometer es creer que con la fe no nos pasará nada, pero cuando uno tiene pocas ganas de hacer cosas o de enfrentarse a la realidad dura de cada día, esta idea puede llevar a un sentimiento de culpabilidad”, señala. “La depresión no responde a lógicas racionales o espirituales, sino a motivos psíquicos no siempre suficientemente conocidos y aceptados”, añade.
“Si se me permite –indica-, no queramos arreglar con creencias o razones espirituales el huerto de casa, la relación de pareja… o una enfermedad psicológica”.
“Claro que nos puede ayudar en ciertos momentos tener una esperanza sólida, pero si nos aproximamos un poco a la depresión podemos darnos cuenta de que la persona se queda tan hecha polvo, que vive una oscuridad y unas tinieblas que afectan a todas sus creencias, actitudes, recursos pastorales y sentido de vida sin que sepa o pueda hacer nada para cambiarlo”, subraya.
Respecto a las causas de este tipo de sufrimiento, Fonts explica que puede venir por razones internas y a menudo no conocidas y por situaciones externas duras y difíciles de asumir y de poder elaborar mentalmente. Incluso reconoce factores más fisiológicos y químicos que inciden en una depresión.
Más que buscar culpables, el psicólogo prefiere hablar de “causas o situaciones que han desbordado a la persona y que no puede asumir”.
Paola recibe la fe como un destello de luz en la oscuridad. “Si no fuera por la fe, no estaría hoy aquí –confiesa-: por la fe sé que Dios me cuida, que está a mi lado y me lleva en brazos, y eso lo noto en el día a día, no hacen falta cosas extraordinarias: son las miradas de mi marido, la sonrisa de mi hijo, …”.
Para Luis, “la fe se hace muy vivencial: no es tanto conocimiento, sino experiencia”. Subraya que “quien tiene fe, tiene que aceptar la enfermedad como la piedra acepta el cincel del escultor: pasas entonces de tener toda la tristeza del mundo a tener energías limitadas pero una vida por vivir”.
Echando la vista atrás, este barcelonés reconoce que tiene cosas que agradecerle a la depresión: “Me ha permitido tener una relación más profunda con Dios –afirma-. Desde la depresión puedes conectar directamente con la humanidad de Cristo, que también está herida, con el corazón humano de Cristo, que está herido por nuestras injusticias”.
“Con la depresión, la familia sufre, se desordenan muchas cosas, entre ellas la relación de pareja –reconoce-. Pero al mismo tiempo he recibido el acompañamiento de mi madre y de mi mujer y he experimentado la importancia de la maternidad, su carácter protector”.
Además, explica que pasar por esta enfermedad le ha ayudado a tener un trato más profundo con los demás: “A través de los ojos de una persona puedes ver si ha sufrido”, dice.
Y concluye: “No disfrutas de algunas bendiciones de Dios como puede ser la salud, pero sí de ver con alegría otras realidades”.
Fuente: Aciprensa