Stalin era presentado a la población como un dios, superando a la imagen de los zares. Era un padre que solo se preocupaba y desvivía por el bien y la felicidad de sus hijos que le debían admiración, respeto y obediencia. Era el gran timonel que conducía con mano firme la nave a buen puerto, era el salvador de la patria.
El culto a la personalidad implicaba:
- La adulación sin límites a la persona de Stalin, el líder brillante.
- Creer en la infalibilidad del líder.
- La identificación de Stalin con la patria, cualquier ataque (crítica o conato de oposición) a su persona era considerado un ultraje a la patria.
- Gran protagonismo de Stalin en la propaganda y medios oficiales, siempre en primer término, destacando en posición y tamaño del resto de las personas que le acompañan, siempre el centro total de atención, su nombre se escribía siempre con letras mayúsculas o más grandes, muchas veces rodeados de jóvenes o niños que le miraban o aplaudían con devoción...
“¡Oh, Gran Stalin! Nuestro amor, nuestra fidelidad, nuestra fuerza, nuestro corazón, nuestro heroísmo, nuestra vida. Todo es tuyo, cógelos, ¡Oh, Gran Stalin! Todo te pertenece, ¡Oh, líder de la patria! Ordena a tus hijos, son capaces de desplazarse en el aire y en la tierra, en el agua y en la estratosfera. Los seres humanos de todas las épocas y de todas las naciones dirán que tu nombre es el más glorioso, el más fuerte, el más sabio, el más bello de todos.” Gaceta Roja de Leningrado (San Petersburgo), 1935