En mayo de 1945, Lew Besymenski era capitán de inteligencia el ejército ruso y entró al edificio del partido Nazi. Sus compañeros encontraron cubiertos con las iniciales de Hitler y se los llevaron como recuerdo de la guerra. Besymenski encontró varias cajas de madera en las que había unos cien discos.
Eran grabaciones de música clásica interpretada por las mejores orquestas de Europa y Alemania con los mejores solistas de la época. Es sorprendente que hubiera compositores rusos, como Tchaikovsky, Borodin o Rachmaninov, porque Hitler consideraba que los rusos eran subhumanos y su contribución al arte era despreciable.
Entre los interpretes que aparecen en las grabaciones esta el violinista Bronislaw Huberman, que huyó de Alemania cuando los nazis tomaron el poder porque era judío, tocaba el Concierto de Tchaikovsky para Violín con la Orquesta de la Opera de Berlín. Y Artur Schnabel, un judío austriaco cuya madre fue asesinada por los nazis, tocaba la Sonata No 8 para Piano de Mozart, y el bajo ruso Fyodor Shalyapin cantaba arias rusas.
Hitler en la Opera de Berlín.
Hitler escribió en Mein Kampf:Nunca hubo un arte judío y no hay uno ahora. Las dos reinas de las artes, la arquitectura y la música, no ganaron nada original con los judíos.Pero a Hitler, además de gustarle las obras de Wagner, no parecía importarle quién había compuesto, dirigido o interpretado la música que le gustaba, como lo prueban los cien discos, algunos rayados, otros quebrados, y otros deformes por el calor o por el paso del tiempo.
Fuente:
La Historia del III Reich
El Mundo
BBC
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