Lo
de Tito Vilanova es una lucha
personal enorme, de la que ojalá salga bien como le hemos deseado siempre desde
aquí y lo seguimos haciendo enviándole todos los ánimos del mundo. Y respecto
del Barça una preocupación mayúscula por cuanto representa. Atrás quedan los
acuerdos o desacuerdos con algunos de sus planteamientos y decisiones técnicas,
la pena por los meses que la temporada pasada no pudo dirigir a su equipo y,
sobre todo, la brillante Liga ganada batiendo el record de puntos de los
blaugranas en todos los tiempos, destacando que lo ha hecho tras la mejor etapa
culé de su historia.
Ahora
tienen Rosell y sus directivos la
dificilísima cuestión de elegir a un nuevo preparador que no haga chirriar la
excelencia alcanzada en las últimas temporadas. Y un tema adicional será ver
qué dirección toman: si la de la continuidad eligiendo a alguien de la casa, o
que la haya conocido bien en su vida profesional; o, por el contrario, se
decantan por quien no haya bebido en los
abrevaderos blaugranas nunca con el riesgo de ruptura que eso supone.
Realmente, cuando se viene de una etapa tan exitosa y tan enmarcada
en una filosofía de juego tan característica de los valores canteranos y sus
bases técnicas, es una lotería inquietante salirse de ella apostando por quien
no la haya mamado. Difícil papeleta tienen por delante los mandatarios
actuales, acuciados además, como están, por otros frentes que amenazan con abrir
en canal otros aspectos de su entorno. Ahora es cuando Rosell tiene la ocasión
de demostrar su valía, porque hasta ahora todo ha sido administrar la feliz
herencia recibida en lo deportivo. Pep,
sobre todo, y Tito les han dejado el listón demasiado alto para andar con
experimentos, y en la solución del problema planteado tan involuntariamente
puede estar el germen de su destrucción. Si fracasan, lo que no sería demasiado
raro, el inefable Laporta tendrá más
que un pasillo una autopista a sus pies para volver en olor de multitudes. Si
triunfan, lo que también es muy posible si aciertan con el recambio, habrán
labrado su propio perfil y ya no vivirán, como hasta ahora, de prestado a
cuenta del camino marcado por sus antecesores. Como se dice en los toros, están
ante la hora de su verdad, con la ventaja que les otorga los magníficos mimbres
que tienen para hacer un cesto rutilante. Ojalá acierten por su bien y por el
del fútbol español y el mundial.
Hay
quienes me han insistido en que entre a valorar lo sucedido entre Guardiola y
Vilanova, pero no lo voy a hacer porque jamás entraré en las relaciones
personales entre profesionales y amigos; al menos de antaño. Sólo señalo que me
parece lamentable por los dos haber llegado al punto de enviarse mensajes por
terceros interesados o públicamente a través de la prensa. Tengo de ambos una
excelente imagen y creo que salvo que hayan malmetido terceras personas muy cercanas
a ellos, con una llamada directa se podía haber solucionado cualquier problema.
Porque la amistad tiene eso. Esa amistad que no necesita de calificativos. O es
o no es, y no vale aquello de la buena o regular amistad.
Enfrente,
por el contrario, disfrutan de días de vinos y rosas con la llegada de Ancelotti y Zidane a los mandos que hasta ahora, además, están teniendo el
acierto de dar juego a los jóvenes para gloria y disfrute de quienes creemos en
ello para reverdecer viejos laureles. A ellos, también, le deseamos todo el
acierto y la suerte del mundo por el bien del fútbol.
Y
llegamos a final con el polémico reparto de los dineros televisivos. Es un
absoluto disparate que el Madrid y el Barça acaparen más de la mitad de su
cuantía porque si bien son quienes más audiencia tienen también es verdad que
sin los demás equipos no valdrían nada sus alardes y no tendrían glorias que
vender. Yo creo que en sus propios marchamos tienen la materia de venta
millonaria suficiente para no tener que ahogar a los demás clubes con un
reparto tan ignominioso que, aparte de todos los agravios, lo único que
conseguirá será que nuestra Liga vaya perdiendo interés paulatinamente hasta
convertirse en una de Gales o Escocia.
Aunque otra cosa, también, es la nefasta idea de los más modestos en
emular a los grandes olvidando sus canteras. Y en ese disparate han hundido
alguno de ellos vidas y haciendas.