Revista Educación
Esta mañana me he despertado pensando que sería un buen día para profundizar en la distracción como estrategia para evitar la expresión de los sentimientos. Lo había leído en el índice y me daba curiosidad saber lo que la autora opina sobre este recurso que tantas veces utilizamos y que al parecer no es del todo inocuo para nuestros cachorros.
Parece que el universo haya querido dotarme, aun no se si de una prueba o de un buen ejemplo para el post de hoy... la cuestión es que antes de leerme lo que hoy transcribiré, ha sucedido lo siguiente.
Como cada día, cuando se acerca la hora de salir hacia la escuela, voy sacando el cochecito a la calle y lo dejo en la acera con su freno puesto. Mientras lo hago, voy llamando a Magdalena para que se suba. Habitualmente tengo que insistir para lograr que se monte pero hoy, mientras yo trasteaba en el garaje, se ha subido sola y al haberme descuidado de ponerle el freno, ella y el cochecito ( este último ha quedado encima de ella) han acabado en la calle encima de un charco. En aquel momento han sido varios mis pensamientos (no se si por este orden): Maldita sea! no he puesto el freno! ; Lo que faltaba, que llegamos tarde; Y encima habrá que cambiarla; Menos mal , no se ha hecho daño, es solo un susto.
De todos los pensamientos, seguramente el mas dañino para Magdalena es el último y concretamente una palabrita de 4 letras : SOLO
Por supuesto que esta reflexión ha sido posterior al drama que se ha montado en un momento. Como en mi cabeza pesaban los pensamientos prácticos no le he dado la importancia que se merecía a ese susto. Por tanto, me he limitado a cogerla, abrazarla ( pero para llevarla al sofá y cambiarla de ropa) y decirle como si fuera un mantra "Ya está, ya está, ya está".
Al décimo "Ya está" el volumen y profundidad del llanto se habían multiplicado exponencialmente y todos los vecinos que pasaban llevando a sus respectivos niños al cole, paraban y preguntaban ( perfecto!!!!). Podría haberla distraído con una pastillita de chocolate o diciéndole que cuando saliera del cole le compraría una chuche pero tenía muy presente el tema de la distracción y lo he logrado evitar.
Aun así, la resolución del "problema" era mucho mas sencilla: PONERME EN SUS ZAPATOS.
Si hago el ejercicio de imaginarme a mi niña de tres años montándose alegremente en su carro como cada mañana y notando con angustia que el carro empieza a desplazarse hacia delante volcando al llegar a la acera, quedando ella debajo aplastada y encima de un charco...no me queda mas remedio que asumir que el hecho de que no se haya hecho daño físico no significa que el accidente no le pueda haber causado un stress significativo. El llanto había aumentado porque su madre estaba de alguna manera negando ese hecho al no validarlo.
En cuanto me he puesto a su altura olvidando que podíamos llegar tarde y le he dicho: "Magdalena, llora todo lo que necesites que mamá está aquí secándote las lágrimas" ha parado inmediatamente y hemos podido conectar visualmente. Su mirada era una mezcla de agradecimiento y de "Al fin has pillado lo que necesitaba".
Y ahora lo que dice la autora sobre la distracción:
"La distracción es otra estrategia para evitar o negar los sentimientos. Ofrecer caramelos o una actividad divertida a un niño disgustado le indica que hay que huir de los sentimientos. El mensaje que el niño interioriza al distraerle es que experimentar sentimientos no está bien: Mamá no quiere que demuestre mi dolor. No debo sentir, no debo expresar dolor. Tengo que ocuparme enseguida con otra cosa.Distraer a un niño de sus emociones también puede ser una de las causas del consumo posterior de drogas, el mas uso de analgésicos y una tendencia a buscar siempre respuestas fáciles. Puede formar a un niño para que se convierta en un adulto que se sienta fácilmente abrumado porque su tolerancia ante la dificultad sea baja. Evitar disgustos al niño limita su libertad para vivir una vida plena y emocionante"