La primera esposa de Stalin, Yekaterina Svanidze.
En abril de 1922 el camarada Iosif Dzhugashvilli, Stalin, se hizo con el poder absoluto de la URSS. Comenzaban entonces más de tres décadas de dictadura brutal, sangrienta, enloquecida. El dictador ordenó la detención, tortura, deportación y ejecución de millones de ciudadanos y altos cargos. Y de su sed de sangre no se libraron sus esposas y amantes, la mayoría de las cuales sufrieron en sus propias carnes la ferocidad del tirano
Stalin (1878-1953) está considerado, con toda razón, uno de los más detestables asesinos de la Historia. Las terribles purgas, los juicios en masa con la sentencia ya escrita, las detenciones y ejecuciones sin juicio, los millones de condenados a trabajos forzados al ‘gulag’ de Siberia… no fueron suficientes para el genocida georgiano, pues en la intimidad del hogar reprodujo parecidos procedimientos con sus esposas y amantes.
La primera mujer en la vida de Iosif se llamaba Galina Spandaria. No tendría ni veinte años pero ya era un revolucionario dispuesto a todo. Galina se enamoró locamente de él, pero el futuro dictador no le hacía el menor caso, aunque sí trató de aprovecharse de ella del modo más cruel. Como él y su grupo necesitaban dinero para sus acciones revolucionarias, le pidió que aceptara la invitación de un viejo verde llamado Orbeliani, el cual pagaba muy bien por los favores de jovencitas, y también le pidió que le entregara el dinero que el viejo le diera. Galina, humillada y terriblemente desengañada, jamás volvió a ver a aquel miserable que la utilizó como el más despreciable proxeneta. Aun no poseía poder político, pero ya era inhumano, despiadado.
En 1903 (con 25 años) se casó con Yekaterina Svanidze. Al año siguiente nació su primer hijo, Yakov, de triste destino. Ya metido de lleno en la política, Stalin casi nunca estaba en casa y apenas se preocupaba por su mujer y su hijo; algunos amigos de la familia aseguraron que él veía a Yekaterina como otra más, y la casa familiar como una buena guarida donde esconderse. Cuatro años después de la boda murió Yekaterina de tifus, quedando el niño Yakov al cuidado de sus abuelos maternos, puesto que Stalin jamás se preocupó por su hijo, nunca le prestó la más mínima atención. Eso sí, cuando Yakov se casó, su padre detuvo a su esposa y la envió a Siberia. Sin contacto con el dictador, alcanzó el grado de teniente en el ejército y combatió contra los nazis hasta que fue capturado; usaba el apellido de su madre, pero lo delataron sus compañeros, por lo que, al enterarse de que tenían al hijo de su enemigo, altos jerarcas nazis como Goering o Ribbentrop le propusieron que declarara en contra de su padre. Yakov siempre fue fiel a su país y a su ingrato padre. Y cuando a Stalin le propusieron un canje (su hijo por el general Paulus y otros prisioneros), el dictador despreció a su vástago por haberse dejado capturar en lugar de morir en su puesto, y ni siquiera contestó. Yakov fue acribillado cuando se lanzó de modo suicida a las alambradas del campo de concentración.
En 1921 Iosif Stalin se casó con su secretaria, Nadeshda Alliluyeva, Nadia, que lo idolatraba. Tuvieron dos hijos, Vassili, que llegó a comandante de la Fuerza Aérea (murió alcoholizado en 1962), y Svetlana, la niña mimada que en 1967 huyó a Estados Unidos. Muy pronto comprendió Nadia con quién se había casado. En fiestas y recepciones oficiales Stalin contaba chistes soeces en su presencia y dedicaba a ella y a sus hijos palabras humillantes delante de altos cargos y dignatarios extranjeros. Nadia sufría profundamente al conocer las aventuras amorosas de su marido, quien no se preocupaba por ocultarlas. Pero el horror se hizo infinito cuando le contaron las detenciones, los fusilamientos, torturas y deportaciones ordenadas por Stalin. En 1932 se enteró del hambre que éste había provocado en Ucrania y le rogó que terminara con todos esos sufrimientos, pero él le gritó “¡Te prohíbo que hables de política, no tienes ni idea!”. Hubo más discusiones hasta que en noviembre de ese año Nadia, aterrorizada por la infinita maldad de su esposo, se suicidó con una pistola.
La muerte de su esposa no le preocupó gran cosa, de hecho ya tenía otra amante oficial antes del suicidio, Lisa Kassanova, miembro del Comité Central, con quien ya se dejaba ver en diciembre de ese mismo año de 1932, cuando anunció su próxima boda. Pero a los gerifaltes del partido no les gustaba, así que propagaron rumores de que ella tramabauna conjura contra él como jefe del partido. Stalin reaccionó como siempre: la destituyó de todos sus cargos y la envió a Siberia. Finalmente Lisa Kassanova se suicidó.
Según muchos de los que estaban cerca del dictador, en sus últimos quince años de vida (del 38 al 53) cambiaba de compañera de cama casi a diario, y muchos de los que habían sido sus colaboradores afirmaron que llegó a usar a la policía para perseguir a las que se le resistían o no eran suficientemente ‘amables’ con él. Mikhail Mechlis, que fue su secretario, contó que las hacía pasar a su despacho y las obligaba a bailar ante él, casi siempre desnudas, mientras él las contemplaba sentado en su sillón. Lavrenti Beria (jefe del NKVD, antecedente del KGB) explicó que la cosa casi nunca se quedaba en el baile y que, cuando se iban, él mismo tenía que advertir a las chicas que más les valía no abrir la boca. Y circulaban por el Kremlin rumores de que Stalin, a veces, gustaba de desnudar a dos o tres mujeres y azotarlas.
La mayoría de aquellas amantes forzosas del déspota son desconocidas, pero algunos nombres se han recuperado. María Demshenko, piloto, aceptó una invitación de Stalin, pero la cosa le resultó tan horrible que, en cuanto pudo, se presentó para una misión casi suicida cuando los alemanes estaban cercando Moscú; nunca más se volvió a saber de ella. Yevgeniya Paulova Movchina vivió un año junto a Iosif, pero se enamoró del jefe de la seguridad personal del dictador, el cual un día regresó antes de lo acostumbrado y los pilló. Mechlis, el secretario de Stalin, contó que desde la habitación contigua se escuchaban los tacos e insultos a la vez que las bofetadas y puñetazos que repartía el ‘engañado’, hasta que se abrió la puerta y “vi como Stalin los arrastraba cogidos por los pelos, desnudos y sangrando abundantemente por la nariz y la boca”; acto seguido mandó llamar a Beria (director del NKVD) y le ordenó que le quitara de su vista esas “dos serpientes”, y que no quería volver a saber de ellos; unos días después Beria informó que había llevado a la Lubianka a los dos delincuentes y que estaba “todo arreglado”, o sea, los había fusilado. Mikhail Mechlis también explicó que, después de aquello, Stalin le obligó a hacer una lista de todas la mujeres que trabajaban en el Comité Central, de modo que cada día una chica, siempre muy joven, pasaba por su despacho…
Muchas otras mujeres ‘conocieron’ a Stalin (María Kuzakova, Vera Davidova, Lidia Perepriguina, Olga Lepeshinskaia, Valentina Istomina…), pero casi ninguna, esposa o amante, se libró de la infinita vileza del camarada Stalin.
CARLOS DEL RIEGO