Revista Educación

La Diosa de la Misericordia

Por Siempreenmedio @Siempreblog
La Diosa de la Misericordia

El rey Miaozhuang gobernaba amplias zonas del oeste de China. Aunque era enormemente poderoso, nada ansiaba más que tener un hijo varón, así que ofreció todo tipo de plegarias y sacrificios al Emperador de los Cielos, que dieron como resultado un último embarazo de una de sus esposas. Como respuesta a sus plegarias, le fue enviada una hermosa niña, que el rey aceptó con resignación.

La pequeña se hizo querer muy pronto por su natural modestia y humildad, pero su único anhelo era ser monja budista. Sus dos hermanas mayores estaban casadas con príncipes y, antes de que pudiera darse cuenta, también a ella le encontraron marido. Cuando se negó a cumplir los deseos del rey, éste ordenó que la encerraran en el patio sin comida ni bebida, pero la niña disfrutaba de las privaciones, pues podía dedicar su tiempo a meditar y se habituó a comer plantas y beber rocío.

Su padre no tuvo más remedio que acceder a sus deseos y permitirle ser monja budista, no sin antes ordenar que se le asignaran las labores más duras. Así se hizo, pero nuevamente sin efecto sobre ella, que obtuvo la ayuda de los dioses para cumplir los más fatigosos trabajos.

Colérico, el rey prendió fuego personalmente al templo donde se encontraba su hija, pero el mismo Buda envió una tormenta que apagó las llamas. Cuando poco después mandó a sus soldados a darle muerte, el dios conocido como Emperador de Jade trasladó su cuerpo a la selva y solo su alma descendió al infierno.

Tan infinita era su bondad que convirtió aquel lugar en un paraíso y las almas que allí se encontraban encontraron absolución. Los propios dioses del infierno suplicaron a Buda que se la llevara, y él reunió su alma con su cuerpo en el monte de Putuo, alejada de las penurias que su propio padre había previsto para ella.

Allí encontró el descanso y, por medio de su meditación, alcanzó el nirvana y se tornó perfecta. Despojada de su condición humana, podía flotar fuera de su propio cuerpo y ver en la oscuridad a través de una hermosa perla que le había regalado el rey dragón del mar del Sur.

Con el tiempo supo que el rey Miaozhuang, su padre, había enfermado gravemente. Su cuerpo se cubrió de llagas como castigo por los padecimientos que había deparado a su hija. Sin perder tiempo, partió hacia el palacio real disfrazada de monje budista, e hizo saber que solo se curaría con el ojo y la mano de una deidad perfecta, oculta en el monte de Putuo, en la isla de Zhoushan.

El rey envió a sus servidores a la isla, donde ella gustosamente les entregó un ojo y una mano, pero solo sanó la mitad de su cuerpo. Los emisarios reales fueron a por los otros miembros de la diosa, que los entregó sin chistar. Antes de que pusieran un pie en el palacio, ya el rey había sanado completamente.

Cuando se interesó por la identidad de aquella persona que tan generosamente había accedido a desprenderse de ojos y manos por su curación, sus vasallos le comunicaron el lugar en que moraba, y el prometió peregrinar a la isla con toda su familia.

Tres años tardó en organizar el viaje. Una vez en la cima del monte, ante la visión del cuerpo deforme de su hija, el rey se derrumbó presa de la desesperación. Arrepentido por tantos perversos crímenes y conmovido por tanta bondad, besó los pies de la santa y juró que a partir de ese momento llevaría una vida pura. Al instante, brotaron del cuerpo mutilado las partes que le faltaban, y su padre la colmó de abrazos y bendiciones.

Por orden del Emperador de Jade, desde entonces fue conocida como Kwan-Yin, diosa de la misericordia, protectora de los mortales y reina de los mares.


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