Retrato de Don José Mª Benítez Bragaña, de Rafael Tegeo (Museo de Bellas Artes de Murcia)
Siempre me ha gustado dibujar. Lo hago desde la niñez, pues es la actividad de la que no me canso nunca. En un principio, a ello me dedicaba cuando tenía algún rato libre, cuando mis estudios y demás obligaciones me lo permitían. Entonces, mi técnica era imprecisa y yo misma me circunscribía al bosquejo de paisajes con unos trazos largos y evanescentes. Después, agregué manchas de colores que me daban la ilusión de encuadrarme en la herencia impresionista. Con el paso de los años, me orienté hacia el retrato a consecuencia de uno que le hice a una buena amiga, un retrato que tuvo un éxito inesperado y que consiguió que me encargaran obras todas las personas del círculo de amistades de la retratada, lo que a su vez produjo nuevos y crecientes encargos. Comencé a adquirir nombre en mi pequeña ciudad y rara era la casa donde no entraba para inmortalizar a alguno de sus miembros. Con la fama y los primeros honorarios percibidos, también llegó mi apetecida dedicación completa a la pintura.Reconocida en mis aptitudes y consagrada por mis conciudadanos, la vida discurría con dulzura para mí cuando una extraña obsesión pictórica se apoderó de mis manos y de la totalidad de mi tiempo: a todas horas retrataba sin cesar a un hombre joven a quien no conocía. Sus rasgos eran nítidos; su expresión, plácida; su porte, elegante; sus ropas, alegres. El extraño que me ensimismó hasta el punto de alejarme de todos mi encargos, me miraba una y otra vez desde mis dibujos sin que yo acertara a discernir el misterio de su instalación en mi vida y en mi arte. Incluso, durante las pocas horas de reposo que me permitía mi fiebre creadora, la imagen de ese joven vagaba por las planicies y colinas de mis sueños. El desconocido se apoderó de mi persona sin reservas, sin que existiera fisura que no poblara con sus profundos ojos castaños.Mi fijación artística cesó el mismo día en que me encontré a Valentín, un joven de carne y hueso idéntico al joven de mis dibujos. Nada más contemplarlo en la cola de un cine, me puse a su lado y no me costó ningún esfuerzo que entabláramos una charla y asistiéramos juntos a la proyección de la película. Después, nos fuimos a cenar y, tras la romántica cena, sembramos las simientes del amor que nos ha florecido durante dieciséis hermosos años, los mismos en los que volví a los retratos de las personas de nuestro entorno. Nuestro amor siempre ha sido mi sostén y sé que llegó a mi vida de manera anticipada para que supiera reconocerlo y no se me escapara nunca en el torbellino de la existencia. Pero ahora estoy aturdida y realmente aterrorizada: un nuevo desconocido se ha adueñado de mis lápices y pinceles y su imagen obsesiva puebla mis lienzos sin recato.