Revista América Latina

La disputa de Valladolid entre Las Casas y Sepúlveda (2)

Publicado el 10 diciembre 2012 por Tetenoemi @TeteNoemi

Allá y entonces en el silgo XVI

Apuntes de lectura basados en los análisis de Tzvetan Todorov, Arturo Roig y Enrique Dussel.

Los puntos de vista de Tzvetan Todorov y de Arturo Roig *

retratos de Las Casas y de Sepúlveda

retratos de Las Casas y de Sepúlveda

Ya introduciéndonos en la controversia misma entre Las Casas y Sepúlveda, éste último apoyó su argumentación en Aristóteles. Sabemos que era especialista en la filosofía del Estagirita, que tradujo al latín La Política , en la que decía: «… pues el que puede prever con el pensamiento es gobernante y amo por naturaleza, y el que puede realizar las labores con su cuerpo es gobernado y esclavo por naturaleza…» [1252a] Y también: «Aquéllos hombres que difieren tanto de los demás como el cuerpo del alma y la bestia del hombre […] son por naturaleza esclavos […]» [1254b]

También se apoyó en un texto atribuido a Santo Tomás De regimine (en realidad de Tolomeo de Lucca) en el que la desigualdad se basa en el clima y los astros, y Todorov prosigue:

“Sepúlveda cree que el estado natural de la sociedad humana es la jerarquía, no la igualdad. Pero la única relación jerárquica que conoce es la de superioridad / inferioridad; por lo tanto, no hay diferencias de naturaleza, sólo diferentes grados en una misma y única escala de valores, aún si tal relación se puede repetir al infinito.”

Y cita a Sepúlveda: «el imperio y dominio de la perfección sobre la imperfección, de la fortaleza sobre la debilidad, de la virtud sobre el vicio», quien “…reúne toda jerarquía y toda diferencia en la simple oposición entre bueno y malo, es decir, que finalmente se las arregla bastante bien con el principio de la identidad (más que con el de la diferencia).” [p. 164]

Y agrega:

“El hacer que estas oposiciones se consideren como equivalentes con el grupo relativo al cuerpo y al alma es algo igualmente revelador: ante todo, el otro es nuestro propio cuerpo; de ahí la equiparación de los indios y las mujeres con los animales, con aquéllos que, aunque animados, no tienen alma.” Y más: “Para Sepúlveda todas las diferencias se reducen a lo que no es diferencia, la superioridad/ inferioridad, el bien y el mal.

A este respecto, Roig también tiene algo que decir:

“La categoría de «naturaleza» se transforma en los escritos de éste último [Sepúlveda] en la clave de la relación dominador/ dominado y en la definición de «guerra justa». El ser humano por naturaleza es racional, pero también por «naturaleza» puede ser esclavo, y todavía más si se subleva es, asimismo por «naturaleza» que se le debe reprimir mediante la fuerza, ¿qué le quedaba al padre Las Casas sino repudiar esta categoría?”
“De ahí la célebre expresión de Las Casas […] el Estagirita [Aristóteles] ha desconocido la humanidad de los llamados «bárbaros» y […] la afirmación de su desigualdad «esencial» que justifica su esclavitud impide el reconocimiento del otro como «prójimo» , tal como lo ordena Jesucristo «que es verdad eterna», concluye con un ¡Adiós a Aristóteles!”

Parafraseando a Las Casas, en su Apología, los bárbaros siguen siendo humanos, y por tanto capaces de comprender. [1]

Todorov encuentra en el análisis del Democrates alter de Sepúlveda, que todas las diferencias se fundan en un solo principio, y cuatro son las razones que legitiman la guerra justa:

1. Es legítimo dominar por la fuerza de las armas «a los hombres cuya condición natural… [es] obedecer a otros, si… no queda otro recurso»
2. Es legítimo desterrar el abominable crimen que consiste en comer carne humana, que es una ofensa particular a la naturaleza, y poner fin al culto de los demonios… con el rito del sacrificio humano.
3. Es legítimo salvar… a los… inocentes que esos bárbaros inmolaban…
4. La guerra… se justifica porque abre el camino para la propagación de la religión cristiana. […]“

La disputa de Valladolid entre Las Casas y Sepúlveda

Se trata de cuatro proposiciones descriptivas acerca de la naturaleza de los indios, y de un postulado- prescripción, por el cual “uno tiene el derecho e incluso el deber de imponer el bien al otro, lo que implica una proyección de si mismo en tanto sujeto enunciante, sobre el universo.

Pero la argumentación de Sepúlveda también consiste, en un postulado de fe, del todo- o- nada, que subyace como base ideológica del pensamiento de Sepúlveda, que no permite ser discutida; y refiere dentro de la concepción «clásica», a San Agustín (359 – 430) para quien la muerte de un alma sin bautismo era peor al “hecho de que sean degollados innumerables hombres aún inocentes”. Así la describe Todorov:

“… existe un valor absoluto, que aquí es el bautismo, la pertenencia a la religión cristiana; la adquisición de este valor pesa más que lo que la persona individual considera como su bien supremo, a saber, la vida. Y es que la vida y la muerte del individuo son precisamente bienes personales, mientras que el ideal religioso es un absoluto, o más exactamente un bien social […] la salvación de uno justifica la muerte de otros.”

Éste es el principio que rechazará Las Casas, abandonando la concepción «clásica», para anunciar la de los «modernos».

Él, en su obra “Entre los remedios” asegura que “Desorden y gran pecado mortal es echar a un niño en el pozo por baptizarlo y salvarle el ánima, supuesto que por echarlo ha de morir.”

“El valor personal – la vida, la muerte- tiene más peso aquí que el valor común” (es decir que la salvación, la religión) [2]

Volviendo a Sepúlveda, en un texto posterior a la disputa de Valladolid, “Del reino y los deberes del rey” Sepúlveda escribe:

“Los más grandes filósofos declaran que estas guerras pueden emprenderse por parte de una nación muy civilizada contra gente nada civilizada que son más bárbaros de lo que uno se imagina, pues carecen de todo conocimiento de las letras, desconocen el uso del dinero, van casi siempre desnudos, hasta las mujeres, y elevan fardos sobre sus espaldas en los hombros, como animales, durante largas jornadas. Y aquí están las pruebas de su vida salvaje, parecida a la de los animales: sus sacrificios execrables y prodigiosos de víctimas humanas a los demonios, el que coman carne humana; que encierren vivas a las mujeres de los jefes con sus maridos muertos, y otros crímenes semejantes.” (I, 4-5)

Sepúlveda vuelve a la descripciones idealizadas de los indios, al tiempo que invierte su signo, y esta referencia indica un papel diferente atribuido en uno y otro caso a la presencia, a la ausencia en general: escritura por oposición a la palabra, permite la ausencia de los hablantes; la memorización de leyes y la tradición impuesta por falta de la escritura, determina la preeminencia del ritual frente a la improvisación.

“La piedra de toque de la alteridad no es el tú presente y próximo sino el él ausente y lejano.”
“…el intercambio oral, la falta de dinero y de vestido, al igual que la falta de bestias de carga, implican un predominio de la presencia frente a la ausencia, de lo inmediato frente a lo mediatizado. En este punto preciso es donde podemos ver cómo se cruzan el tema de la percepción del otro y el de la conducta simbólica (o semiótica) que me preocupan simultáneamente en todo el desarrollo de esta investigación en cierto grado de abstracción ambas se confunden. El lenguaje sólo existe por el otro, no sólo porque uno siempre se dirige a alguien sino también en la medida en que permite evocar al tercero ausente; a diferencia de los animales, los hombres conocen la cita textual […] De tal modo que toda investigación sobre la alteridad es necesariamente semiótica, y recíprocamente: lo semiótico no puede ser pensado fuera de la relación con el otro.” [p. 170; la cursiva es mía]

Todorov citando aquí a Durán, describe sobre la forma de sacrificio azteca, una suerte de “se mettre dans la peau de quelq´un”, pero literal. Y luego, refiriéndose a la evolución del aparato simbólico, y en términos generales, de la técnica, asegura: “Hay una tecnología del «simbolismo», y una tecnología de instrumentos” (razón instrumental, en Dussel)

Para él, basando sus informaciones en Oviedo, Sepúlveda – que no había estado en América- atiende a las diferencias, y esto en él se reduce a «inferioridad» : «no civilizados», «bárbaros», «bestias».

La respuesta definitiva de Las Casas a sus argumentaciones es:

“Mandemos a paseo en esto a Aristóteles, pues de Cristo, que es verdad eterna, tenemos el siguiente mandato «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» […] Aristóteles […] aunque en verdad fue un gran filósofo, no fue digno de llegar mediante sus elucubraciones a Dios a través de la verdadera fe.” [Apología, cit. Todorov, p. 173]

Entonces: “… A las diferencias de hecho no corresponden diferencias de naturaleza. No ocurre lo mismo en la oposición amo- esclavo derivado de Aristóteles: el esclavo es un ser intrínsecamente inferior, puesto que le falta… la razón, que da la definición misma de hombre, y que no se puede adquirir a la manera de la fe.”

Hasta aquí entonces la perspectiva de estos autores. Lo que seguirá es el punto de vista del filósofo Enrique Dussel, y algunas notas comparativas.

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Teresa N Alvarez

Grupos de Estudio Bs. As., 1093 Argentina

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* sobre la base de la bibliografía ya explícitada en el post anterior.

[1] El calificativo “bárbaro” lo utilizaban los griegos para decir de todas aquéllas personas extranjeras que, por tales, no ha hablaban el griego. El término “gentiles” en la tradición bíblica, por ej., tendría un sentido semejanteo. Por otra parte, “José de Acosta define que bárbaros son los que rechazan la recta razón y el modo común de los hombres, y así tratan de rudeza bárbara, de salvajismo bárbaro” dice Düssel [p. 60] y comenta en nota a pie de página: “Considérese esta definición con atención, porque en ella se deja ver un eurocentrismo absoluto: «hombres» son, evidentemente, los españoles, los europeos, el «modo común» propio.”

[2] Una breve digresión, para introducir una mirada diferente: el conocido como filántropo y Premio Nobel de la Paz, A. Schweitzer (1875- 1965), en sus escritos de teología crítica concibe que es el contenido ético, su núcleo, lo que decide acerca de la esencia del propio pensamiento religioso, y por tanto de su validez.


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