Revista Cultura y Ocio

La discípula predilecta de santa Teresa

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

La discípula predilecta de santa TeresaPedro Paricio Aucejo

María de San José, Ana de Jesús, Isabel de Santo Domingo, María Bautista, Catalina de Cristo, Leonor de la Misericordia, Tomasina Bautista… son algunas de las discípulas teresianas de la primera hora, pero fue Ana de San Bartolomé (1549-1626) la que tuvo el privilegio de ser considerada hija predilecta de la Santa. Y ello a pesar de que su encuentro se produjo en la madurez vital, mística, fundacional y literaria de la monja abulense, cuando ésta se hallaba ya en la segunda mitad de su cincuentena y Ana García Manzanas –conocida así civilmente– era sólo una joven de poco más de veinte años con intensos deseos de vivir consagrada a Cristo.

Nacida en la localidad toledana de Almendral de la Cañada, sus padres cimentaron su profunda devoción por la vida religiosa. Habiendo experimentado en su infancia una visión de la Virgen, en 1570 ingresó en el monasterio de san José de Ávila, convirtiéndose así en la primera hermana de velo blanco, freila o lega que la reformadora admitió en su Carmelo recién fundado. A partir de entonces, surgió una relación especial que las unió hasta el final de la vida de la fundadora (“[hay] una compañera que ha días que anda conmigo, freila; mas tan gran sierva de Dios y discreta, que me puede ayudar más que otras que son del coro”). Hasta tal punto la quiso y la valoró ésta que, cuando sintió próxima la hora de su muerte, la reclamó junto a sí para morir entre sus brazos.

Ana profesó en 1572 y siguió los pasos de Teresa de Ahumada para convertirse en monja andariega, colaborando con ella en la fundación de los últimos cuatro Carmelos: Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos. Además de compañera de viaje, enfermera, confidente, consejera y leal amiga, Ana se convirtió en su secretaria, encargándose de la labor de copista de sus escritos. Ello se produjo a pesar de ser analfabeta, con ocasión de que en 1579, a instancias de la Madre, aprendiera a escribir copiando unas líneas suyas, por lo que poseyó una caligrafía similar a la de su maestra. Llegó a ser fundadora y priora en Francia y Flandes y, al gozar del testimonio excepcional de la vida íntima de la mística castellana, se convirtió en su heredera espiritual, siendo beatificada el 6 de mayo de 1917.

Su incorporación a la literatura fue tardía y condicionada por circunstancias ajenas a ella, como el mandato de escribir sobre la futura doctora de la Iglesia, siendo ésta la protagonista de sus narraciones ´Últimos años de la Madre Teresa de Jesús`, ´Declaración sobre la traslación del cuerpo de la Madre Teresa de Jesús`, ´Declaración en el proceso de beatificación de la Madre Teresa de Jesús`, ´Noticias sobre los comienzos del Carmelo teresiano` y ´Defensa de la herencia teresiana`. Además de otros escritos históricos, doctrinales, numerosas cartas y un pequeño grupo de poesías, dejó también una autobiografía en dos versiones, con capítulos enteros sobre la descalza universal e innumerables referencias a su vida, enseñanza y doctrina¹.

Para Rodríguez Mosquera², sus textos son un claro y extremado ejemplo de literatura de tradición teresiana, no solo en el sentido de que la Santa ejerciera de autoridad mística, referencia literaria y modelo de escritora espiritual, sino también en tanto que la beata estaba convencida de ser el vehículo a través del cual se transmitía el legado espiritual e histórico de Teresa de Jesús. Asimismo, al considerar que su capacidad para transcribir sus experiencias espirituales era un don sobrenatural transmitido por su madre carmelita, la escritura fue para Ana un regalo cuyo objetivo fundamental era preservar y extender las enseñanzas teresianas. Sus manuscritos reflejan un estilo sencillo, espontáneo, humilde y lleno de afectividad, propio de una persona iletrada que se sirve de la escritura para comunicar su vivencia de lo divino con la naturalidad de quien habla.

En definitiva, según estima esta profesora, “Ana de San Bartolomé supo aprovechar los conocimientos que había adquirido durante el tiempo que estuvo al lado de su maestra, para luego participar como miembro activo de la Iglesia y dejar así testimonio escrito de sus inquietudes, vivencias y, ante todo, su admiración por la gran escritora de la Edad de Oro que fue Teresa de Jesús”³.

¹Cf. SELLÉS, Francisca: “Ana de S. Bartolomé, compañera de Teresa”, disponible en  <https://delaruecaalapluma.wordpress.com/2014/06/07/ana-de-s-bartolome-companera-de-teresa/> [Consulta: 10 de abril de 2021].

²RODRÍGUEZ MOSQUERA, Mª José: “Ana de San Bartolomé: tras la estela teresiana”, en Lectura y signo (Revista de literatura), 13, 1 (2018), Universidad de León (España), Servicio de Publicaciones, pp. 57-67. Disponible en <http://revpubli.unileon.es/index.php/LectSigno/article/view/5668/4381> [Consulta: 11 de abril de 2021].

³Op. cit., pág. 66.


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