Leo atentamente la carta que Enrique Martín le escribe al presidente del Gobierno y que publica nuestro diario a primeros de febrero en las páginas de la provincia (2006). Es una de esas cartas que se escriben más con el corazón que con la cabeza, pues las vías de palacio son otras y otros los medios naturales para llegar en un instante hasta la presidencia. Probablemente a Zapatero se la cuenten, si se la cuentan, resumida: "Enrique Martín, el presidente de la Diputación de Palencia, pide dinero para frenar la despoblación de los pueblos. Y nos recuerda el programa estratégico que nuestro partido presentó, comprometiéndonos a cumplirlo si ganábamos".
La memoria es muy frágil y, los políticos, en general, se preocupan de mantenerla viva allí donde los demás no hicieron o no hicieron como dijeron... Pero no se trataba de una broma y a primeros de marzo el periódico vuelve a retomar aquella misiva y a situarla ya como petición seria. Sabe lo que quiere, sabe el alcance de lo que prometieron -es lo bueno de los programas que se escriben- y una persona que se ha movido tanto como Enrique Martín, sabe que alcanzará esa respuesta llegando al máximo representante de aquella voz que estimó entonces la deuda histórica del Gobierno con Palencia en más de trescientos mil euros. Si esto es así, que no lo dudo, y hay una respuesta, que debe haberla, nuestra montaña también se verá recompensada, porque ya puedes hacerlo bien, y descornarte por llevarle calidad y servicios a los pueblos, que se apagará el fulgor, se irá diluyendo la promesa, lo mencionarán como algo que pasó, como algo contra lo que no cabía esperar resolución.
La gente ya no dice, allí hay un pueblo vacío, voy a repoblarlo. Los políticos, en base también a esa carrera desbocada por tomar la delantera a los contrarios, hablan de una despoblación muy general, muy extendida. Cuando el asunto se amplifica tanto, parece como si se estuviera culpando a la sociedad, al mundo, a Dios... Ningún político dice hoy, vamos a levantar ese pueblo caído.
Por eso todo el mundo se queda boquiabierto cuando llega a Verdeña, un pueblo de la Castillería por el que nadie daba un duro, uno de tantos pueblos castellanos heridos de muerte, muertos de alguna forma para las frías estadísticas que van recogiendo año tras año el descenso de población que sufre nuestra tierra..
Leyendo esta mañana la presentación que hace unos días hizo el Lisboa el Nóbel Saramago de su último libro: "Las intermitencias de la muerte", me viene al pensamiento la lucha denodada de la gente que vive en los pueblos de la montaña. Ha sido una lucha, primero, contra los elementos. Ha sido una lucha en solitario, incomprendida para el resto. Para qué vamos a engañarnos, estamos ante la muerte inexorable de muchos pueblos. Verdeña, con todo el esplendor que derrocha ahora mismo, ese hotel que anunciaban, sus parques, su iglesia, la casa del oso, sus calles bien limpias, sus casas bien cuidadas, esa Verdeña tan entrañable y enigmática, es ya un número para las estadísticas, porque en invierno se queda casi vacío y aquí el invierno es larguísimo. ¿Quién salvará estar tierra del invierno? ¿Quién la cuidará cuando se quede sola?.
Pero no estaría mal que los políticos cumplieran sus promesas que, por otra parte, es un deber que no han cumplido, es una deuda que va engordando y que no servirá para aliviar a nadie si no llega o si llega muy tarde.
@De la sección "Vuelta a los orígenes", Diario Palentino, 18 marzo 2006
Froilán De Lózar
Escritor y Publicista
Premio de periodismo "Ciudad de Palencia". II Premio Internacional de Poesía Diego de Losada (Zamora). Premio Nacional de Novela Corta "La Tribuna de Castilla" (Valladolid), 1998.