Italia llega a los comicios del 4 de marzo con una situación interna compleja. El rechazo al modelo migratorio euro-italiano ha impulsado el ascenso electoral de fuerzas eurófobas y antiinmigración. Estos dos vértices han definido una campaña bronca, extraña y surrealista, especialmente después de que Berlusconi haya regresado a un primer plano con opciones de ganar las elecciones.
El 4 de marzo se celebran las próximas elecciones generales en Italia. En ellas, los italianos elegirán a los ocupantes de los 630 asientos del Parlamento y los 315 del Senado. Los comicios, que permitirán estrenar la reforma electoral introducida en octubre por el actual primer ministro socialdemócrata Paolo Gentiloni, llegan en un momento muy delicado para el país. La crispación social es palpable y tuvo su manifestación más trágica el pasado mes de febrero, cuando un joven filofascista abrió fuego contra un grupo de ciudadanos nigerianos en Macerata para, acto seguido, anudarse una bandera italiana al cuello y realizar el saludo fascista. ¿El motivo? Vengar el presunto asesinato de una joven toxicómana a manos de inmigrantes subsaharianos. El episodio conmocionó a una parte de la opinión pública. Sin embargo, la tibia respuesta de algunos sectores políticos ante el ataque, convencidos de que la presencia creciente de inmigrantes irregulares en el país ha disparado los índices de criminalidad, mostró que en los últimos años el país se ha acostumbrado tanto al avance de un discurso xenófobo como a un encarnizado, polémico y siempre complejo debate migratorio.
De la Tangentópolis a la crisis migratoria
La operación Manos Limpias, impulsada por el fiscal Di Pietro en 1992, es el punto de partida para comprender el sistema político italiano actual. Este proceso judicial, a menudo referido también como la Tangentópolis, hace alusión a la macrooperación que permitió desvelar los entramados de la corrupción sistémica que asolaba al sistema institucional dominado por los grandes partidos de la posguerra. En los meses y años que siguieron al estallido del escándalo, se fueron sucediendo los chivatazos, los suicidios en extrañas circunstancias y una serie de acusaciones que arrojaron un balance de 1233 condenados, entre los que se encontraban personalidades políticas y empresariales de primer nivel. El proceso dañó irreversiblemente la legitimidad del viejo sistema y desató una oleada de indignación, azuzada por la conmoción ante los asesinatos de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellini a manos de la mafia en 1992. La gravedad del clima político que se respiró en Italia en aquellos momentos supuso el final simbólico de la Primera República y el origen de una nueva etapa, la de la Segunda República, que nacía con la voluntad de traer una transformación del paisaje político italiano.
Evolución de la productividad laboral y la renta per cápita italiana durante la crisis. Fuente: The Economist25 años después, los anhelados cambios pos-Tangentópolis han sido más cosméticos que de fondo. Los Gobiernos de Silvio Berlusconi —Forza Italia— y las coaliciones de El Olivo de Romano Prodi en los años 90 apenas maquillaron los efectos de los escándalos de corrupción, clientelismo y crimen organizado que todavía hoy siguen perjudicando gravemente la buena salud del sistema democrático. Los desequilibrios económicos interregionales, especialmente entre regiones del sur como Campania o Sicilia y del norte como Bolzano, Trento o Lombardía, han persistido y han limitado y fracturado el crecimiento económico nacional. Además, desde el estallido de la crisis de 2008, la deuda pública se ha mantenido muy holgadamente sobre el 130% del PIB, las tasas de desempleo han alcanzado máximos del 13% en 2014 —casi un 40% entre los menores de 25 años— y la fragilidad del sistema financiero sigue situando al país en el punto de mira de sus socios europeos.
Sin embargo, todos estos problemas, que presentan inercias de largo recorrido, han tenido un impacto secundario en el debate electoral de los próximos comicios. El marco discursivo de la campaña apenas ha podido evitar desmarcarse de la seguritización coyuntural de la crisis migratoria y el fracaso de las políticas de asilo y refugio ante la llegada de 620.000 migrantes a las costas de la península durante la última legislatura. La agenda mediática de la ultraderecha y la izquierda populista se ha consolidado, y ello se traduce en que un 36% de los italianos considera que la cuestión migratoria es su mayor preocupación, por encima incluso de otros asuntos, como la mala situación económica o el terrorismo. Un hecho paradójico desde el punto de vista histórico teniendo en cuenta la tradición migrante de los italianos: más de tres millones emigraron entre 1857 y 1940 a Argentina y cerca de cinco millones pusieron rumbo a EE. UU. desde finales del XIX hasta principios del XXI, muchos de forma irregular, por no mencionar la amplia presencia de colonias italianas en países europeos cercanos, como Suiza o Austria. No obstante, esta sensibilidad migrante no parece haber sido suficiente para evitar que la sensación de caos del Gobierno, de abandono en la Unión Europea y las dramáticas imágenes procedentes de las costas de Lampedusa se hayan convertido en la bandera de una rampante eurofobia antiinmigración de la que han hecho gala a partes iguales movimientos de izquierda y de derecha.
Fuente: Cartografía EOMForza Italia y el retorno del Cavaliere
Las encuestas vaticinan que en las próximas elecciones se impondrá, sin las mayorías necesarias, una coalición conservadora formada por Forza Italia, Liga Norte y el partido posfascista Hermanos de Italia. El artífice de este heterogéneo conglomerado es un viejo conocido de la política italiana: Silvio Berlusconi. A sus 81 años, el fundador de Forza Italia y ex primer ministro vuelve a la carga tras haber sido juzgado por escándalos sexuales con menores, abusos de poder y fraude fiscal. La sentencia firme en este último delito inhabilita a Il Cavaliere para el ejercicio de la función pública hasta 2019, por lo que no podrá optar a ser primer ministro. Ante la ausencia de un candidato oficial de Forza Italia para ocupar la presidencia, se comienza a especular con que Berlusconi encargará esa responsabilidad a Antonio Tajani, actual presidente del Parlamento Europeo. No obstante, a falta de candidato, el longevo dirigente no ha escatimado en esfuerzos a la hora de unir y liderar a la derecha y ultraderecha italiana.
Los sondeos apuntan a una posible victoria pírrica de la coalición de Berlusconi. Fuente: El ElectoralLa estrategia electoral de su coalición ha consistido en capitalizar el descontento nacional frente a la inmigración situando la propuesta de repatriar a casi 600.000 migrantes en el centro del debate público. Nadie como Berlusconi, magnate de los principales conglomerados informativos nacionales y de la corporación Mediaset, para influir tanto en las élites políticas como en la opinión pública italiana por la vía mediática. Il Cavaliere sabe cómo explotar su imagen con astucia, recursos y altas dosis de demagogia para obtener réditos electorales, a pesar de que esté perdiendo fuelle entre las generaciones más jóvenes, menos expuestas a los medios de comunicación clásicos y más susceptibles de ser cortejadas electoralmente a través de las redes sociales.
El maquiavelismo es la seña de identidad de Berlusconi. Si algo ha demostrado en los últimos años el millonario italiano es su capacidad para entenderse con quien haga falta con tal de sumar fuerzas y ganar elecciones. La huella del primer ministro más duradero en el poder desde la Tangentópoli es tan profunda como controvertida. Sus años al frente del Palacio Chigi estuvieron marcados por un liderazgo carismático vanidoso, muy del gusto italiano, y por escándalos continuos que incomodaban especialmente en Europa. Su capacidad de atracción residía en un lenguaje popular, polémico y nacional-conservador, pero también en su imagen como empresario de éxito. Solo la crisis financiera de 2008 logró hacer mella en su Gobierno: forzó a Berlusconi a dimitir en 2011 tras llevar a Italia a la bancarrota, verse cercado por la Justicia y enfrentarse a un aluvión de críticas de sus detractores por sus presuntos vínculos con la mafiosa Cosa Nostra.
Pese a todo, esta retahíla de controversias no debería ser sobreestimada: su popularidad se ha visto menos afectada de lo que cabría esperar. Muchos italianos no dan demasiada importancia a sus escándalos y algunos afirman incluso que nadie conoce mejor el país que él. Además, Berlusconi siempre se ha mostrado muy hábil a la hora de movilizar al amplio caladero electoral católico-conservador bajo la premisa del “más vale malo conocido que bueno por conocer”, un discurso que ha retomado para antagonizar con su principal rival, el Movimiento 5 Estrellas, y presentarse como el salvador y hombre fuerte de Italia en la sombra. ¿El inconveniente? La radicalización desenfrenada de sus compañeros de viaje.
La Liga Norte: del nacionalismo padano al choque de civilizaciones
La Liga Norte por la Independencia de Padania es un partido fundado por Umberto Bossi en 1991 tras la unión de varias ligas regionales preexistentes en los años 80 con el propósito de reivindicar una mayor autonomía —en momentos puntuales, incluso la secesión— de las regiones septentrionales e industrializadas de Italia. Aprovechando la indignación de la Tangentópolis, logró consolidarse contra todo pronóstico en el tablero electoral italiano con un discurso populista construido sobre el rechazo a la inmigración, el islam y el centralismo romano. Su eslogan de campaña, de forma similar a otros movimientos análogos en regiones nacionalistas de Europa, enfatizaba que Roma “robaba” a la Italia productiva del norte para subsidiar a las regiones más pobres de las zonas meridionales, un relato que ha pasado por fases diversas: desde el autonomismo hasta el independentismo y desde el apoyo inicial a la UE a un creciente euroescepticismo.
Solo un 39% de los italianos creen que pertenecer la UE les ha sido útil en 2017. Fuente: StatistaPese a todo, la Liga Norte nunca ha sido un partido ajeno al poder en Roma. Su carácter marcadamente regional no le ha restado importancia en la política nacional. La organización ha participado durante su cuarto de siglo de existencia en tres coaliciones de Gobierno distintas con Berlusconi y ha disfrutado de un importante número de carteras ministeriales. En 1994 formó parte del breve primer Gobierno de coalición entre Forza Italia y Alianza Nacional, al que pusieron fin en diciembre de ese mismo año para dar un giro secesionista a su política y proclamar unilateralmente la independencia de Padania en 1996. Nadie los reconoció y su gesto simbólico les costó seis años de aislamiento a nivel nacional. Los ánimos secesionistas se calmaron y su camino pronto volvió a cruzarse con el de Berlusconi con el inicio del nuevo milenio: entre 2001 y 2011, los norteños estuvieron ocho años formando coalición con Forza Italia y El Pueblo de la Libertad. Solo tras el descalabro del Gobierno italiano en 2011 y el apoyo de Berlusconi al nombramiento del tecnócrata Mario Monti como nuevo presidente se produjo un distanciamiento temporal entre ambas formaciones.
En los últimos años, la crisis financiera y migratoria que vive Italia ha radicalizado más si cabe las posiciones de la Liga Norte. Bajo la dirección de Mateo Salvini desde 2013, el partido ha experimentado un endurecimiento en su discurso antiinmigración y una creciente sintonía con movimientos afines en Europa, como el Frente Nacional francés o el Partido de la Libertad austriaco. La campaña electoral para marzo de 2018 ha sido un claro ejemplo de la creciente agresividad discursiva de los liguistas: las intervenciones supremacistas enarbolando la raza blanca, las críticas sin mesura a lo que desde el partido entienden como una “invasión” de inmigrantes y refugiados no occidentales o las incitaciones explícitas a luchar en defensa de la unidad étnica de la civilización noritaliana son ya vocabulario común en las filas del partido. Sin embargo, lo que más preocupa es que, en un desarrollo inédito de las circunstancias, Salvini pudiese llegar a convertirse en el nuevo primer ministro de Italia como consecuencia de la inhabilitación judicial de Berlusconi.
La socialdemocracia italiana, en busca de unidad
El Partido Demócrata (PD) acude a la convocatoria electoral de marzo con pesimismo y sin una alternativa de futuro clara. La socialdemocracia italiana ha tratado de articular una coalición de centro-izquierda formada por el propio PD y socios como Lista Cívica Popular, Juntos —Insieme— y Más Europa. Los socialdemócratas pretenden aunar fuerzas para articular un discurso reformista, social, moderado y decididamente europeísta. El objetivo es mostrar que la estrategia de atajar los flujos migratorios en los países de origen ha permitido disminuir cada año el número de migrantes que llegan a Italia. No obstante, el desgaste y la inestabilidad de los últimos cinco años en el poder del PD bajo la batuta de Enrico Letta, Matteo Renzi y Paolo Gentiloni ha hecho mella en las aspiraciones de los socialdemócratas, que ven cómo los pronósticos electorales son bastante negros y apuntan a un sorpasso de posiciones más reconocibles y radicales en materia de lucha contra la migración a diestra —coalición de Berlusconi— y siniestra —Movimiento 5 Estrellas—.
La aspiración del PD de convertirse en el partido hegemónico de la izquierda italiana tras su fundación en 2007 está más lejos que nunca. Desde la crisis interna que se saldó con la dimisión del primer ministro Letta en 2014, el PD no solo no ha logrado ilusionar a los italianos, sino que además ha sido incapaz de mostrar unidad interna para emprender las grandes reformas pendientes en su agenda. Prueba de ello es la escisión interna que dio lugar al movimiento Libres e Iguales, bajo el liderazgo de antiguos parlamentarios demócratas descontentos con la reforma laboral y las políticas económicas de corte social-liberal de Renzi.
Distribución geográfica del rechazo y aprobación a la reforma constitucional de 2016. Fuente: Statista.La derrota más visible del PD fue el referéndum sobre la reforma constitucional celebrado en 2016. Entre los objetivos socialdemócratas se encontraban la reducción del poder del Senado y el reforzamiento del Ejecutivo. El resultado final arrojó un rechazo de casi el 60% de la población a modificar la Constitución de posguerra, un hecho que supuso un duro revés para la estrategia personalista de Renzi, especialmente tras haber ligado su futuro político al resultado de la consulta. Tras su derrota, el florentino presentó su dimisión como primer ministro, aunque anunció que se presentaría a las primarias demócratas con el objetivo de concurrir a las elecciones de 2018. Dicho y hecho: el ex primer ministro ha logrado revalidar su posición en el partido y encabezará la coalición socialdemócrata en los próximos comicios, a pesar de que su popularidad nacional es sensiblemente inferior a la de Gentiloni. Por ello, a tenor de las previsiones de las encuestas, comienzan a aflorar las voces que piden que Renzi dimita si la debilitada y dividida coalición de centro-izquierda no alcanza un mínimo del 20% de los votos en la próxima cita ante las urnas.
El Movimiento 5 Estrellas
El Movimiento 5 Estrellas (M5S por sus siglas en italiano) es la primera fuerza política en intención de voto en los próximos comicios. Desde que el M5S fuese impulsado en 2009 en plena crisis económica por el cómico Beppe Grillo y Gianroberto Casaleggio, su ascenso electoral ha sido imparable. De forma similar a otros movimientos de inspiración populista y anti-establishment en Europa, Grillo perseguía la transversalidad y rechazaba ser definido ideológicamente en función de los parámetros de izquierda o derecha. El objetivo inicial era canalizar con un lenguaje llano y antisistema la indignación de amplias capas de la población frente a los vicios estructurales de la casta republicana y las políticas de austeridad de Bruselas.
Lo que comenzó como un foro de debates en la red social Meetup pronto terminaría mostrándose como una estrategia con réditos electorales visibles en distintos niveles, especialmente a partir de 2012. El hecho de que Italia fuese dirigida en ese momento por un tecnócrata como Monti con el apoyo de la derecha e izquierda italiana contribuyó indudablemente a posicionar a los seguidores de Grillo como único partido real en la oposición: en las elecciones generales de 2013, M5S ya era la tercera fuerza más votada en Italia y poco después lograba hacerse con alcaldías claves como Roma o Turín y obtener representación en el Parlamento Europeo. Fue precisamente en Bruselas donde el partido se dio a conocer a Europa, donde se mostró partidario de abandonar el euro y aliarse con el Grupo Europa de la Libertad y la Democracia Directa en su crítica frontal hacia el modelo migratorio europeo.
De esa manera, aunque defendía postulados de inspiración libertaria como el reforzamiento de los mecanismos de participación directa, una mayor digitalización y descentralización de la democracia, una reivindicación del ecologismo o una desprofesionalización de la política, su discurso en materia migratoria no se diferenciaba sustancialmente del de la derecha italiana. Las palabras de Grillo en 2013 en las que afirmaba que la llegada de inmigración supone importar enfermedades como el sida o la tuberculosis, así como las publicaciones en la reciente campaña de Luigi di Maio, candidato del M5S en las próximas generales, en las que señalaba que Italia había importado “el 40% de los criminales de Rumanía” son un buen ejemplo de que la ideología más coherente que parece unir al M5S de cara a los próximos comicios es la protesta.
Para ampliar: “La aparición de las estrellas en el horizonte político italiano”, Marcos Ferreira en El Orden Mundial, 2016
La inestabilidad en el horizonte político italiano
El mapa electoral italiano demuestra la inviabilidad de los partidos para formar un Gobierno en solitario. Aunque el M5S disfruta de un momento dulce capitalizando el descontento de la izquierda con Renzi y la debilidad interna del PD, las tendencias electorales de las encuestas hacen difícil imaginar un Gobierno liderado por Di Maio en Roma, especialmente por el rechazo moral de la formación a buscar alianzas con otras fuerzas. Todo parece apuntar a que la coalición liderada por Berlusconi volverá a alzarse con el triunfo en las urnas; ahora bien, resulta evidente también que la formación de un Gobierno podría prolongarse durante meses debido a la fragmentación ideológica existente en la escena política italiana.
El nuevo sistema electoral, en el que un 37% de los asientos del Parlamento y Senado serán asignados por sufragio directo y el resto se repartirán a través de un sistema proporcional indirecto, complica aún más la formación de un Gobierno estable. Sin un 40% de los votos, ningún partido o coalición puede gobernar en solitario. Habrá que esperar a cuál es la correlación de fuerzas el próximo 4 de marzo para desentrañar mejor el alcance de los cambios que se avecinan en Italia, que tendrán sin duda un gran impacto sobre el futuro de la Unión Europea. De momento, parece que en Italia se avecina un bloqueo parlamentario que podría terminar derivando, de no alcanzarse acuerdos, en una repetición de las elecciones. Todo dependerá del voto de los indecisos.