Revista Cine

La Dictadura Perfecta

Publicado el 28 octubre 2014 por Diezmartinez

La Dictadura Perfecta
La Dictadura Perfecta (México, 2014), séptimo largometraje de Luis Estrada -y cuarta cinta de su ¿interminable? saga sobre la endémica corrupción política nacional que inició con los orígenes institucionales de La Ley de Herodes (1999) hasta llegar a la crónica del narco-Estado mexicano con El Infierno (2010) pasando por los estragos causados por el neoliberalismo prianista con Un Mundo Maravilloso (2006)-, se ha estrenado en el peor momento posible. Es decir, en el mejor momento posible: cuando el México real es aún más terrible que el México retratado en la pantalla grande. 
Estamos en un país en el que aparecen fosas clandestinas un día sí y otro también, en el que por el capricho de una pareja narco-municipal desaparecen a 43 estudiantes, en el que los miembros de un partido político en un estado mandan matar a su propio secretario general, en el que los más cínicos dentro de la clase política se dan baños de pureza confiando en que nadie se acuerde de las trapacerías que hicieron antier, en el que los dueños de la televisión marcan agenda o crean la suya propia, al cabo que para eso tienen a una población pasiva, lerda y crédula, dispuesta a tragarse las más grandes mentiras posibles, sea en el noticiero de la noche, sea en la telenovela de mayor rating.
El pesimismo de Estrada –que, al inicio, podía haberse confundido con la equívoca glorificación de la corrupción política en la persona del pinchurriento presidente municipal Juan Vargas (Damián Alcázar) de La Ley de Herodes- se ha vuelto, con cada nueva película, más oscuro, más cerrado. El cínico final de La Ley de Herodesse convirtió en el negrísimo desenlace homicida de Un Mundo Maravilloso que se transformó en el nihilismo desatado de la interminable masacre final de El Infierno que ha aterrizado en el pesadillesco desenlace premonitorio de La Dictadura Perfecta, cuando vemos que, como sociedad, estamos destinados a repetir una y otra vez las mismas tarugadas. En el cine de Luis Estrada, México no tiene remedio. 
El guión escrito por el propio cineasta en colaboración con Jaime Sampietro parte de una premisa similar a la sátira política hollywoodense Escándalo en la Casa Blanca (Levinson, 1997): luego de que el balbuceante Presidente (Sergio Mayer, cual perfecta caricatura de Peña Nieto) mete la pata al estilo de Fox en cierto encuentro con el embajador gringo (Roger Cudney), los Pinos le encargan a Pepe Hartmann (Tony Dalton), un poderoso ejecutivo de Televisa -digo, Televisión Mexicana-, que distraiga la atención del respetable, por lo que con ese fin, el hábil productor Carlos Rojo (Alfonso Herrera) destapa el video-escándalo bejaranesco del gobernador norteño Carmelo -¿nieto de Juan?- Vargas (Damián Alcázar). Sin embargo, cuando el propio Vargas viaje a Televisa –oh, pues, quise decir Televisión Mexicana- con los millones por delante para contratar los servicios de esa compañía, Rojo y su periodista estrella Ricardo Díaz (Osvaldo Benavides con chalequito de Carlos Loret de Mola) montarán un show mediático tipo Paulette por el cual Vargas terminará convertido en héroe nacional.
La cinta tiene un problema grave –la historia se estanca peligrosamente hacia la mitad porque se entretiene demasiado en la subtrama de la desaparición de “las gemelitas”-, pero esto se compensa con creces por el convencimiento que el ecléctico reparto le inyecta a todos sus personajes y, más aún, porque estamos ante una película que, más allá de sus defectos, tiene la virtud de buscar la comunicación -o la complicidad- con los espectadores y con ese país (más o menos real, más o menos distorsionado) en el que viven. 
La Dictadura Perfecta es, pues, la película del momento, en el mejor sentido del término: una cinta hecha para ser discutida, criticada, alabada, vilipendiada. Un filme que habla, parcial pero lúcidamente, del México que todos conocemos: un país perdido en su laberinto de corruptelas sin fin y sin remedio.
Lo anoté al inicio: Estrada no es el más optimista de los cineastas nacionales. Pero, la verdad, luego de lo que hemos visto en las últimas semanas, ¿alguien podría reprochárselo?

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