-Desaparecieron. La ola llegó y se los llevó a todos, tal que así. -Aliona se incorporó apoyándose sobre un codo y agarró a Sofia por el hombro, sintiendo los huesos de su hermana moverse bajo su palma-. Estaban rodeados de agua por todas partes, comprimiéndoles el cuerpo, ¿ves? Así, como yo te estoy cogiendo ahora. Se quedaron encerrados en sus propias casas. La ola arrancó el pueblo entero de la tierra y se lo llevó al Pacífico. Nadie volvió a verles el pelo".
La tarde en que Aliona le cuenta esta historia a su hermana Sofia ambas niñas de once y ocho años pasean por la playa y juegan a la orilla del mar. Es agosto y, como todas las tardes de ese verano, acostumbran a vagabundear por la ciudad. Así se entretienen mientras su madre trabaja. Después, regresan a casa y cenan las tres juntas. Sin embargo, ese día la madre ha de cenar sola, aunque, en realidad, dudo mucho que haya podido tragar bocado. Quién podría pensar en comida cuando no se sabe dónde están los hijos, cuando se ignora cuándo han de regresar, cuando se llama insistentemente al teléfono móvil de la hija mayor (la menor aún no tiene) y tan solo responde el vacío.
Aliona y Sofia subieron a un coche al que no tenían que haber subido. Confiaron en alguien en quien no tenían que haber confiado. Era tan tentador prescindir del viaje de regreso a casa en autobús. Y el hombre parecía inofensivo, incluso simpático. Cómo rechazar su invitación. Cómo cuando además instantes antes habían sido ellas quienes le habían ayudado. El hombre lastimado en el tobillo, llamándolas y solicitando su auxilio primero para ayudarle a dar los primeros pasos y después para acompañarlo hasta su coche estacionado no muy lejos. Qué de extraño o malintencionado podía haber en su ofrecimiento.
En ese coche perdemos la pista de Aliona y Sofia. Su historia y la de su desaparición se cuentan en el primer capítulo de la novela que os traigo hoy. De esa desaparición se habla, en cierto modo, durante de toda la novela, pero hay muchas más desapariciones a lo largo de la misma; hay muchas desapariciones en sentido metafórico.
Cada capítulo lleva por título el nombre de un mes y recorremos a lo largo de ellos el año que sigue a la desaparición de las niñas. Cada capítulo está protagonizado por una mujer, aunque la novela cuenta también con un elenco nada depreciable de personajes masculinos. Son mujeres vulnerables o que se creen o se hacen las fuertes pero que en última instancia están desvalidas, pues la desaparición de la que se habla en esta novela es la desaparición de nuestras certezas, de aquello a lo que nos aferramos para no invisibilizarnos y así desaparecer. Así, nos encontramos en sus páginas con mujeres que se aferran a sus convicciones, mujeres que cuestionan sus relaciones de pareja o se parapetan tras ellas, mujeres que no encuentran su lugar, mujeres a las que les gustaría llevar una vida diferente a la que llevan, mujeres que han perdido a un ser querido, mujeres y su soledad. Y, como fondo de todos los capítulos, la desaparición de las niñas que copa las noticias y de las cuales no se tiene noticia, porque, como ya he comentado, la novela no se olvida de la desaparición de Aliona y Sofia. De hecho, el final adquiere ritmo de thriller. En cuanto al desenlace, creo que puede tener una interpretación un tanto ambigua.
Me ha gustado mucho conocer y leer a Julia Phillips. Desde las primeras frases me ha maravillado. Con sus primeros capítulos me ha tenido absolutamente fascinada. De no ser por la latente presencia en su ausencia de Aliana y Sofia y porque hay personajes que con mayor o menor protagonismo aparecen en varios capítulos y que están relacionados entre sí, hubiera tenido la sensación de estar leyendo un libro de relatos, pero un libro de relatos del que no sabes decir cuál te ha gustado más porque todos son muy buenos. En unas pocas líneas Phillips consigue que te agarres a la protagonista nueva, a su historia y a todo lo que hay tras ella, pues su estilo es sencillo y pone el foco en sus personajes y en las situaciones que viven. Cierto es que mi fascinación se va templando y no porque decaiga la calidad del libro ni mi interés en lo que me cuenta sino porque, al fin y al cabo, por mucho que me gusten cada uno de los capítulos-relatos, estoy leyendo una novela y, por tanto, hacia alguna parte me ha de conducir. A dónde me lleva ya os lo he dicho, a retomar esa desaparición de las niñas con la que se inicia. Y esto es lo que no me termina de cuajar. Creo que hubiera sido mejor que la autora hubiera optado por centrarse en la historia de Aliana y Sofia o bien seguir manteniéndola en segundo plano y buscar otra deriva para su novela. También es cierto que soy un poco tiquismiquis para este tipo de mezclas y que rara vez suelen convencerme. En todo caso, aunque la novela como un todo no me haya convencido plenamente, la que sí lo ha hecho sin asomo de duda es Julia Phillips, su forma de escribir, las cosas que me cuenta y cómo me las cuenta.
La desaparición está ambientada en Kamchatka. Os preguntaréis por el motivo de esta ubicación, siendo la escritora de nacionalidad estadounidense. La explicación es muy sencilla: Phillips pasó una temporada como becada en la península rusa. Es esa estancia la que planta el germen de esta su primera novela. De sus personajes e historias prefiero no contar nada, pero creo que merece la pena detenerme en el lugar donde acontecen todas ellas, pues no deja de ser otra forma de hablar de esta novela.
"Mar y aire eran las únicas formas de abandonar la península. Aunque Kamchatka ya no era un territorio cerrado por ley, la región estaba separada del resto del mundo por su propia geografía. Al sur, al este y al oeste solo había océano. Al norte, a modo de muro que la separaba de la Rusia continental, se extendían kilómetros de montañas y tundra. Infranqueable. Dentro de Kamchatka, las carreteras eran escasas y estaban en mal estado: algunas, las que llevaban a los pueblos del sur y del centro, eran pistas de tierra que desaparecían la mayor parte del año; otras, las que iban a los pueblos del norte, solo existían en invierno, cuando se congelaban. No había ninguna carretera que conectara la península con el resto del continente. Nadie podía entrar o salir por tierra".
Nadie podía entrar o salir por tierra, sin embargo, la península de Kamchatka no es tan infranqueable. De lo contrario no se explica la llegada de extranjeros, tanto turistas como trabajadores inmigrantes. Tampoco explica la mala comunicación entre las diferentes latitudes de la península la presencia de nativos de poblaciones como por ejemplo Esso en núcleos urbanos como Petropávlovsk. Si se piensa bien un nativo fuera de su aldea no es más que un extranjero, por mucho que los nativos hayan estado desde siempre en Kamchatka. Si se indaga un poco más, no es que estos sientan menos suspicacia por los habitantes de la ciudad, esos para los que no existen, que solo se preocupan de sí mismos, que no tienen sentido de la comunidad y en quienes no se puede confiar. En tiempos soviéticos sí que nadie podía entrar o salir. Entonces estas cosas no pasaban, cada uno se quedaba en su lugar. O eso cuentan los mayores. Los jóvenes, no, esos no echan la vista atrás; esos son ambiciosos, nunca tienen bastante y siempre quieren más. Pero no, esas cosas no pasaban. Entonces no desaparecían niñas. Pero, claro, qué se puede esperar con un padre ausente, una madre fuera de casa por trabajo y unas niñas paseando solas por la ciudad. Y hay que tener en cuenta que Kamchatka, por muy separada que esté por las montañas de la Rusia continental, no deja de ser Rusia, y ya se sabe que allí los homosexuales no son mirados con especial simpatía, vamos, que más que extranjeros deben de ser considerados algo así como extraterrestres de execrables comportamientos extraterrícolas.
Kamchatka, en realidad, no es muy diferente a cualquier lugar del mundo. Es por ello por lo que no me cuesta conectar con los principales personajes de esta novela, así como sentir empatía con ellos, incluso con alguno que no me ha caído especialmente bien. Pero Kamchatka, como todos los lugares del mundo, tiene su particular idiosincrasia. Todo lugar está determinado por su geografía y su historia. Supongo que ha sido la geografía de esta península la que, por su cercanía al archipiélago japonés, me ha hecho sentir un poco nipona la ambientación de alguno de los primeros capítulos de esta novela. Supongo que ha sido su historia la que me ha ido después descubriendo su identidad propia, así como permitido recordar su pasado soviético y acercarme a sus raíces nativas.
Me ha gustado mucho viajar de la mano de Julia Phillips a este lugar del mundo al que nunca había prestado atención. La trama de su novela trascurre mayoritariamente en Esso y sobre todo en Petropávlovsk, capital administrativa de Kamchatka. En Petropávlovsk es en donde desaparecen Aliona y Sofia. En Petropávlovsk se encuentra también un instituto vulcanológico en el que trabaja alguno de los personajes de esta novela, pues se trata de una ciudad rodeada de volcanes. Los volcanes son esas montañas abiertas al cielo y con entrañas en el infierno que amenazan la frágil tranquilidad y seguridad con vómitos de lava y temblores de tierra. Los temblores de tierra son terremotos que, en ciudades costeras como Petropávlovsk, despiertan gigantes acuáticos que se alzan triunfantes en un reino de devastación. Uno de esos gigantes barrió el pueblo de la historia que Aliona inventa para Sofia poco antes de su desaparición. Las desapariciones a veces suceden así, de un instante a otro, sin que nada previo las anuncie. Un día como tantos sales por la ciudad con tu hermana y no regresas a casa. Un día vuelves del trabajo y la espera de tus hijas para cenar se detiene en el tiempo. Así suceden las desapariciones grandes, como las de Aliona y Sofia. Así suceden las pequeñas, como las del resto de mujeres que pululan por esta novela. Con un temblor. Un temblor que se desata dentro de ellas y que amenaza sus frágiles certezas.
"Hay gente a la que le da igual lo especial que seas. [...] se había ido de casa con diecisiete años; cuando pensaba en su vida en Kamchatka, seguramente se imaginaba volcanes, caviar, excursiones a las nubes por senderos de piedras. No sabía lo que les ocurría ahora a las chicas inocentes, tan inocentes como lo habían sido [...]. Las destruían por ello. A cualquier chica. Las hermanas Golosóvskaia se fueron solas a dar un paseo y fue de este modo como se pusieron en una situación de vulnerabilidad: un único error podía costarte la vida.
Como no hagas lo que se supone que tienes que hacer, como bajes la guardia, irán a por ti. A la primera de cambio. [...] no podía creer que [...] fuera tan ingenua [...]. "Te van a hacer daño", debía advertirle [...]. "Te puede costar la vida"".
"Crees que estás a salvo, pensó. Te cierras en banda y mantienes tus reacciones a raya para que nadie, ni un inspector, ni un padre, ni una amiga, pueda entrar. Obtienes un título universitario y un buen trabajo. Tienes tus ahorros en divisas extranjeras y pagas religiosamente tus facturas. Cuando tus compañeros de trabajo te preguntan por tu vida familiar, no respondes. Te empleas más a fondo en tu trabajo. Haces ejercicio. La ropa te queda bien. Las aristas de tu afecto, siempre afiladas, como un cuchillo, para que todo el que se te acerque sepa que tiene que tener cuidado contigo. Crees que has conseguido cierto nivel de protección, pero no es así, al final te das cuenta de que estás indefensa, expuesta a todo el mundo que has conocido".
"Pero lo cierto es que si pudiera elegir, no haría nada de eso: retrocedería atrás en el tiempo. [...] Al recuerdo feliz de su infancia. Cuando el mundo entero aguardaba ser descubierto. Cuando todos tenían algo que enseñarle y nadie se perdía jamás".
Traductor: Francisco González López
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