
El pasado jueves me llamó la atención el que la fachada de Malde a la Marina estuviese cerrada y que dos sombras alargadas delatasen el lugar que hasta unos días antes habían ocupado las modernas cariátides de vidrio que adornaban la parte alta del escaparate. La prensa local se hacía ayer eco del cierre de la decana de las joyerías coruñesas tras permanecer más de 112 años abierta al público. Malde era un símbolo de la ciudad y de la calle Real, cuya vida comercial se ha vuelto mutante y caprichosa. Del esplendor pasado ya no quedan más que los apliques en cristal de la mitad superior de la fachada. Han desaparecido aquellos de la parte baja, las placas que la certificaban como "proveedora de la Casa Real" (un distintivo que adquirió en 1922 y que dejó de emitirse tras Alfonso XIII), el símbolo de distribuidora de cerámica de Sargadelos, los antiguos faroles y el escudo real que remataba el escaparate.

Fundada por Manuel Malde López, fue un negocio familiar regentado por tres generaciones y que se distinguió por sus trabajos en plata de primera ley. Recientemente se encargaron de la restauración de la corona de la imagen de la Virgen del Rosario de A Coruña y de la esclavina que luce el Santiago en majestad del aparato barroco de la Catedral de Santiago (el que cada año es abrazado por cientos de peregrinos y devotos). Suyo era también el diseño de la gran torre de hércules de plata que se entregaba como trofeo al ganador del Teresa Herrera de fútbol; un diseño del año 1945. Este verano los coruñeses habremos perdido una de esas pequeñas tradiciones que a base de serlo nos identifican: detenernos en el escaparate de Malde a contemplar el trofeo la semana de las fiestas.

Pd. Agradezco a Javier Fossas el haberme permitido publicar su fotografía, donde la joyería luce en todo su esplendor.