Ernaux reconstruye su vida mediante las imágenes que guarda y rememora. Las mismas que le ayudan a repasar y poner en orden los acontecimientos políticos y sociales. Las mismas, las nuestras, que nos ayudarían a nosotros a pasar del transistor a la radio, de ahí al equipo de música, al discman o el ipod. Recorrer los años mediante el paso de las fotos en blanco y negro, a los tonos marrones, hasta las fotos en color. Del revelado al digital. Del papel a la volatilidad, a la fragilidad. Porque esas pequeñas impresiones de nuestras vivencias, no hacen sino ayudarnos a revivir esa línea temporal por la que hemos pasado, en la mayoría de ocasiones, de puntillas para no molestar. Viene a mí el primer impacto de una foto rota. Descorazonada, desmembrada, agujereada, rasgada. Decapitada. Mi tía guardaba centenares de fotografías familiares. Distintos formatos, colores, del pueblo, de sesiones con flash hechas por algún fotógrafo profesional, con ovejas, con personas o sin. Un día empezó a romperlas, pero no a tirarlas. Eliminar una foto es un sacrilegio para un supersticioso, como abandonar un alma. No se deshacía de ellas, tan solo garabateaba la cara del que ya no quería, recortaba la cabeza del que para ella era innombrable, partía la foto eliminando a un protagonista. Tras los hechos eran devueltas al álbum, a la caja, con el resto, como si nada. Como si pudieran mirarse todas ellas sin inmutarse. Rolan Barthesen La cámara lúcida, decía que “la fotografía siempre necesita una máscara de lo puro, pues por norma general, nadie quiere ver la realidad en estado puro, siempre es mucho mejor rodearlo todo de ruido para ocultar ciertas cosas”.La destrucción, ese era el ruido de mi tía. 

Descubrir aquellas fotos hizo que diera aún más validez a las imágenes. Encontrarme aquel cajón sin rostros consiguió mantener viva mi curiosidad por saber quiénes eran el nuevo non grato. Desde niña exigiría fotografías en cualquier ocasión, me ardía la necesidad de guardar los momentos en papel. Tenerlos a mi custodia, habitación llena de álbumes, a salvo de los cortadores de cabezas.Anne Michaels dijo en Miner’s Pond que “la memoria es una selección acumulativa. / Un cable submarino que conecta un continente / con otro, / electricidad que atraviesa la negra salmuera de la distancia.” Tal vez por ese miedo a la distancia y a la selección acumulativa, que no quiere decir siempre ajustada y veraz, necesite fotografiar el mundo. Para no olvidar nada. Para ofrecerle a la memoria (débil) un ancla que la fije, que le ayude a no alejarse de nuestra orilla. Leyendo a Ernaux me doy cuenta de que el objetivo no ha llegado a la totalidad. Que la vida está plagada de situaciones, de personas, de fechas, de las que no guardo el negativo. Algunos ya no están, será imposible. Y pienso en los que sí y en cómo decirles que necesito capturarlos en un trocito de papel porque no puedo fiarme solo de la memoria. Que no les garabatearé la cara nunca, como mucho las bordaré. Que es mi único consuelo. Como escribió Magalí Etchebarne en Los mejores días, “el consuelo es la euforia de unas horas, la iluminación.” La luz esparcida entre las sombras, la distancia que separa el pasado del presente.

Fotografías bordadas de Francesca Colussi Cramer.
