Las crisis económicas y las paranoias identitarias -la patria en peligro y la nación ultrajada- son el caldo de cultivo para el auge del autoritarismo. Las minorías que ven perder sus privilegios azuzan, con el látigo mediático, a sectores de clases medias y sectores populares para que sientan como ellos. Puede parecer estúpido que un trabajador piense igual que un gran empresario en asuntos donde está en juego mantener el privilegio de las minorías o mejorar la vida de las mayorías, pero en los momentos de crisis, cuando lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar, surgen los monstruos. Sin embargo, la derecha termina por dejarse vencer por la soberbia.
Son esos momentos en donde la derecha se empeña en volvernos a aclarar en que consiste eso de la lucha de clases. La idea no es tan complicada, aunque lo es un poco más de cómo lo contaron Marx y Engels cuando dividían el mundo entre burgueses y proletarios.
La cosa hoy es que en el mundo hay ricos que viven de las rentas, asalariados con sueldos tan altos que coinciden en los restaurantes, los colegios y las urbanizaciones con los ricos; hay clases medias que se van de vacaciones, se compran una casa, tienen un par de suscripciones a canalaes de televisión e incluso pueden ayudar a sus hijos. Hay, claro, sectores populares que oscilan entre una supervivencia que aunque no es holgada tampoco asfixia, y otro borde donde mal llegan a fin de mes. Y, por supuesto, hay pobres, gente que no tiene vivienda en propiedad, que no puede pagar la luz, el gas, el teléfono, comprarse una Tablet, irse de vacaciones, tener internet y, por supuesto, darle a sus hijos una mejor vida.
En este mundo de crisis, cuando el sistema ya no reproduce el contrato social, esto es, cuando ya no permite que la mayoría este incluida en las ventajas de la vida en sociedad, cuando, por ese malestar, puede crecer la oposición al sistema, la derecha despierta y actúa como un ejército de ocupación en nuestros países. Es entonces que consideran que el territorio y sus gentes son suyos, como sucede en una invasión de un país por otro. Con el derecho que les da ser los ocupantes, toman lo que les apetece e incluso fuerzan los símbolos para hacerlos suyos en exclusiva. Por eso son tan importantes las banderas para los ejércitos de ocupación.
Deciden por tanto qué es ser patriota en ese territorio ocupado y castigan a los tibios tanto como a los enemigos, al tiempo que aplican reglas diferentes para ellos mismos y para los demás. La ocupación tiene un fondo evidente de ilegitimidad que aunque se oculte, emerge. Por eso necesitan reforzar la decisión con toda la ferocidad posible. No puede haber fisuras ni dudas porque por ahí se escaparía la razón de ser y los beneficios de ser una fuerza de ocupación. A lo sumo, buscas colaboradores entre los ocupados y les entregas algunos beneficios por defender al ejército y al gobierno ocupantes.
Son viriles porque la violencia es la que justifica su comportamiento de fuerza ocupante. Por eso el feminismo es su enemigo. La lógica de ejército de ocupación se ceba en las mujeres. Son parte del botín y un espacio de reafirmación sencilla de la virilidad. La más sencilla. Es más fácil reafirmar la idea de poder y fuerza sobre el cuerpo y la mente de las mujeres, debilitadas ya por la estructura social del patriarcado, que hacerlo en el deporte, en la política o en el mundo empresarial. Cualquier frustrado en los negocios, en el futbol, en el ascenso social, en la política, siempre sabrá, aun siendo soldado raso del ejército de ocupación, que podrá abusar de palabra u obra de una mujer con aplauso de sus pares. Si hay un sitio donde los hombres pueden volver no solo sin castigo sino con aprobación a la condición de gorilas es en un ejército de ocupación.
Los generales del ejército de ocupación son la junta de gobierno real y le dicen a los soldados que tienen derecho a cobrarse el botín y, quizá, incluso entrar a formar parte de los que mandan si son leales. Los verdugos más sangrientos son los conversos, pues exageran su represión para que no haya dudas de su conversión. Ese ejército de ocupación no tolera que nadie les responda, que nadie les muestre sus contradicciones. Su legitimidad es siempre la de alguna victoria (o una derrota convertida en algo épico) y en nombre de esa legitimidad niegan la democracia. Porque por encima de la democracia está la patria que están creando, siempre en peligro, amenazada. Sin miedo, los ejércitos de ocupación son transitorios.
La legitimidad de 1936 en España, la de Pinochet en Chile, la de la Junta Militar en Argentina, la de la Primera Guerra Mundial o luego Abisinia en la Italia de Mussolini, la de los sudistas o la victoria sobre los nazis en los Estados Unidos. Aunque también les vale esa victoria tradicional y repetida que marca una enorme diferencia: la victoria de los ricos sobre los pobres. Los pobres siempre están conspirando para quitarle a los ricos lo que creen que es suyo. Los faraones siempre pensaron que las pirámides las levantaron ellos, igual que los ejércitos de ocupación creen que es gracias a ellos que producen los campos y los mares, se alzan grandes edificios y monumentos de victoria o las fábricas sueltan humos por sus chimeneas.
En una país ocupado, las tropas de ocupación no dan explicaciones y quien cuestione sus órdenes es visto -y si se puede, será tratado-, como ejército rebelde o como terroristas. La derecha se mueve desde esa comodidad: somos los que mandamos y los demás no tenéis lugar en nuestro país. Porque el país es nuestro. Antes de los fusilamientos intentarán tomar la calle con volencia para ir haciéndola suya y siempre tienen una quinta columna -gente de los suyos trabajando para la ocupación antes de que ésta ocurra- preparando el terreno para cuando se hagan con el poder.
Por eso puede el consejero de sanidad de Madrid decir que las 8000 familias de los ancianos fallecidos en residencias no tienen ningún dolor y que hay que pasar página; por eso puede la policía nacional de Paterna, en Valencia, y con presencia del alcalde, condecorar a un empresario de extrema derecha fundador de un partido de ideología ultra que ha participado en agresiones violentas e imputado por xenofobia y odio; por eso puede el portavoz de VOX pedir que no sean los que tienen empleadas domésticas quienes les paguen un sueldo justo, sino que lo haga el Estado con dinero de todos.
Por eso han arreciado los ataques a figuras de Podemos mientras se aprobaba una ley que subía los impuestos a los ricos, a las eléctricas y a la banca; por eso puede decir alguien que se supone que es de izquierda que la culpa de la droga en zonas abandonadas por el Estado la tienen los que hacen menudeo y no los que degradan los barrios.
Por eso Toni Cantó, un vividor que ha ordeñado con maneras de tahur a UPYD, a Ciudadanos, al PP y a VOX, un galán machirulín que se negó a reconocer a su hija hasta que le obligó un juez, puede celebrar las agresiones machistas, puede mentir impunemente propagando bulos en las redes o vivir de un chiringuito donde no ha aportado absolutamente nada a lo público al tiempo que insulta a lo público.
Por eso un hostelero fascista puede ofrecer dinero a quien entre ilegalmente en la casa de unos dirigentes de Podemos. Por eso un colegio mayor universitario regido por religiosos puede vejar a las mujeres de los colegios mayores de enfrente, porque los gritos intimidan, expresan una voluntad de violación, generan miedo y paralizan. Y logran que el ejército de ocupación pueda ejercer su violencia con menor resistencia. Y por eso las mujeres vejadas intentan justificar a los vejadores. Porque esas estudiantes o han sido dominadas por el juego o la intimidación o saben que esa vejación es parte del precio para que ellas también sean con otra parte de ese ejército de ocupación.
Por eso los ricos y sus mayordomos de la política usan a los jueces, a los periodistas, a sus curas y a sus comisarios para que hagan valer su derecho como ejército de ocupación. Y como decía Elias Canett, por eso muchos terminan aullando con los lobos para que no les devoren.
Ante los ejércitos de ocupación, la gente decente sólo tiene un sitio en donde estar: en la resistencia.