El árbitro enseña tarjeta amarilla ante Muniain, encolerizado.
Juan Mata se lamenta tras la debacle de la selección en Londres.
España no sólo estaba orgullosa de su selección de fútbol para los Juegos Olímpicos, sino que la había presentado como la favorita para ganar por goleada. Contaba con los inmejorables precedentes de la selección absoluta, actual campeona del Mundo y doble campeona de Europa. Y vencer a Japón, a Honduras y a Marruecos sería pan comido. Sólo había que apretar un poco a Japón. Vencer al resto de sus adversarios los podía vencer con una victoria abultada.
Sin embargo, la selección española de fútbol cosechó la mayor decepción en Londres. Dos días después de la inauguración de los Juegos Olímpicos, dos derrotas consecutivas en fútbol, prácticamente la desclasificaron. En el último partido de fútbol del domingo, España sólo logró tres remates al palo, despidiéndose del medallero. Fue el mayor disgusto de los aficionados en las últimas décadas. La selección fue incapaz de marcar un solo gol a los equipos “mediocres” con los que se enfrentó. Y, pese a que los jugadores protestaron al árbitro que no pitó un claro penalti al final del partido, la prepotencia española se saldaba en un rotundo fracaso.
No cabe ahora decir que los de Luis Milla estuvieron mucho mejor ante Japón y Honduras y que, si perdieron, fue más por la falta de acierto ante la meta del rival que por no hacer méritos para ganar. Lo lamentable y evidente es que, en ambos encuentros no estuvieron en condiciones de controlar y de vencer. El mazazo contra España llegó pronto y los nervios jugaron malas pasadas. No se puede justificar la derrota diciendo que un árbitro incompetente no quiso ver un penalti claro que puso de los nervios a Muniain, quien se convirtió en el malo de la película. Cierto que Juan Soto le mostró la tarjeta amarilla por protestar acaloradamente. Y que Herrena, Rodrigo, y algunos de los jugadores de la Roja evitaron que sus compañeros tocaran un pelo al árbitro miope y evitaron convertir el partido de fútbol en un enfrentamiento entre puñetazos. Pero el hecho evidente es que España no supo llegar a la meta con la efectividad con que se había ampliamente pregonado. Y que, en el gran espectáculo que ofrecimos, lo único que faltó fueron los goles españoles.
Honduras, tal y como sucedió con Japón, superó una y otra vez en velocidad a los de la Roja. La velocidad japonesa y la valentía sudamericana consiguieron poner en apuros una y otra vez a De Gea y a los suyos. Los nervios y la precipitación impidieron a la selección española hacerse con el partido y jugar como se esperaba de ellos. Los cinco minutos de añadido apenas se jugaron y lo único que vio fueron dos oportunidades de Honduras para cerrar el partido. Total, que la sensación transmitida es que los jóvenes jugadores españoles acudieron a los Juegos a desfilar y a ganar sin bajarse del autobús, tal y como demostraron ante Japón y Honduras. Pero lo que los espectadores vieron fue la derrota de la prepotencia de la Roja.