Cuando le preguntan si es casada o tiene hijos, se hace la desentendida y platica del frío o del calor que suele apretar justamente esos días del año. Lupe de sus asuntos no habla porque a nadie le interesan.
De muchacha era diferente, entonces todavía su cuerpo chaparrito y prieto olía a azahar y sus labios eran carnosos como el jitomate, y a cualquiera le abría el canasto de las tristezas, las que tenía guardadas bien adentro por si a alguien se le ocurrían palabras de consuelo. Pero dizque ahora no, ahora Lupe es una mujer grande y cansada, con el cabello ceniza y el cuero pegadito a los huesos. Ahorita si le preguntan indiscreciones, ella pierde el habla.
Trabaja duro, no más, que a nadie le interesa saber de aquel collón desgraciado que tanto dolor le dio. Que ni a ella le importa si al sanguijuela, hijo de la rechintola se lo llevó la pelona o enterito se lo comieron los coyotes. Que su recuerdo ni rencor le dejó, ni mala conciencia, ni fe siquiera le queda desde aquel tiempo pues mientras ella rezaba para que su virgencita morena pusiera remedio a su infierno, la santa parecía estar descansando.
Tampoco Lupe es persona de pelear, del ojo por ojo y diente por diente. De la casa, en la calle Soledad, ella se largó de repente. Primero fue a despedirse de sus muertitos al panteón. A los papás les fue a llevar un ramo de rayos de sol y les pidió su bendición. La tumba de su bebecito la cubrió con una manta de colores y le dejó un cochecito de madera para que fuera el niño más feliz del cementerio y no olvidara jamás nunca a la mamá que tanto lo quería.
Por aquellos días, él estaba desaparecido. Supuso que andaba en Comala, con la otra, que según decían, estaba de ocho meses. Poco le importó ser esposa engañada. Ni los chismes de las gentes le importaron. Ya se sabe que donde no hay misericordia no hay caridad; y donde hay chisme averiguado, jamás es terminado.
A la hora en la que los gallos cantan la mañana, Lupe montó en la camioneta y sintió cómo un airecito helado le aprisionaba el corazón. El chofer puso en marcha el motor. A través de la ventana, ella empezó a decir adiós a todo lo que alcanzaban a ver sus ojos negros. Los bancos de piedra de la plaza, el templete de música, el santuario rodeado de laureles de la India; los portales de la calle principal, la nevería y la esquina donde estuvo el cine Edén. Cuando el vehículo pasó junto al cementerio, mandó un beso volado a cada uno de sus muertos, sintiendo que las lágrimas le iban cegando la vista. La vida entera le pasaba por delante como una película en blanco y negro.
Atrás fueron quedando los maizales a punto para la cosecha, lejanas parecían ya las flores de las pitayeras, los naranjos y los cerros verdes de pinos, hasta la imagen de la laguna se evaporó de su retina. No más quedó aquella carretera recta, una larguísima lengua de serpiente, y lejos, tan lejos que parecía cosa de un sueño, aquel horizonte dibujando el infinito.Y siguió, continuó viajando hasta que llegó a Guadalajara. Aún pensó que la distancia de Sayula era demasiado corta. Ella tenía empuje sobrado y aguante para ver más mundo que aquel. Y fue esa y no otra, tras siete horas de viaje, la razón que la llevó hasta Ciudad de México.
En aquella mole de edificios donde el aire era denso y las gentes indiferentes, del infierno pasó a vivir en un purgatorio. Trabajó como una burra. Para los pobres, la rueda de la fortuna es más lisa que la piedra de molino, eso lo sabe cualquiera.Pero, al menos, ya no tenía amo borracho que le propinara golpizas. Primero, servía en un mesón de un barrio con mala fama. Poco a poco, notaba como a los hombres se les ponían los párpados resbalosos, cada uno bebiendo aparte, con los dedos apretados al vaso de tequila, clavando el codo a la mesa no fueran a rodar al piso. No más despertaban para hacer chistes gruesos o acababan careándose con el pollo de enfrente. Las noches, por lo general, acababan en alboroto, con una voz más alta que otra, un insulto, una amenaza y un cuchillo sacado a traición. Tanta violencia en aquella gallera se le hizo bien pesado. Así que se puso de mercadera en la colonia del Carmen, y en el mismo Coyoacán terminó en un puesto de tepache.
De todo hizo Lupe, menos andar de piruja. Dizque si ella se había marchado de Sayula fue para devolverse el respeto. Y recién cumplió los tres años de vivir en Ciudad de México, con los pesos que día a día había guardado en la alcancía, se compró un boleto para viajar a París.
"Véngase, comadre", le dijo Chayito. "Mi casa es la suya, pero sepa desde ahorita que en este país usted no la va a pasar padrísimo. La vida por estos rumbos no es color rosa como canta la Piaf, más bien la cosa tiene color hormiga". Por teléfono escuchó que a su prima se le soltaba la risa o quizás un llanto aguantado, o fue todo junto que no supo ella en ese momento averiguarlo.
Con muchas dificultades y muchos papeles, acá que se vino con la valija y sus veinticinco años. Chayito la recibió como una hermana. Le dio cobijo, cobija y frijoles hasta que encontró la manera de andar solita y ganarse el pan con el balde y la jerga, limpiando cristales y escritorios. Como ya figuraba, no hay muladar sin chinches, pero con paciencia se afanó en hacerse a la patria de los franceses. Por las noches, escuchaba la radio y con ayuda de un diccionario las palabras del idioma le iba entrando. De madrugada, salía corriendito con la bolsa a tomar el metro desde Montreal que, en poco más de cuarenta y cinco minutos, la dejaba cerquita del edificio, en el barrio de Montparnasse.
En París, el almanaque ha dado veintisiete veces la vuelta. Ya no siente esa soledad de antes. Las nostalgias son más ligeras y a veces, de la vida brotan todavía pequeñas alegrías. Tiene a su prima y conoce a muchos emigrantes como ella, venidos de todas partes de México, que puede decir que ellos son ahora su familia.
"Tantito regrese vamos a comprar la popelina, le parece prima?"
"Aquí la espero. No se demore, m'hija, que los días vuelan."
Hace poco más de un mes, recibieron la visita de Dulce y José. La noticia era que en el centro social se iba a organizar un festival para celebrar el Día de muertos. La fiesta iba a ser por todo lo alto. "Hasta chamán va haber", contó José. "Por cierto, Lupe, que andan buscando un grupo de mujeres que bailen. ¿Por qué no se anima usted con algunas muchachas?"
Son las cinco de la tarde del segundo día de noviembre.Comienzan a llegar los primeros espectadores al salón de actos del centro vecinal de Montreuil.Está lindo el sitio con tanta guirnalda y tanta banderita mexicana colgando del techo. En una esquina un precioso altar con mantelitos de bolillos y mucho papel picado. Pusieron muchos retratos de familiares rodeados de velas, jarras de agua, palitos de incienso, una botella de tequila, hasta ponche de granada hay en la mesa. Y pan de muertos, no podían faltar tampoco, los cestitos con mandarinas y calaveras de azúcar, y muchas flores de papel de un naranja rabioso como tienen las flores de cempasúchil.
La gente comienza a acercarse a los puestos de comida donde sirven tacos, mole negro, tamales y frijoles con arroz acompañados con cerveza o zumo, a elegir. Ya en el escenario están los cinco mariachis tocando esa música que prende en seguida el corazón mientras los pies andan moviéndose solitos. La alegría es contagiosa, como la pólvora se propaga el alboroto.
Si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por maaar. Si es por mar en un buque de guerra y por tierra en tren militar.
A continuación, presentan a la cantante. Una francesita con mucha pasión y muy poco español. A Lupita, la joven con voz rasposa le despierta ternura. Las canciones de Chavela Vargas suenan a chavelazos rabiosos. Pero el público es picante y sabroso y está dispuesto a ayudar mientras ella pone mucho sentimiento en el gesto al interpretar La Llorona sin ningún tino.
Todo esto ve detrás del telón, nerviosa como un pajarito, frotándose las manos frías, ardiéndole las gotas de sudor que le caen por la frente. Los ojos los lleva ardiendo, y los pies parecen higos reventones dentro de aquellos zapatos blancos.
Anda la memoria juguetona, equivocándole los pasos del baile que conoce desde chica, y por más que quiere aventar las sombras, el diablo mueve el rabo y le aventura oscuros augurios. Que se va olvidar, que ella ya está grande para esas locuras, que cómo se le ocurrió, que cómo se dejó convencer para ser la solista... Y mira las caritas de sus compañeras, las seis chamacas hermosas e ilusionadas, que a cada momento ríen, saliéndoles lucecitas de esas bocas dulces cuando hablan. Qué mundo raro, oye que canta la gente. Y Lupita cae en la cuenta de la verdad de este misterio. Piensa que sí, que este es un mundo raro y al mismo tiempo, bien chistoso.
Se escuchan aplausos. El presentador vestido de charro de gala y con enormes bigotes de caracol requiere de nuevo la presencia de los mariachis en escena. Lupe siente como la sangre le abandona las venas, está segura de que se va a caer redonda en este momento. "Muévase, comadre", le susurra al oído una de las compañeras. Y ella se mueve como si le tiraran de un hilo y se para en el centro del cuadro de luz. No puede ver al público de la sala, solo a los tres niños que están delante, pegaditos al escenario. Esto la tranquiliza.
Uno de los músicos hace sonar la trompeta con las primeras notas anunciadoras del jarabe tapatío. A ella se le enchina la piel, se le desboca el cuerpo que creía dormido. Pie derecho, tres pasos hacia delante y golpe con la punta del izquierdo; tres pasos atrás y ahora puntazo con el derecho, una serie de seis zapateados, brinco atrás, brinco delante y vuelta.Los bordes de su falda abanican el aire. Como alas de mariposa hace volar la tela con sus dedos. Lupe parece un ángel. La blusa con el cuello altito y con manga hasta el codo adornada de encajes. Está radiante.
Gira, da vueltas, el retrato de su bebecito meciéndose en el calor de sus pechos. Levanta la cabeza hacia el cielo, y deja escapar su alma que llega a la tierra madre. Jalisco, a miles de kilómetros, nada en un mar de estrellas. Gira, gira, girando sobre sí misma, sintiendo que es un cuerpo divino en esta noche llena de espíritus.No haymujer más feliz en el universo entero.
Ella es la diosa que baila en el ombligo de la Luna.