Aquel día decidí cambiar. En un transitante impulso decidí alterar mi "modus operandi" y rechazar la prensa que me ofrecía , tan simpáticamente, aquel conocido quiosquero. Mentiría si os dijese que no eche de menos el olor a tinta, la textura del papel y aquellos ofensivos titulares que, día a día, nos endulzan tanto la hora del café. A pesar de todo, deje la melancolía a un lado, hoy tocaba meditar. Llevaba varios días, atosigado, carcomido por la avalancha informativa. Queramos o no, vivimos en la era de la información y aunque resulte paradójico no nos sentimos a gusto. Sí hace poco menos de un siglo se luchaba por tener una migaja de información, hoy muchos luchamos por, escasos, diez minutos que nos desinformen. Y no es, porque seamos unos anárquicos trogloditas en la era del ascenso a la luna, no. Simplemente, somos personas desencantadas, personas incómodas con la estrecha travesía por la que parecen circular los medios de comunicación que nos sirven. Y digo servir, porque, aunque las noticias nos moldeen la actualidad, nos den una noción reflexiva que logre poner un toque de cordura al presente que vivimos , es inevitable darse la ostia y encontrarse con ese titular, ese maldito titular, que te contrapone todo. No quiero parecer un incrédulo, reconozco que el contraste de medios y de noticias es vital para curtir una opinión robusta, pero he de reconocer también, que los periodistas tienen, muchas veces, esa capacidad de disfrazar de amable abuelita a un lobo y nosotros tenemos ese dote de ingenuidad de verle las grandes orejas, pero no ser capaces de percibir a la fiera que ansiosa espera el momento de hacer mella.
La desigualdad económica se disfraza de cobra para estrangular a todo el planeta hasta el punto de amenazar la continuidad de la especie humana. A día de hoy, sobrevive a costa de unas instituciones que secundan a los poseedores y relanzan a los desposeídos hacia la miseria. La crisis financiera no ha hecho más que empeorar las cosas, provocando que en países como España la desigualdad haya crecido en un 10,8% desde 2008 hasta 2012.
Durante 2014 el 1% de la población mundial poseía el 50% de la renta del planeta, mientras que el resto se repartía a duras penas el otro 50%. En España el 20% de las rentas más elevadas acumula el 43,95% de los ingresos declarados, lo que daba lugar a un Índice de de Gini de 0.32, posicionado a la cola de Europa solamente por delante de Letonia. Desde