Para los que seguimos la vida política de España, si a alguna conclusión hemos llegado es que las inercias y las formas de hacer de esta jaula de grillos tienen muy poco que ver con el resto de países de nuestro entorno. El hecho que un partido político, enfangado en casos de corrupción hasta las orejas, sea una y otra vez el más votado en unas elecciones, que la más mínima disensión dentro de los partidos sea tomada como la peor de las traiciones o la obsesión -a veces hasta extremos ridículos- de querer descabezar al líder de una formación concreta, son detalles que evidencian (y mucho) nuestra diferente idiosincrasia política. No obstante, ésta forma de actuar a nivel colectivo para con sus líderes en la Piel de Toro, no es ni mucho menos nueva y, si queremos buscarle un origen, deberemos remontarnos, ni más ni menos, que a la época de los celtíberos. Y es que, hace unos 2.500 años, los habitantes de la península ya tenían una tradición social que los hacía muy diferentes: la Devotio Ibérica.
Llama poderosísimamente la atención cómo, en un país cuya pluralidad secular lo convierte desde siempre en un auténtico reino de Taifas, los partidos políticos, ya sean a izquierda o derecha del arco parlamentario, actúen muchas de las veces con un monolitismo interno tal que deja a la altura del betún a cualquier régimen totalitario. El culto al líder, la represión del debate interno, la incondicionalidad a ultranza de sus seguidores o las estrategias políticas, aunque estén a la orden del día en la actualidad (camino de unas terceras elecciones), era algo que ya era bien conocido de los generales romanos cuando les tocaba guerrear en tierras de Hispania. Y es que, era imposible que el alma de la más potente legión romana no se encogiera cuando se encontraban frente a unas belicosas tribus bárbaras que habían jurado lealtad a su caudillo hasta morir y que llegaban al punto de suicidarse cuando éste había caído muerto en combate. Habían consagrado su vida a la de su jefe.
La devotio ibérica, como se la conoce por los textos romanos, se trataba de un pacto militar en la que los guerreros de una comunidad juraban al jefe y ante una divinidad, tenerle fidelidad hasta la muerte. Este pacto, basado en el honor y la lealtad del individuo para con su líder (que si bien también se daba entre otros pueblos europeos, su máxima expresión se dio en la península Ibérica), implicaba que el guerrero se comprometía a priorizar en todo momento la vida del gerifalte a la suya propia en el campo de batalla. Y tal como prometían, cumplían.
Al ser la guerra una cosa que no estaba al alcance de todos los bolsillos -sólo podían guerrear los que tenían suficiente solvencia como para comprarse un caballo y armas, no como ahora, que es al revés-, los guerreros "devotos" formaban parte de la élite social de las tribus hispanas, por lo que el mantener el juramento hasta el fin era una cuestión que mezclaba la religiosidad con el mantenimiento del honor personal o familiar.
Así las cosas, cuando se veían en obligación de entrar en batalla, luchaban con bravura inusitada siguiendo a sus líderes hasta la victoria final... pero con la particularidad de que, cuando venían mal dadas, aún luchaban más fanática y fieramente de cara a proteger al jefe. La situación llegaba al colmo de que, como cayera en combate, sus seguidores (conocidos como devotii) no podían sobrevivirle, de tal forma que o bien se suicidaban o bien se lanzaban a un combate suicida del cual no podían salir vivos. Todo por el líder.
En esta situación, cuando los cartagineses y los romanos se dedicaron a darse un garbeo por la península Ibérica entre el siglo III y II a.C. se encontraron de bruces con unos pueblos íberos y celtíberos que les plantaban cara de forma brutal. Unos pueblos que, casados con el caudillo de turno por la devotio ibérica, no dudaban en inmolarse antes que dar su brazo a torcer, como pudieron comprobar en los sitios de Sagunto, Numancia o Calagurris (Calahorra). Sin embargo, los romanos pronto encontraron el punto débil de esta férrea institución: el propio líder.
Al depender la lucha básicamente del papel del jefe de los indígenas, pronto se vio que si se quería ganar una batalla, la pieza clave a destruir era, justamente, la cabeza. Ello implicaba que en cuanto se cazara al capitoste de la tribu, por muy a favor que llevaran la contienda, esta acabaría del lado de los romanos ya que, para las tribus hispanas era un grave pecado sobrevivir (en batalla, se entiende) a la muerte del rey.
De esta manera, los romanos -prácticos como eran ( ver Lago Albano: ingeniería romana para drenar un volcán)- empezaron a tener claro el objetivo a batir y, en vez de ir a lo burro gratuitamente, optaron por tejer un entramado de alianzas al estilo íbero, consiguiendo establecer una red clientelar (¿les suena?) que asegurase a los generales romanos la fidelidad a ultranza de los diferentes pueblos hispanos y evitar en lo posible el enfrentamiento con ellos. No en vano las huestes íberas eran conocidas por su bravura y siempre era mejor tenerlas a tu favor que en tu contra, cosa que se aseguraban con una devotio al jefe... romano.
Tan inteligente estrategia (junto oportunas victorias militares) funcionó a la perfección, acabando con la incorporación definitiva de Hispania en el Imperio Romano. Asimismo, la fama de los íberos llegó al nivel de que los propios generales y emperadores romanos (el caso de Quinto Sertorio, Julio César o Augusto) tenían grupos de indígenas peninsulares que se encargaban de su seguridad personal, cosa que llevó a la cohorte hispana de Sertorio a su suicidio inmediato cuando éste fue asesinado durante un banquete.
Así pues, la devotio ibérica con su entrega ciega hacia el líder, habría influenciado tanto a Roma que estaría detrás -según los expertos- del posterior culto al Emperador que tanto se llevó en boga durante toda la época imperial. Tradición que, a la vez, se habría mantenido entre el pueblo hispano como substrato inconsciente en la forma de relacionarse de una forma estable y ventajosa con el poder, llegando hasta el día de hoy.
Así las cosas, cuando vea que los partidos hacen cosas raras escogiendo por unanimidad a sus líderes, o cerrando filas ante las acusaciones de corrupción, o la oposición pidiendo la cabeza del jefe para poder formar gobierno, no se estire de los pelos. Piense que esto es Celtiberia y que la devotio ibérica, por muchos siglos que hayan pasado, en este país aún sigue viva.
Normal...¡por algo la inventamos!