Revista Sociedad

La dignidad tiene un nombre, Madiba

Publicado el 10 diciembre 2013 por Salva Colecha @salcofa

El CNA es una organización terrorista…quien piense que va a gobernar Sudáfrica vive una fantasía “

Margaret Thatcher, 1987

El pasado día 5 de diciembre fallecía Mandela. Ahora que ha muerto, como siempre, los

 

Increible: “Rajoy afirma que el funeral de Mandela hará ‘más emblemático’ al estadio donde ganó España”

grandes capitostes compiten en sus muestras de dolor, cuentan que era un ejemplo, que el mundo ha sufrido una gran perdida y todo lo que se dice en estos casos. En cambio no convendría olvidar que algunos de ellos no hicieron nada por el preso 46.464. Pretendieron olvidarlo, les incomodaba y lo incluyeron en las listas de terroristas internacionales. Dicen que hemos de seguir su ejemplo pero en cambio, sus políticas causarían espanto al mismo Mandela. Bueno, no es más que un ejemplo de la cínica moral que padecemos hoy en día en este mundo. Pero, ¿quién era este hombre y que hizo para que le recordemos?

Mandela fue el líder más destacado del movimiento anti apartheid y primer presidente elegido por todo el pueblo sudafricano. Nelson Rolihlahla Madiba Mandela nació en Sudáfrica el 18 de julio de 1918 y era descendiente de una rama secundaria de la familia real de los Thembu. Es por esto por lo que estudió en un instituto reservado a la élite negra. Su segundo nombre, fue premonitorio para los Afrikáner, Rolihlahla, en Xhosa, quiere decir “uno que da problemas” y vaya si se los dio.

Su primer acto de rebeldía fue en 1940 cuando huyó de casa al haberse ganado la reprobación general por oponerse al matrimonio que le habían pactado. Volvió a Johannesburgo donde trabajó como guardia nocturno. En 1943 consiguió matricularse de Derecho en la University of Witwatersrand de Johannesburgo donde era el único estudiante negro. Ese mismo año se unió al African National Congress, ANC y empezó su larga lucha contra el National Party, el régimen de apartheid y la segregación racial.

La leyenda puede que empezase en un lugar llamado Rivonia. Allí, sin saberlo, el apartheid, firmó su sentencia de muerte juzgando al dirigente africano más respetado de todos los tiempos.

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Se le acusaba de sabotaje, intento de provocar una revolución violenta, pertenencia a organizaciones prohibidas ( Congreso Nacional Africano (CNA) y su brazo armado: el Umkhonto we Sizwe), y de ayudar a países extranjeros. Vamos, que nuestro gobierno, que ahora alaba su figura, lo sancionaría hasta la ruina con su proyecto de Ley de Seguridad Ciudadana, no lo olvidemos. Rué allí, en el juicio de Rivonia, donde Mandela nos mostró su talla como líder, desde la sencillez y la calma, no como los que ahora se autoproclaman salvadores de patrias.

Llegó el juicio, y Mandela convenció a su defensor, Bram Fisher, para hablar. La memorable intervención de Mandela fue un 20 de abril de 1964. Tenía 45 años y sus palabras eran un suicidio, así,

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literalmente. Se daba por sentado que lo colgarían en el patio trasero nada más callase, pero se mostró valiente, inflexible. Admitió que formó parte del Umkhonto we Sizwe hasta que fue detenido, puede que fuese por esto por lo que se le incluyó en las listas de terroristas. No obstante dejó muy claro que había actuado pensando en las consecuencia de emprender acciones violentas aunque resaltó su empeño de no atentar contra la vida humana. Mandela fue condenado a cadena perpetua, y confinado con un número, el 46.464, en la prisión de Robben Island, donde permaneció hasta su liberación por presiones internacionales, el 11 de febrero de 1990. Veintisiete años después, durante los cuales sufrió trabajos forzados, contrajo la tuberculosis y varios trastornos oculares pero, ante todo, se convirtió en un mito, el símbolo de la lucha contra el apartheid.

Nos decía Mandela: «He combatido la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre, en la que todos vivan en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero ver realizado. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir». Espero, de todo corazón que con su desaparición, no desaparezca el sueño. No sólo no desaparezca sino que crezca su lucha y la hagamos nuestra, nos hace mucha falta.

 


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