Revista Diario

La dimensión de la sonrisa

Por Bergeronnette @martikasprez
Charles Darwin demostró que la extinción de una especie es un proceso de evolución. No hay razones para preocuparse sobre la desaparición de especies. De hecho, una tasa constante de extinción es un proceso normal en el curso de la evolución y se conoce con el nombre tasa de extinción de fondo. Las especies siempre han evolucionado y desaparecido a través de los tiempos geológicos debido a cambios climáticos y a la incapacidad para adaptarse a superar la competencia y la depredación.
Pero, al exponer este argumento, olvidamos un hecho muy importante: desde el siglo XVII, los humanos han acelerado la tasa de extinción debido al aumento de la población y al consumo de los recursos. Hoy en día, la mayoría de los hábitats del mundo están cambiando tan rápidamente que las especies no tienen tiempo para evolucionar o adaptarse a tales cambios. Se estima que la actual tasa global de extinción es de más o menos 20,000 especies por año, lo cual es muchas veces mayor que la tasa de extinción de fondo. Muchos biólogos creen que estamos inmersos en el mayor episodio de extinción en masa desde la desaparición de los dinosaurios hace 65 millones de años.
Juan recorría la alfombra de su habitación, leyendo su libro en voz alta. La profesora les había puesto deberes sobre la extinción de especies para dentro de dos días. Debían explicar los motivos que se estudiaban para esa desaparición, y hacer una redacción sobre algún animal o planta, que estuviera en peligro de extinción.
Juan era un niño listo, a par que imaginativo, y tal vez por este motivo, la profesora le había pedido que fuera a hablar con ella, al final de las clases.
Cuando Juan se acercó a la gran mesa, que dominaba desde una esquina la clase, la “seño” le sonrió, mientras recogía unos papeles de su escritorio. Abrió un cajón, y le alargó a Juan un libro de mitología. Le pidió que se lo leyera, ella estaba segura que le iba a gustar. Después, y sólo si Juan lo veía posible, podría hacer un cuento acerca de lo que había leído, para publicar en el periódico del colegio.
-“Sé que te va a gustar este tema. Y como ves no hay tantas páginas. Trata de un mundo mágico, con animales fantásticos, y llenos de vida, que nunca hubieras imaginado que podían existir. Como sé que se te da bien escribir historias, pensé que podrías escribir una para que fuera publicada en el periódico. Me gustaría que mis alumnos participaran un poco más, y si tú lo intentaras, otros podrían seguir tus pasos. ¿Qué te parece?”
Juan estaba asustado. La mesa de la profesora siempre había impuesto mucho respeto a los niños, y el estar junto a ella, sin haber sido castigado, era algo novedoso. Además, por fin, alguien (mayor) se interesaba en sus historias. Juan recorrió con la mirada el techo del aula, y tras encallar en la esquina, miró a su mesa. Allí, sentada con un libro abierto había aparecido Eva. Ella puso su dedo índice en sus labios, como diciéndole que no quería interrumpir. Pero tenía una fabulosa sonrisa que dejaba adivinar que la idea de que su hermano Juan escribiera una historia acerca del libro de la “seño” le había parecido estupenda.
Juan se volvió a la profesora, y le contestó.
-“Me gusta la idea. ¿Puedo poner los personajes que yo quiera en esa historia?” -“Por supuesto, Juan. Es tu historia, tú eliges todo.” -“Vale, entonces creo que sí la escribiré. Eva me ayudará.” -“¿Eva? Te refieres a tu hermana inv... pequeña? ¿Quieres que hablemos de ella?” -“No, ya me tengo que ir, que estará esperando mi madre a la salida.” -“Está bien Juan. Léete el libro, y piensa en una historia. Me gustaría publicarla antes de navidad. ¿Crees que será posible?” -“Lo intentaré.” -“Hasta mañana Juan.” -“Adiós, señorita.”
Juan salió del aula, seguido de su hermana Eva. Ésta iba dando saltitos a lo largo del pasillo, emocionada pensando en como su hermano la disfrazaría en su cuento.
-“Pero prométeme que no me asustarás.” -“Jaja, claro que no, bobita, los cuentos no asustan, todos son buenos.” -“Aún me acuerdo del capitán Crato, y ese sí que me dio un poquito de miedo.” -“No te preocupes, que estaré contigo.” -“Promételo.” -“Prometido.”
Eva apareció por el resquicio de la puerta, que momentos antes había dejado abierta la madre de Juan. Esta última se había asomado para ver si estaba haciendo los deberes, y al verlo tan entregado con el libro de clase, decidió no molestarle e irse a hacer sus faenas.
Eva cerró la puerta tras de sí. Escuchó las últimas palabras de Juan, y mientras esperaba a que se volviera, se sentó sobre la cama.
-“Hola Juan. Estás pensando en la historia que te ha pedido la “profe”?” -“Ya te echaba de menos, Eva. Estoy leyendo el libro, es muy chulo. Y ¿sabes? Ya sé sobre que animales fantásticos voy a hacer el cuento.” -“Oh! Pero serán bichos buenos de los que sonríen y ayudan a las niñas pequeñas si se pierden?” -“Mmm, tan buenos, tan buenos, que van a ser bobos.” -“¿Animales bobos? ¿Eso quiere decir que son tontos?” -“No exactamente. He leído en el libro de clase que existió un pájaro muy grande en una de las islas del Océano Índico, la isla Mauricio. Se llamaba “Dodo”. Según el libro era un ave típico de las islas, que había evolucionado a lo largo de los años.” -“¿Qué es evolucionado, Juan?” -“Significa que se había transformado. Como no había ningún animal que lo cazara, lo que hemos estudiado como depredadores, el dodo perdió la necesidad de volar. En consecuencia, sus alas se redujeron y atrofiaron, desarrollando a cambio unas patas robustas y demasiado grandes para un ave de su tamaño. Con semejante desproporción no podía caminar con la más mínima elegancia, mucho menos intentar correr, por lo que estaba totalmente indefenso ante hombres y perros.” -“¡Entonces era un bicho muy feo!” -“Mira, tengo una foto en el libro de lectura que me ha dejado la “seño”.” -“Jooo, parece una gallina con la cabeza de pavo.” -“Jajaja, algo así. También se le llama “pájaro bobo”, por su torpeza al caminar, y la ternura que despierta por haber convertido sus patas en estas grandes.” -“Mauricio, el pájaro bobo.”
Hace muchos años, Mauricio Kingsley era el último pájaro dodo de una isla de un océano inmenso. Cerca de esa isla había otras, que formaban el archipiélago que más tarde se conocería como el de Mascareñas o el de las Islas Mauricio. Siendo esta última, la más conocida y extensa. Tomó su nombre de nuestro personaje, Mauricio Kingsley, aunque los holandeses que llegaron a la isla en el siglo 16, la bautizaron como Mauricio en honor del Príncipe de Orange, Mauricio de Nassa. ¿Casualidad que ambos se llamaran igual?
Mauricio era ya un animal muy viejo, y sabio. Había sido de los primeros animales en habitar la isla, y había conocido generaciones y generaciones de otros animales y personas. Muchos le habían pedido ayuda, cuando los primeros humanos habían comenzado a “molestar” sus hábitats, y la respuesta de Mauricio era siempre la misma:
-“Ellos serán la causa de nuestra desaparición, pero hasta entonces, traten de disfrutar de sus conocimientos.”
Y se alejaba, meneando el trasero de lado a lado. Los demás se le quedaban mirando con extrañeza, ya que los humanos no dejaban de ser una pequeña molestia para todos, incluido para Mauricio.
Pero Mauricio, que con el paso de los años había aprendido mucho de observar a los demás, guardaba un pequeño secreto. En una de sus excursiones a la falda del volcán, en dónde hay un estanque de limpia agua cristalina, conoció a una muchachita morena, de pelo largo y oscuro. Sus ojos eran de un bello color negro azabache, curiosos y asustadizos al mismo tiempo. Ella había acudido a llenar un pozal con agua, y estaba llenándolo cuando el ruido burbujeante de Mauricio al beber le llamó la atención.
Levantó la mirada y vio un animal muy feo. Su cuerpo había tomado un color verde oscuro con algunas plumas de colores amarillo y marrón. Tenía un pico ancho, que se encaminaba hacia abajo, provocando el ruido tan característico que estaba haciendo al beber. Y unas patas parecidas a las de las gallinas, pero mucho más anchas y fuertes. Era un animal tan raro, que Doda se echó a reír a carcajadas, provocando que Mauricio se atragantara con el agua, al levantar la cabeza para ver de donde venían esas risas.
Se sorprendió de ver a una humana tan pequeña, y en cuanto se le pasó el pequeño ataque, se acercó a la muchacha. Ella reculó, asustada, pero como la curiosidad podía más, le preguntó que clase de animal era, ya que nunca lo había visto. A partir de entonces nació una gran amistad entre ellos dos. El pájaro bobo se acercaba todas las mañanas al estanque para conocer las costumbres de la gente, y la niña Doda, aprendía historias de animales tan diversos y entrometidos como Mauricio.
Cierta vez, Mauricio le entregó un mapa a Doda, y la acompañó a la isla Agalega. Allí, le pidió que lo ayudara a poner paz entre los hipogrifos y unicornios y los hombres-lobo y los basiliscos.
Éstos últimos querían el control total de la isla, y unos durante la noche, y los otros durante el día, asustaban y quemaban todo cuanto se les ponía por delante. Las disputas eran continuas entre ambos bandos, y ni tan siquiera Mauricio había conseguido ponerlos de acuerdo. Él le confesó a Doda que sería su última excursión a la isla, y también su última misión como “pájaro bobo”.
-“No sé como puedo ayudarte, Mauricio, pero confío en que tienes un plan.” -“Cierto niña. Guíate por el plano, y no te separes de mí.”
Mauricio había reunido a todos los animales mitológicos en una explanada. Subió a un pequeño estrado que había montado él mismo con unas maderas, y tras pedir silencio unas cuantas veces, les dijo que les traía un regalo. Aquellos que supieran apreciarla, seguirían vivos por muchos años, los que no, pasarían al olvido.
Tras sus últimas palabras, hizo subir a Doda al estrado. Ella estaba tan asombrada que tardó en hablar. Dejó su plano sobre las maderas, y una vez recuperada, les sonrió. Les contó con mucha pasión todo aquello que había vivido al lado de Mauricio, y como eran sus días en su poblado. Les contó maravillas acerca de los hombres, pero también les advirtió que eran algo escépticos ante el mundo que acababa de descubrir.
Los animales dejaron de discutir, porque entendieron que era una pérdida de tiempo, y que el tiempo que estuvieran en esas islas, debían aprender a convivir en armonía, para así ser recordados por los humanos en libros e historias. Cada uno se quedó con una parte de las islas. Y sólo se reunían dos veces al año para conocer de voz de Doda las novedades entre los humanos, y recordar la bella sonrisa de la niña.
Son estos elementos, el nacimiento por la más bella fuerza creativa de la naturaleza, la sonrisa de sus habitantes y las sutilezas imperceptibles que se convierten en leyenda, lo que hacen de Isla Mauricio el ensayo de paraíso más logrado. Es por eso que en el país las cosas, los hechos y la misma fuerza vital que rige al mundo, llevan otra dirección.
Aquí el pasado, el presente y el futuro se conjugan, de tal manera, creando dimensiones nunca imaginadas. Quizás el mejor ejemplo de esta afirmación no sea el aroma del tamarindo y de la canela que inundan el ambiente, embriagando la razón y los sentidos, sino que como el mítico pájaro dodó, sospechando que no sobreviviría a la depredación colonial, pareciera que optó por su extinción, para convertirse en mito y en leyenda.

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