Revista Cultura y Ocio
Hay media docena de nombres en la historia de la literatura que no requieren, ni siquiera para los profanos, identificación, por ser notoriamente famosos. Uno de ellos es el del ruso Fiodor Dostoievski. Conocido por sus largas investigaciones en el interior del alma humana (Crimen y castigo, El jugador, Humillados y ofendidos), hay también un Dostoievski más breve, mucho más condensado, constructor de pequeñas excelencias cortas. Los traductores Gonzalo Gómez Montoro y Bienvenida Sánchez acaban de verter al español para el sello Funambulista una de ellas: La dulce.Al igual que hiciera el vallisoletano Miguel Delibes en su obra Cinco horas con Mario, aunque cambiando en este caso el sexo de los protagonistas, Dostoievski nos presenta aquí la voz narrativa de un hombre que ha perdido a su mujer y que, ante su cuerpo, nos va revelando porciones de su historia conyugal. Él es el propietario de una casa de empeños, cuarentón y de vida meticulosa y austera. Un día apareció por allí una muchacha muy joven (apenas dieciséis años) que necesitaba empeñar pequeños objetos no muy valiosos para obtener dinero e insertar con él anuncios en la prensa, solicitando trabajo como institutriz. Poco a poco, visita tras visita, el prestamista va fijándose en ella con creciente interés hasta que acaba por pedirle matrimonio.Si el arranque de su vida en común es anómalo no lo será menos su continuación: él se mantiene aherrojado en su silencio de hombre que ha vivido mucho tiempo solo y que se enfrenta a graves dificultades para exteriorizar sus sentimientos (llega a decir que le gustaría recibir de ella respeto y veneración, pero que indicárselo «habría sido como pedirle limosna», p.42); ella, aburrida o quizá desengañada, utiliza al teniente Efimovich para provocar unos celos injustificados en su esposo, cae enferma de debilidad y se mantiene en su baluarte de silencio hasta que un día, mientras él se encuentra fuera de casa preparando un viaje a Boulogne, toma una decisión de lo más inesperada.Para los amantes de la prosa y el método literario de Fiodor Dostoievski, sin duda la segunda parte de la narración es la más intensa y la más vibrante. En ella nos hace partícipes de la vida anterior del prestamista, un personaje con una infancia complicada y desvalida («Nunca me han apreciado, ni siquiera en la escuela. Ni en ninguna otra parte», p.76), que ha vivido casi siempre sin la compañía de sus semejantes... pero que ha descubierto en esta dulce y misteriosa joven a la mujer de su vida («Ella era el único ser por el que sentía cariño, no quería a ningún otro», p.80), hasta el punto de que cuando sospecha que ella ha comenzado a ignorarlo, se humilla, se prosterna, llora y profiere palabras masoquistas, a mitad de camino entre lo risible y lo conmovedor («No me respondas, no me mires siquiera, déjame sólo mirarte desde un rincón, haz de mí un objeto, tu perrito», p.94).
Eficaz, atinado y perturbador, el escritor ruso nos vuelve a maravillar con otra de sus obras y nos obliga a reflexionar sobre las dificultades que rigen a menudo en las relaciones personales, sobre la soledad, sobre el amor y sobre la muerte. «El mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos» (así lo bautizó Stefan Zweig) vuelve ahora a nuestras manos.