Ayer los catalanes no celebraron, como afirman, la "Diada del Si", sino la "Diada del Odio". Lo importante del día no es el número de independentistas que acudieron a la cita, sino la cantidad de odio que se desplegó. Los cientos de miles de catalanes que recorrieron las calles de Barcelona lo hicieron llenos de odio y muchos de ellos ávidos de violencia y venganza, sentimientos bajos y miserables que han sido sembrados por una ralea política de baja estofa y nulos principios éticos y democráticos, merecedora de cárcel, en un bando y en otro. ¿Quién no ha escuchado a los políticos afirmar que en el voto está la esencia de la democracia? Los independentistas catalanes apelan al derecho a votar y afirman que ese voto es el alma de toda democracia. Sin embargo, no tienen razón porque el voto es siempre el último recurso, la constatación de un fracaso del diálogo, el debate, el discernimiento y el consenso. Votar es un acto que incorpora la violencia de dividir a la sociedad en dos bandos, el que gana y el que pierde, un acto de división que genera siempre descontento en la parte derrotada. ---
Cuando el fanático Puigdemont o el taimado Artur Mas afirman que el voto es la esencia de la democracia y reclaman para los catalanes el derecho a votar como si ese recurso fuera la panacea, entran en colisión con la inmensa mayoría de los filósofos y pensadores políticos, que señalan el voto como un recurso extremo y cargado de negatividad, al que sólo debe recurrirse cuando fracasan todos los demás, sobre todo el diálogo, el debate, el discernimiento y el consenso.
El alma verdadera de la democracia es el acuerdo, nunca la votación. El acuerdo mantiene a los ciudadanos unidos en torno a objetivos y metas comunes, mientras que el voto siempre genera dos bandos enfrentados, uno que triunfa y otro que pierde y acumula rencor y resentimiento.
La mejor definición de la democracia quizás sea aquella que manejan los ingleses: "Un sistema que permite el acuerdo en el desacuerdo". Esa definición incluye como palabra clave "acuerdo", no "voto".
La historia demuestra que el voto frustra y divide a los pueblos enfrentados, como también demuestra que el camino correcto para solucionar los problemas es el diálogo, el debate, el discernimiento y, finalmente, el acuerdo o consenso. En ese camino, contrariamente con lo que ocurre cuando se vota, no hay vencedores ni vencidos, sino unión y objetivos comunes, que es lo que fortalece a las naciones y pueblos.
Cuando uno traslada estas estas teorías al tema catalán, se descubre que los caminos que se han elegido han sido siempre los más erróneos y peligrosos, lo que demuestra la baja calidad moral y política de la mal llamada "democracia española", un sistema que carece de todos los grandes valores y recursos de la verdadera democracia.
En Cataluña siempre se ha ocultado la verdad al pueblo y se le ha robado el derecho al diálogo y al consenso. Los políticos han recurrido siempre al enfrentamiento y han alimentado la hoguera del odio. Unos, los independentistas, son culpables de recurrir siempre a lo que separa, mientras que los españoles han antepuesto siempre sus propios intereses de poder al bien común, practicando la cobardía y la bajeza moral al permitir, a cambio de votos, que los extremistas llenen la sociedad de odio, roben, separen, mientan , marginen a los amigos de España y carguen peligrosamente la escopeta del enfrentamiento, en lugar de haber promovido, como era su deber, la unidad y la concordia, el diálogo, el debate y el consenso.
La única gran verdad que emerge del actual drama catalán es que, una vez más, como muchas veces ocurrió a lo largo y ancho de la Historia de España, los políticos no dieron la talla y fueron los que, con su miseria y maldad, envenenaron a los pueblos, los enfrentaron y apostaron por lo peor, generando enfrentamiento, división y hasta peligro real de violencia y sangre.
Francisco Rubiales