La desconfianza es una mala compañera de viaje. En cualquiera de sus versiones: amigos, hijos, pareja, compañeros de trabajo, de equipo, proveedores, clientes, socios… hay tantas formas de desconfiar como tipos de relaciones posibles. Hay quien desconfía de sus mascotas y quien no se fía ni de su portera ( “yo a mi portera no le digo cuando me voy de vacaciones, por si acaso” [sic])
A veces la desconfianza está justificada pero otras tantas no; hay gente que es desconfiada por naturaleza y otras personas con fe ciega en todo y en todos.
No me considero especialmente desconfiada, aunque reconozco que a veces soy un poco paranoica y me pueden mis propias obsesiones. Lo bueno es que con la edad, con el paso del tiempo, con las experiencias vivida, pero sobre todo, con la inexorable selección natural (y no tan natural) de la gente que me rodea, cada día vivo más tranquila y confiada.
En el terreno profesional, para trabajar bien en equipo hay que saber confiar. Es algo que se aprende. También te lo tienes que ganar, a la confianza hay que mirarla en las dos direcciones. Muchos no lo han aprendido.
En el terreno personal, la confianza es la base de las relaciones, al menos de las buenas relaciones. La desconfianza lo envenena todo, todo lo rompe, quizás todo menos las relaciones con los hijos, porque a los hijos se les perdona todo sin rencor, sin resentimiento. Confiar en los hijos es algo que también tiene que aprenderse. Muchos tampoco lo han aprendido.
"La confianza es una hipótesis sobre la conducta futura del otro. Es una actitud que concierne el futuro, en la medida en que este futuro depende de la acción de un otro. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse del no-control del otro y del tiempo."
Laurence Cornu
¿Has pensado si la gente que te rodea confía en ti? ¿Has pensado qué cosas de las que haces te hacen ser una persona de confianza? Yo lo pienso a veces, todo es mejorable, siempre.