Revista Opinión

La doctrina nacionalista

Publicado el 29 noviembre 2010 por Gonzalo

Según la clásica definición de John Breuilly, la doctrina nacionalista se resume en tres principios:

1) Existe una nación con carácter peculiar y explícito.

2) Los intereses y valores de la nación tienen prioridad sobre cualesquiera otros intereses y valores.

3) La nación deber ser tan independiente como sea posible, lo que normalmente requiere que alcance la soberanía política.

Todos los nacionalistas creen que existe, al menos, una nación, la suya. Algunos nacionalistas piensan, además, que hay otras muchas naciones, que toda la humanidad está de por sí unívocamente dividida en naciones, y que el ideal del orden político mundial consiste en que a cada una de esas naciones corresponda un Estado, su Estado nación, en eso consiste el llamado principio de las nacionalidades.

El que no haya manera de definir las naciones, el que muchos humanos no sepan a qué nación pertenecen, el que las discusiones sobre los límites de las presuntas naciones suelan acabar a bofetadas, el que la humanidad haya vivido casi simpre sin enterarse de que haya naciones, todo esto no hará dudar al nacionalista de la existencia de su nación. Más bien serán dificultades ante las que se crecerá en su fe. Creer en una nación se parece mucho a creer en un dios, y se parece muy poco a manejar categorías científicas. 

El siglo XIX nos legó el mito nacionalista de que todos los humanos están divididos en grupos llamados naciones, y que cada nación está ligada a un determinado territorio propio -la tierra prometida o la tierra de los ancestros-, cuyos habitantes comparten el mismo origen y la misma “identidad” cultural nacional.

Desde luego, el mundo no es así ni por asomo. Además, este mosaico de guetos internamente homogéneos y externamente soberanos, que constituye el mundo ideal de los nacionalistas, sería una pesadilla para todos los demás.

La nación del nacionalista es imaginada, a veces, como una persona que quiere, desea, sufre, exige, anima y conforta. Incluso tiene su biografía; Catalunya celebró su milésimo cumpleaños en 1988, por decisión de Pujol. Toda una diosa laica, la nación es representada en estatuas, objeto de himnos y venerada en banderas y otros símbolos sagrados.

Marianne, personificación de la República francesa, aparece en las monedas, las estampillas de correos y en multitud de estatuas, modeladas en mujeres tan guapas y famosas como Brigitte  Bardot, Catherine Denauve y Laetitia Casta.

La nación es portadora de intereses y valores más nobles, importantes y elevados que los meros y egoístas intereses y valores de los individuos. Los individuos deben estar siempre dispuestos a sacrificarse por la nación; en casos extremos, deben verter por ella hasta la última gota de su sangre. En definitiva, lo más que puede perder un individuo es su vida. Y ¿qué es la vida miserable y corta de un individuo comparada con la gloria inmortal de la patria? Como decía José Antonio Primo de Rivera, la patria es portadora de valores eternos.

Un individuo que se comporta racionalmente y antepone sus intereses, gustos o preferencias a los de la patria es un traidor egoísta y despreciable.

Esa nación tan sublime está siempre en peligro, peligro interno de disolución, pues sus desagradecidos miembros pueden sucumbir a la tentación de abandonar algunos de los  rasgos culturales en que ella consiste y adoptar otros extraños, y peligro de intromisión externa, de los malvados enemigos que desde fuera conspiran contra ella.

Para defenderse de tanto peligro, la nación necesita un Estado soberano, dedicado a garantizar por todos los medios su permanencia e independencia. Los dos principales instrumentos del Estado nacional soberano son el sistema de educación nacional y el ejército. El sistema de educación nacional garantiza la permanencia de la cultura y el carácter nacionales. El ejército garantiza la independencia política de la nación.

La educación nacionalista es una forma de lavado de cerebro, de colocación de anteojos mentales. Las anteojeras impiden al caballo ver lo que hay a los lados del camino, igual que la educación nacionalista pretende impedir que los alumnos vean más allá de su presunta nación.

El nacionalismo ha adoptado formas muy diferentes, según las circunstancias étnicas y políticas. Puede hablarse de una nacionalismo unificacionista -como el alemán, el italiano, el español o el panárabe-, de un nacionalismo separatista -como el irlandés, el corso, el catalán o el vasco- y de un nacionalismo estatalista -como el mexicano, el argentino o el nigeriano.

Pero todos los nacionalismos poseen las notas indicadas, todo nacionalismo conlleva una cierta dosis de ingenuidad religiosa y de mala fe intelectual, y ningún nacionalismo ha satisfecho las esperanzas a que originariamente dio lugar ni ha cumplidos sus promesas (acabar con las guerras, acabar con la opresión y, en tercer lugar, crear un marco adecuado para el desarrollo económico).

Fuente: La cultura de la libertad (Jesús Mosterín)

 


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