Ser periodista no es tarea fácil. Como muestra de botón esta anécdota que retrata a un periodista norteamericano cuando le hacen una entrevista y le preguntan, ¿en qué consiste el oficio de periodista?
“Si escribo un análisis en profundidad, es demasiado largo. Si lo hago condensado, es incompleto. Si tomo partido en una cuestión, tengo prejuicios. Si no, soy un cobarde. Si he pasado poco tiempo en mi puesto, carezco de experiencia. Si he pasado algún tiempo, ya es hora de cambiarme. Si no me paro a charlar (tengo que alcanzar el cierre, saben), soy demasiado grande para mis zapatos. Si me paro a charlar, no tengo mucho que hacer. Si pido consejo, soy un incompetente. Si no lo hago, soy un sabelotodo. Si cometo un error, oigo hablar de ello semanas enteras. Si no, nadie me dice nada. Si acepto una invitación social, soy un alcohólico. Si no lo acepto, soy un bicho raro e introvertido. Si cito mal su nombre, usted no lo olvidará nunca. Si lo cito bien, usted no leyó mi artículo”.
Esta respuesta de este redactor no hace sino poner en relieve la dificultad que tiene esta profesión, diría yo incluso la mala reputación que tienen los medios de comunicación y los periodistas. Mala fama a veces bien ganada porque muchas veces esas críticas por parte de la sociedad se refieren a la frivolidad de los contenidos, atentados contra la moralidad, defensa de intereses partidistas, violación del derecho a la intimidad, etc.
Pero no sólo el público. Existen excelentes profesionales de la información que denuncian esa falta de credibilidad de los medios ante el público. Menéndez Pelayo enjuiciaba la prensa, diciendo: “La baja prensa, en España, como en todas partes, es un cenagal fétido y pestilente”. Para Ortega, “no sólo el periodista es una de las clases menos cultas de la sociedad presente sino que el periodismo ocupa el rango inferior de las realidades espirituales, pues la espiritualidad que rezuman los periódicos es tan ínfima que, a menudo, es antiespiritual”.
Ante este panorama la definición del Papa Pío XII, en su discurso al III Congreso Internacional de Prensa Católica, titulado “La prensa católica y la opinión pública”, celebrado el 17 de febrero de 1950, al hablar de la figura del periodista, sobre lo que los periodistas deben ser afirmaba es de absoluta actualidad:
“Hombres profundamente penetrados del sentimiento de su responsabilidad; hombres marcados con el sello de la verdadera personalidad, capaces de hacer posible la vida interior de la sociedad”.
Definición que, encierra las cualidades morales que el Papa Juan XXIII considera fundamentales para la profesión del periodismo éste, en un discurso al III Congreso Nacional de la Unión de Prensa Periódica Italiana, el 29 de noviembre de 1959, de las que destaco tres: “sentido de la responsabilidad, honestidad absoluta y amor a la verdad”.
En estos tiempos tan convulsos social y políticamente necesitamos resaltar la importante responsabilidad social del periodista. Al periodista se le ha reclamado, se le reclama y, cada vez con más fuerza, se le va a reclamar honestidad y diligencia en el trabajo. Porque al periodista se le teme y, en ocasiones, se le desprecia porque se sabe de su poder de influencia.
Pero, por encima de ello el periodista deber servir a la sociedad y no servirse de ella, a través de la verdad. Por eso, es muy importante concienciarse de esta responsabilidad y estar en continua alerta para ser intermediarios fieles y auténticos entre una sociedad que tiene el derecho a una información veraz y una realidad a la que sólo algunos privilegiados tenemos acceso.
Foto: FreeDigitalPhotos/Stuart Miles.
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