Editorial Seix
Barral. 329 páginas. 1ª edición de 1986.
Como cada verano (desde hace tres,
2013-2015) decidí volver éste con José
Donoso (Santiago de Chile, 1924 – 1996). Tenía de él, pendiente en casa, la
novela La desesperanza (1986), cuya primera edición conseguí en la
librería de segunda mano de Malasaña La
tarde libros. Fui allí una mañana de las navidades de 2013, para deshacerme
de unos libros que no quería y los cambié por otros que me parecían más
interesantes.
En 1985, José Donoso deja España,
donde reside, y regresa a Chile. La última novela que ha publicada es El
jardín de al lado en 1981, donde en clave irónica –pero también
desencantada- analiza su posición secundaria respecto a los grandes autores del
boom hispanoamericano, y consigue
crear una novela intensa, potente.
En enero de 1985 tiene lugar un
acontecimiento social, que también puede ser político, en Chile: muere Matilde
Neruda, la mujer del poeta Pablo Neruda,
que inspiro los poemas de Los versos del capitán. En torno a este
hecho está articulada La desesperanza.
Mañungo Vera es un cantautor
chileno de treinta y cuatro años (el chileno más internacional, se insinúa en
algún momento), que ha tenido un gran éxito cantando en Europa sobre la
dictadura de su país, del que salió antes del golde militar. Después de trece
años de ausencia, ha decidido volver a Chile (junto a su hijo de siete años
Juan Pablo) y dejar su casa de París. “Había llegado el momento para Mañungo
Vera de transformase en otro.” (pág. 13). Vera está sufriendo una crisis de
identidad, su carrera y su popularidad han bajado en Europa (ya que la
estabilidad del régimen de Pinochet hace que la sensibilidad occidental se haya
trasladado a los más sangrientos conflictos centroamericanos) y, a pesar del
empeño en seguir con su música de su representante, le carcome la idea de ser
un fraude: alguien que tomó partido en la lucha contra la dictadura, que no
sufrió torturas, pero que vive estupendamente habiéndose erigido en el portavoz
de los sufrimientos de otros. Mañungo desea quitarse ya la máscara de la cara.
Y aquí nos encontramos ya con una de las obsesiones creativas de Donoso: la
presencia de las máscaras, de los disfraces deformantes…
La novela comienza cuando Mañungo
Vera ya ha aterrizado en Chile y se acerca en un taxi a la casa que Pablo y
Matilde Neruda compraron en el barrio santiaguino de Bellavista. Vera conoció
en el pasado a los Neruda (que fueron sus valedores como cantante-guerrillero),
y los frecuentó también en París. Que la muerte de Matilde haya coincidido con
el día de su regreso al país hace que se pospongan para él las preguntas que se
hace sobre sí mismo. Tiene que acudir al velorio, donde sabe que se va a
encontrar con muchos de los que fueron sus amigos y conocidos del Chile
pregolpe.
Al acercarse a la casa de los
Neruda, ruge el león Carlitos, desde
el zoo cercano, un león achacoso, decrépito, que como un símbolo del Chile de
la época recorrerá la novela.
En la segunda página leemos: “El
chofer iba a parar frente a un mendigo cortado de la cintura para abajo, un
cuchepo con el calañés torcido sobre un ojo, que desde encima de su patín pedía
limosna”. Este mendigo es don César, que será un personaje secundario
importante en el libro, y en su caracterización física ya encontramos (igual
que con la idea de las máscaras un poco más adelante) el gusto de Donoso por la
poética del feísmo, de lo roto o deforme.
La novela está escrita en tercera
persona, y siguiendo la técnica del estilo indirecto libre la voz narrativa se
acerca mucho a la voz de los personajes (en algún caso –sólo recuerdo uno, la
verdad- se acerca hasta tal punto, que de tercera persona pasa a primera).
Quizás frente a otras de sus obras (El
obsceno pájaro de la noche, Casa de
campo o El jardín de al lado), en
las que se proponía un juego metaliteriario en el que el autor intervenía de
forma evidente en lo narrado, en La
desesperanza Donoso elige una forma de narrar más clásica.
La novela está dividida en tres
partes. En la primera, titulada El
crepúsculo, asistimos al velatorio de Matilde Neruda en su casa de
Bellavista. En torno al ataúd vamos conociendo a todos los que van a ser
personajes principales y secundarios de la obra: Judit Torre -hija de la más
alta burguesía-, que abandonó sus privilegios de clase para luchar de forma
activa contra el régimen; Lopito, antipinochetista de vida desastrosa, poeta
fracasado y alcohólico; Celedonio, intelectual moderado en su lucha contra el
régimen, poeta de segunda pero que ha sido amigo de todos los grandes; Fausta,
mujer de Celedonio, escritora que aparece en los libros de texto del colegio y
de ideas similares a las de su marido; Lisboa, militante comunista convencido,
para el que la significación política está por encima de cualquier sentimiento;
Ada Luz, mujer del pueblo, amiga de Matilde o Fausta, torturada por el régimen;
o Federico Fox, primo de Judit, burgués cercano al régimen de Pinochet, pero,
aun así, con cierta sensibilidad artística o al menos sensibilidad hacia el
coleccionismo de objetos (cartas, manuscritos…) de personas cercanas al arte.
Esta primera parte me ha parecido
la mejor del libro. Me ha gustado mucho como Donoso, sobre el cadáver de
Matilde Neruda consigue definir a sus personajes (sus certezas, sus miedos, sus
máscaras…) y transmitirnos lo que unos piensan de los otros. Recuerdo que algún
libro de Mario Benedetti que leí en
mi juventud me pareció que no acababa de captar bien el tema de las dictaduras
hispanoamericanas (no sé si estoy pensando en Gracias por el fuego o Primavera
con una esquina rota), porque creaba una dicotomía excesivamente
marcada entre la superioridad moral de los sufridos militantes de la izquierda
(su solidaridad, su capacidad de sacrificio…) y la abyección robótica de los
militares. Las cosas eran blancas o negras para el bueno de Benedetti y no
había nada más fácil para el lector que estar de su parte. La lectura de un
libro como La desesperanza de Donoso
es bastante más incómoda, porque la tesis que la sostiene parece ser la
siguiente: una dictadura acaba corrompiendo todos los estratos de una sociedad,
e impide a las personas disfrutar de los placeres más sencillos (la música, la
literatura, la conversación intrascendente…) porque todo se vuelve política y
el sujeto está obligado a posicionarse continuamente, frente a los demás y
sobre todo frente a sí mismo (“La dictadura ha impuesto a la política como
único tema respetable en todas las conversaciones, y todos los otros temas,
nosotros, desde adentro, los reprimimos, copando totalmente el horizonte con la
obsesión política, sin dejar que ninguna otra idea crezca”, pág 108). En este
sentido sería muy significativo el sufrimiento de Judit Torre, culpable y
dolida porque no fue torturada de verdad junto a sus compañeras proletarias. O
bien su torturador sabía quién era, de qué familia procedía, o le bastaba con
hacer creer a los otros torturadores que él también violaba y torturaba a sus
víctimas y en realidad prefería no hacerlo. El compromiso de Judit no impide,
sin embargo, que sus compañeros de lucha se rían de ella a sus espaldas. “Los
compañeros no se esforzaban por ocultar que les parecían una idiotez de su
parte renunciar a las comodidades y seguridades que ellos codiciaban, para
entregarse a la lucha por la idea abstracta de la justicia social.” (pág. 146)
Ya he hablado de la idea de las
máscaras y la poética de la fealdad, que une esta novela a otras de Donoso.
También me ha parecido significativa la presencia inquietante de los perros,
tan connotados como una presencia maligna en El lugar sin límites. En La
desesperanza hay una escena alucinatoria con ellos en la noche de Santiago,
sometida al toque de queda.
Aunque se ha abandonado aquí la
metaliteratura, hay un elemento de la narrativa de Donoso que aparece casi de
refilón: lo onírico, lo real que deja de ser real. En este sentido hay unas
páginas que transcurren en las islas natales de Mañungo, que nos remiten a las
brujas y a los encantamientos, presentes en otras obras.
Ya he dicho que la parte que más
me ha gustado del libro ha sido la primera (El crepúsculo). En la
segunda, La noche, Mañungo Vera y Judit Torre, antiguos amantes, se
adentran solos en la noche de Santiago, a pesar del toque de queda. Judit va a
tener la oportunidad de vengarse esta noche del que fue (o no fue) su
torturador. La tercera parte es La mañana, donde los personajes
vuelven a universo en el cementerio para enterrar a Matilde Neruda. Creo que La desesperanza pierde fuerza en este
tercer tramo porque Donoso se ha empeñado en reducir el espacio temporal de su
novela a un solo día, y en estas escasas veinticuatro horas nos describe
algunos cambios en los personajes (sobre todo en el de Judit) demasiado
marcados, y para que el lector sienta que estos cambios en la personalidad de
los personajes son posibles se enreda en excesivas justificaciones (creo que
más que buscando la justificación de los personajes ante el lector la está
buscando ante sí mismo), y cae en algunas repeticiones y en excesos
psicologistas, que impiden al lector hacerse una idea por sí mismo de por qué
los personajes actúan como lo hacen.
Pese a estos titubeos narrativos
que creo percibir en la tercera parte, y que hacen que La desesperanza sea una obra menos lograda que otras del autor, el
olvido al que está condenado este atrevido libro (está escrito por un autor que
ha residido muchos años en el extranjero y que vuelve a su país para no ser
nada complaciente con la realidad que ve) me parece excesivo, cuando es una
novela (ahora que la joven narrativa chilena, pienso en Alejandro Zambra o Alia
Trabucco Terán, está interesada en hablar de la dictadura chilena) que, al
menos, los chilenos deberían seguir leyendo y no estoy seguro de que lo hagan.