Tras interminables cruces de declaraciones y acusaciones más o menos veladas por parte de los diversos políticos, Artur Màs ha dado un nuevo paso en el proceso, al que unos llaman independentista, y al que otros se refieren como el derecho a decidir (o a opinar).
Sin entrar en el fondo de la cuestión, me gustaría que se dedicase un tiempo a analizar la forma, el «cómo», ya que se ha hablado poco de este asunto; y sin embargo, es un aspecto que reviste mucha importancia (y que fue cuestionado, recientemente, por un exministro de Quebec).
¿Por qué se plantea una doble pregunta?
Teóricamente, cuando los partidos implicados negociaron esta cuestión, no fueron capaces de llegar a un acuerdo acerca de cómo plantearlo. Para los ciudadanos de a pie resulta incomprensible, máxime teniendo tan cercano el modelo escocés. La pregunta debería ser sencilla y neutra, como lo fue allí:
¿Debería ser Escocia Catalunya un país independiente?
Sin embargo, los políticos no fueron capaces de seguir el famoso acrónimo KISS (keep it simple, stupid) y optaron por una fórmula en dos pasos: La primera cuestión es si «¿Quiere que Catalunya sea un Estado?». Si la respuesta es afirmativa, se contestaría a una segunda pregunta: «¿Quiere que ese Estado sea independiente?»
Esta fórmula, además de resultar más compleja, esconde una trampa, y es que, si a la segunda pregunta sólo responden los que hayan contestado sí a la primera, el sí a la independencia podría «ganar» con apenas la cuarta parte de los votos. Y a esta transcendental cuestión se le ha dedicado muy poco espacio en todo este tiempo, por no decir ninguno.
Supongamos que en la primera, el No obtenga un 49% de los votos y el Sí un 51%, se diría que la mayoría opina que Catalunya debe ser un estado. Si en la segunda, el Sí vuelve a obtener un 51%, se argumentaría que la mayoría desea que ese estado sea independiente.
Sin embargo, la situación dista mucho de ser esa.
1ª pregunta: ¿Quiere que Catalunya sea un Estado?
2ª pregunta: ¿Quiere que ese Estado sea independiente?
Total de la votación
El sí a la independencia habría ganado con apenas un 26% de los electores favorables a esta opción. Evidentemente, esto es simplemente un ejemplo, pero muestra como la doble pregunta puede pervertir la situación real. Lo cual se hubiese evitado con una pregunta única, clara y directa.
¿Por qué no se ha hecho así?
¿Y TÚ, QUÉ OPINAS?
Pablo Rodríguez es economista.
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